rotas las astas, el testuz vencido;
que hasta cuando bramaba, su bramido
ni en el viento se oía.
Creyeron que su oscuro
dolor era agonía;
que el poder de su antigua reciedumbre
para el golpe mortal estaba ya maduro;
que su furor dormía doblado de mansedumbre.
Pero, de pronto un día, un día...
¿Qué sucede, qué sucede?
¿Qué pasa, que en la mañana
hay verdor de acometida,
despertar de sangre brava?
El toro del pueblo sube,
rebosa el toro de España.
Por las calles crece, hambriento,
se empina furioso, salta.
Es un ciclón de hermosura,
tromba de rayos y llamas.
Vive el toro, vuelve el toro.
No hay ruedo, para él no hay plaza,
barreras que lo limiten,
hierros que le pongan trabas.
El toro seco del campo, el de metal de las fábricas,
el de carbón de las minas,
el níveo de las montañas,
el ciego del mar, el toro
blanco y azul de las playas.
El toro español ha vuelto.
Su ruedo ya es toda España.
Si es de furia y pedernales
de chispas que no se apagan,
¿qué no ha de prender, qué nieblas
van a enfrentarle su espada?
Si ayer saltó en Barcelona,
si en Madrid ayer saltara,
mañana lo hará en Sevilla,
lo hará en Asturias mañana.
Levantará hasta los muertos
por donde quiera que vaya.
Su paso será una hoguera,
su arremetida una bala.
No habrá oscuros que lo lidien,
no habrá picas, ni habrá capas,
banderillas que lo doblen,
estocadas que lo hagan
morder el polvo, mulillas
que lo arrastren. ¡No habrá nada!
Sólo su hervor y una nueva
lumbre en los montes de España.
Rafael Alberti
España y la paz núm. 14. México, 15 de junio de 1952
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