Galicia la tacita, la
"choromiqueira" —como diría don Miguel de Unamuno recordando en
epigrama de Curros Enriquez—, la de la estampa a dos tintas —verde de
prado, gris de niebla—, de cartel para fomento del turismo, ha adquirido una
fonación que constituye una sorpresa para muchos.
El informador podía dar noticias
explicativas del porqué de este nuevo tono, de esta nueva prosodia gallega, que
ha perdido los matices quejicones para adquirir el acento que mejor va a los
anhelos regionales. Pero prefiere, por medio de una interviú, trazar esta
biografía, pues que la vida de los hombres es el más exacto reflejo de la
psicología de tos pueblos.
Entre los diputados gallegos a las Cortos
Constituyentes hay uno, Suárez Picallo, que ya empieza a ser discutido, y
alrededor del cual se hace un ambiente pasional, basado en cosas adjetivas, que
es como la personificación de la Nueva Galicia. Picallo, que parece un héroe de
novela gorkiana, es también la realización del espíritu democrático de la
República. Su voz es la auténtica del pueblo. Para Galicia es la de los
''rumorosos da costa verdecente" a los que interroga el bardo celta
Pondal.
Suárez Picallo, pequeño, enjuto, rubio y
pecoso. como marinero que fué de la Costa de la Muerte, nos dice:
—Sí; soy hijo del pueblo. Fuí marinero y
pastor, como todos los niños de esta población anfibia de la costa gallega. Mi
padre también era marinante. Tuvo once hijos. Desde muy pequeño luché a brazo
partido con la vida.
—Naturalmente, será usted un
autodidacto.
—Sólo fui tres años a la escuela de
instrucción primaria, aprovechando las clases nocturnas. Todo lo que sé lo
aprendí leyendo ávidamente, sin sujeción a ninguna clase de disciplinas.
—Y, como casi todos los gallegos, se fué
usted a América.
—A los catorce años. Me empujó el sino de
la raza que nos hace ir por el curso del sol hacia ese "alén", que es
la meta de la "saudade".
—¿Es verdad que fué usted allí lavaplatos?
—Eso y otras cosas más. Mi primer empleo
fué el de peón en una farmacia. Luego entré al servicio de una oficina. Por
cierto que allí deseaban que el empleado supiera escribir a máquina. Yo no
sabia tal cosa, pero como tenia hambre, arrostrándolo todo, me presenté como
mecanógrafo. Y en tres días me impuse en el dominio del artilugio.
Más tarde, dominado por mis aficiones
marineras, entré como marmitón de un barco de los que hacen la navegación a
Tierra del Fuego.
Recorrí la Argentina desde los canales
fueguinos al Chaco, misionero de las nuevas doctrinas sociales. No hice la
América en el sentido que allí se da a esta frase, pero hice una América. Di
conciencia al proletariado de un pueblo chauvinista que mira con recelo al
gallego y al gringo. Mi anecdotario no cabe en el espacio de una interviú. Ya
puede usted figurárselo. Considere la dificultad de la lucha en un medio donde
hay hombres de la envergadura de uno de mis primeros patronos.
—¿Quién era? ¿Qué hizo?
—Uno de tantos emigrantes. Un rapaz del
Noroeste, que llegó a ser dueño absoluto de la Patagonia, la vasta soledad
pavorosa a donde ningún europeo se atrevía a ir. Y él, tan grande como Cortés y
Pizarro, pero sólo, la conquistó y domeñó. Para que se dé cuenta de su
carácter, basta este rasgo: Por su cuenta erigió a Magallanes, en el estrecho
que descubrió el gran nauta portugués, un monumento, y en el pedestal puso esta
leyenda: A Magallanes, Menéndez.
—Así se llamaba.
—¿Pero usted también fué periodista?
—Si; es uno de los avatares de mi vida.
Después de una titánica lucha como obrero manual, que tiene que robar horas al
descanso para hacerse una cultura, adquirida ésta, colaboré en numerosas
publicaciones, principalmente de carácter societario, pues ya puede usted
comprender que, por mí condición social, orienté siempre mi actividad hacia
todo lo que redundara en beneficio y mejoramiento de la condición del hombre
del pueblo.
—¿En qué periódicos ha escrito usted?
—En varios. Con otros jóvenes gallegos
fundé y sostuve una publicación llamada Céltiga, que era, en el
conjunto de las publicaciones españolas de Buenos Aires, el único vocero de las
reivindicaciones democráticas de la colectividad hispánica. Trabajé como
redactor en La Argentina y en La República.
—¿Quiere usted decirme alguna anécdota de
su vida como periodista o colaborador en la prensa?
—Vera usted. En América el periodista tiene
que ser omnisciente: ha de escribir de todo. En el periódico que le dije
teníamos muy escasa información del Extranjero. Un día, un despacho de Londres
nos anunciaba que Mc Donald había pronunciado un discurso con referencia a una
huelga general. El director me preguntó si yo me comprometía a inventar el
discurso del que es hoy "primer inglés", y así lo hice. Cuando
los demás rotativos, como La Prensa y La Nación,
publicaron el discurso integro de Ramsay, no difería del mío más que en algunos
matices de forma. El director me regaló doscientos pesos.
—Un discurso bien pagado.
—Mejor que todos los que pronuncié en mi
vida, alguno de los cuales me han valido la cárcel.
—¿También estuvo usted preso?
—Ya lo creo. Yo he hecho una gran labor
societaria. Puede decirse que la organización de la gente de mar en la
República Argentina es obra mía.
—¿Es verdad que está usted nacionalizado en
la Argentina?
—Soy gallego. Nacido en Sada. En América no
sólo trabajé por el bienestar moral y material de mis hermanos, los hombres del
pueblo de todas las razas, sino que consagré también mis esfuerzos para que
sean hacederas las reivindicaciones de Galicia. Para que se vea cómo es
compatible el espíritu universalista con las aspiraciones de mi tierra. Cuando
empezaron a concretarse éstas, que hasta hace algunos años no eran más que el balbuceo
lírico, que es lo que sólo parece conocerce por aquí, otros jóvenes y yo
empezamos a luchar por todo aquello a que Galicia tiene derecho como pueblo de
definida personalidad étnica, histórica y geográfica. Fundamos El
Despertar Gallego y Galicia e infundimos vida y aliento a la
"Orga", a quien se debe, en buena parte, la proclamación de la
República. Las entidades agrarias y societarias gallegas de Buenos Aires
me delegaron con otros para representarlas en la asamblea de La Coruña, en que
se ponía a discusión el Estatuto gallego. ¿Soy o no gallego?
—Yo creo que si.
—Pues aun hay más que abona mi galleguidad.
Llegué a La Coruña el 4 de junio: el 10 me eligieron candidato, y el 28 era
diputado. Para serlo me bastó hablar. Yo digo siempre lo que siento. Y lo que
yo pienso y siento debe sentirlo y pensarlo hondamente el pueblo gallego, por
cuanto me diputó sin titubeos para que hable en su nombre y diga sin ambages lo
que quiere.
En mi pueblo, Sada, de dos mil doscientos
once electores, votaron en mi favor dos mil doscientos ocho.
—¿Y es compatible lo que Galicia desea con
lo que quieren y desean todos los demás españoles?
—Sí. Nuestro regionalismo, que es cosa de
corazón y la cabeza, está limpio del pecado del egoísmo, porque no se basa en
una concepción materialista, puesto que nuestros problemas no son,
principalmente, de orden económico. Tal es así que no pensamos presentar
nuestro Estatuto hasta que no esté sancionada la Constitución española.
Ribas Montenegro
Estampa, 22 de agosto de 1931
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