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3376. El diputado que antes fue marinero, pastor y lavaplatos

Galicia la tacita, la "choromiqueira" —como diría don Miguel de Unamuno recordando en epigrama de Curros Enriquez—, la de la estampa a dos tintas —verde de prado, gris de niebla—, de cartel para fomento del turismo, ha adquirido una fonación que constituye una sorpresa para muchos.

El informador podía dar noticias explicativas del porqué de este nuevo tono, de esta nueva prosodia gallega, que ha perdido los matices quejicones para adquirir el acento que mejor va a los anhelos regionales. Pero prefiere, por medio de una interviú, trazar esta biografía, pues que la vida de los hombres es el más exacto reflejo de la psicología de tos pueblos.

Entre los diputados gallegos a las Cortos Constituyentes hay uno, Suárez Picallo, que ya empieza a ser discutido, y alrededor del cual se hace un ambiente pasional, basado en cosas adjetivas, que es como la personificación de la Nueva Galicia. Picallo, que parece un héroe de novela gorkiana, es también la realización del espíritu democrático de la República. Su voz es la auténtica del pueblo. Para Galicia es la de los ''rumorosos da costa verdecente" a los que interroga el bardo celta Pondal. 

Suárez Picallo, pequeño, enjuto, rubio y pecoso. como marinero que fué de la Costa de la Muerte, nos dice: 

—Sí; soy hijo del pueblo. Fuí marinero y pastor, como todos los niños de esta población anfibia de la costa gallega. Mi padre también era marinante. Tuvo once hijos. Desde muy pequeño luché a brazo partido con la vida. 

—Naturalmente, será usted un autodidacto. 

—Sólo fui tres años a la escuela de instrucción primaria, aprovechando las clases nocturnas. Todo lo que sé lo aprendí leyendo ávidamente, sin sujeción a ninguna clase de disciplinas. 

—Y, como casi todos los gallegos, se fué usted a América. 

—A los catorce años. Me empujó el sino de la raza que nos hace ir por el curso del sol hacia ese "alén", que es la meta de la "saudade". 

—¿Es verdad que fué usted allí lavaplatos?

—Eso y otras cosas más. Mi primer empleo fué el de peón en una farmacia. Luego entré al servicio de una oficina. Por cierto que allí deseaban que el empleado supiera escribir a máquina. Yo no sabia tal cosa, pero como tenia hambre, arrostrándolo todo, me presenté como mecanógrafo. Y en tres días me impuse en el dominio del artilugio.

Más tarde, dominado por mis aficiones marineras, entré como marmitón de un barco de los que hacen la navegación a Tierra del Fuego.

Recorrí la Argentina desde los canales fueguinos al Chaco, misionero de las nuevas doctrinas sociales. No hice la América en el sentido que allí se da a esta frase, pero hice una América. Di conciencia al proletariado de un pueblo chauvinista que mira con recelo al gallego y al gringo. Mi anecdotario no cabe en el espacio de una interviú. Ya puede usted figurárselo. Considere la dificultad de la lucha en un medio donde hay hombres de la envergadura de uno de mis primeros patronos. 

—¿Quién era? ¿Qué hizo?

—Uno de tantos emigrantes. Un rapaz del Noroeste, que llegó a ser dueño absoluto de la Patagonia, la vasta soledad pavorosa a donde ningún europeo se atrevía a ir. Y él, tan grande como Cortés y Pizarro, pero sólo, la conquistó y domeñó. Para que se dé cuenta de su carácter, basta este rasgo: Por su cuenta erigió a Magallanes, en el estrecho que descubrió el gran nauta portugués, un monumento, y en el pedestal puso esta leyenda: A Magallanes, Menéndez.

—Así se llamaba.

—¿Pero usted también fué periodista? 

—Si; es uno de los avatares de mi vida. Después de una titánica lucha como obrero manual, que tiene que robar horas al descanso para hacerse una cultura, adquirida ésta, colaboré en numerosas publicaciones, principalmente de carácter societario, pues ya puede usted comprender que, por mí condición social, orienté siempre mi actividad hacia todo lo que redundara en beneficio y mejoramiento de la condición del hombre del pueblo. 

—¿En qué periódicos ha escrito usted? 

—En varios. Con otros jóvenes gallegos fundé y sostuve una publicación llamada Céltiga, que era, en el conjunto de las publicaciones españolas de Buenos Aires, el único vocero de las reivindicaciones democráticas de la colectividad hispánica. Trabajé como redactor en La Argentina y en La República.

—¿Quiere usted decirme alguna anécdota de su vida como periodista o colaborador en la prensa?

—Vera usted. En América el periodista tiene que ser omnisciente: ha de escribir de todo. En el periódico que le dije teníamos muy escasa información del Extranjero. Un día, un despacho de Londres nos anunciaba que Mc Donald había pronunciado un discurso con referencia a una huelga general. El director me preguntó si yo me comprometía a inventar el discurso del que es hoy "primer inglés", y así lo hice. Cuando los demás rotativos, como La Prensa y La Nación, publicaron el discurso integro de Ramsay, no difería del mío más que en algunos matices de forma. El director me regaló doscientos pesos. 

—Un discurso bien pagado. 

—Mejor que todos los que pronuncié en mi vida, alguno de los cuales me han valido la cárcel. 

—¿También estuvo usted preso? 

—Ya lo creo. Yo he hecho una gran labor societaria. Puede decirse que la organización de la gente de mar en la República Argentina es obra mía. 

—¿Es verdad que está usted nacionalizado en la Argentina? 

—Soy gallego. Nacido en Sada. En América no sólo trabajé por el bienestar moral y material de mis hermanos, los hombres del pueblo de todas las razas, sino que consagré también mis esfuerzos para que sean hacederas las reivindicaciones de Galicia. Para que se vea cómo es compatible el espíritu universalista con las aspiraciones de mi tierra. Cuando empezaron a concretarse éstas, que hasta hace algunos años no eran más que el balbuceo lírico, que es lo que sólo parece conocerce por aquí, otros jóvenes y yo empezamos a luchar por todo aquello a que Galicia tiene derecho como pueblo de definida personalidad étnica, histórica y geográfica. Fundamos El Despertar Gallego y Galicia e infundimos vida y aliento a la "Orga", a quien se debe, en buena parte, la proclamación de la República. Las entidades agrarias y societarias gallegas de Buenos Aires me delegaron con otros para representarlas en la asamblea de La Coruña, en que se ponía a discusión el Estatuto gallego. ¿Soy o no gallego? 

—Yo creo que si. 

—Pues aun hay más que abona mi galleguidad. Llegué a La Coruña el 4 de junio: el 10 me eligieron candidato, y el 28 era diputado. Para serlo me bastó hablar. Yo digo siempre lo que siento. Y lo que yo pienso y siento debe sentirlo y pensarlo hondamente el pueblo gallego, por cuanto me diputó sin titubeos para que hable en su nombre y diga sin ambages lo que quiere. 

En mi pueblo, Sada, de dos mil doscientos once electores, votaron en mi favor dos mil doscientos ocho. 

—¿Y es compatible lo que Galicia desea con lo que quieren y desean todos los demás españoles? 

—Sí. Nuestro regionalismo, que es cosa de corazón y la cabeza, está limpio del pecado del egoísmo, porque no se basa en una concepción materialista, puesto que nuestros problemas no son, principalmente, de orden económico. Tal es así que no pensamos presentar nuestro Estatuto hasta que no esté sancionada la Constitución española. 


Ribas Montenegro
Estampa, 22 de agosto de 1931












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