Miguel Hernández recitando en una fiesta. Tocando el acordeón José Herrera Petere |
De lo que el río lento se tragó
queda el recuerdo
la explosión dolorida
el mármol negro
acero verde
o tiempo endurecido
que da el hosco alumbrar del genio muerto.
Hirió un juez de uña de oro
la semilla
del gran centeno humano de Orihuela
la trituró un puñal
fuerte destello
del horizonte mudo
reflejado en violentos lodazales
y como el mar
fosfórico al formar hiel con el miedo.
La noche lo batió como un crepúsculo
contra un muro de arañas y sombras.
Hizo frío al morir Miguel Hernández.
Una raya de luz sobre las losas
era la muerte,
que habría de llegar antes del día.
Así este gran poeta
rindió el ánima
y en la ventana en reja
se encendía
un tiempo abrasador: Miguel Hernández,
un día de agosto
en que la tierra en llamas
ha de pedir Migueles a los cielos.
José Herrera Petere
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