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Mi libertad paso a paso. La historia del deportado cántabro Victoriano Estalayo Montes

 

«Todos los crímenes tienen perdón, y hallan indulgencia,

menos el crimen de echar a los hombres de su tierra.»

José María Quiroga Plá

 

 

 

Conocí a Fernando Rodríguez Estalayo una tarde de invierno de 2019 en Negreira, donde acudí para impartir una conferencia sobre los pontevedreses deportados a los campos nazis. Desde el primer momento me sorprendió su interés sobre este asunto y pronto descubrí, a través de sus palabras, que era familiar de un deportado y de que había movido cielo y tierra para intentar recomponer la triste historia de su tío Victoriano Estalayo Montes, un cántabro nacido en Las Rozas de Valdearroyo en 1913, panadero de profesión, que fue asesinado en Gusen a los 28 años.

 

Recomponer la vida de una víctima no es tarea fácil, pero Fernando, tras años de investigación y trabajo, pudo culminar lo que era uno de los objetivos de su vida y un homenaje para su tío Victoriano: publicar una novela con su historia bajo el título de Perro Rojo. De Cantabria a Mauthausen en busca de la libertad, editada por Letra Minúscula en 2022.

 

Ahora, con este libro que tengo el honor de prologar, va más allá. Victoriano ya no es el personaje de una novela, es el actor principal de la historia real de lucha, vida y muerte de un joven panadero, militante de las Juventudes Socialista Unificadas, que tras el golpe de estado de julio de 1936 se incorpora a las milicias para defender el gobierno elegido democráticamente por el pueblo español, que alcanza el grado de sargento del ejército republicano luchando en el Frente Norte, y que tras la caída de Santander fue hecho prisionero por los franquistas y confinado en uno de sus campos de concentración del que posteriormente se fuga para incorporarse de nuevo a las filas de la República con las que combate en la Batalla del Segre alcanzando el grado de Teniente.

 

Tras la caída de Cataluña, Victoriano cruza la frontera francesa como tantos otros exiliados, huyendo de la represión franquista, en busca de una libertad incierta y con la tibia esperanza de iniciar una nueva vida. Pero ni tan siquiera esto le fue permitido. Nada más cruzar la frontera  fue encerrado en el Campo de Septfonds, (conocido como Camp de Judes), creado con urgencia en febrero de 1939 en la ciudad del mismo nombre perteneciente al departamento de Tarn y Garona. Según relataba Mariano Marcos, uno de los prisioneros, «las condiciones de éste  campo eran deplorables, y los prisioneros estaban a merced de enfermedades, piojos y de vivir en barracones hacinados, junto a las ratas que se paseaban sin pudor y que nos obligaban por las noches a taparnos por completo hasta la boca, si no queríamos que las ratas nos hicieran cosquillas en la cara

 

Francia había pedido formar una "zona neutral" en territorio español donde pudieran establecerse los refugiados republicanos bajo supervisión internacional, evitando abrir así los pasos fronterizos a varios miles de civiles españoles, pero Franco rechazó la propuesta. El falangista José Esteban Vilaró explicaría después en su libro El ocaso de los dioses rojos el deseo del dictador: «Los rojos sobrevivirán sólo en la infamia, antes de que desaparezcan del imaginario colectivo y de los anales de la historia para siempre. Ellos se marchitarán sin gloria por los más remotos lugares del mundo. Es, al fin y al cabo, la historia de todos los emigrados […] La historia de todos los emigrados es la historia de un lento desaparecer sin gloria.»

 

Malditas las democracias europeas responsables de la catástrofe; maldito Franco que no se conformó con la victoria y decidió la aniquilación de los perdedores; maldita Francia que no socorrió a estas personas, denominando La Retirada como «invasión de bandidos y asociales españoles, asesinos de religiosos y gentes de orden», internándoles como ganado en condiciones deplorables. 

 

Desde abril de 1938 Édouard Daladier, estaba al frente de la jefatura del gobierno francés. Fue Daladier quien en septiembre de ese mismo año firmó los acuerdos de Munich, que suponían la anuencia a la anexión de Austria por la Alemania nazi y la cesión ante sus pretensiones en Checoslovaquia. Y también fue el gobierno de Daladier quien en noviembre de 1938 aprobó un decreto que permitía el internamiento de "extranjeros indeseables" bajo vigilancia permanente por el peligro que pudiesen representar para el Estado. Los "indeseables", "la escoria española", como eran denominados por muchos franceses, aquellos que también lucharían contra el nazismo para liberar Francia, se encontraron con que el territorio de su recién iniciado exilio era una playa. Llegaban exhaustos tras caminar varios días, con las manos vacías, hambrientos, y muchos enfermos o heridos. Habían perdido una guerra y tras la alambrada de espino perderían la libertad.

 

Con 26 años y agotado tras tres años de dura guerra, Victoriano comprobó que su recién estrenado exilio era similar a los campos de prisioneros en los que estuvo internado en España, sometido a un régimen de miseria, hambre, sed, frío y humillación. Además fue coaccionado por las autoridades francesas para regresar a España y para evitarlo terminó enrolándose en la 11ª Compañía de Trabajadores Extranjeros, una de las muchas unidades militarizadas al servicio del ejército francés, a las que se envió a los exiliados para acondicionar y mantener la que decían "inexpugnable" línea Maginot, 400 kilómetros de frontera que les separaban de la inminente invasión nazi y donde cayeron prisioneros miles de españoles que más tarde serían deportados a los campos de concentración del III Reich.

 

Desde Septfonds, el 29 de marzo de 1939, Victoriano, enterado de que México estaba dispuesto a acoger a los republicanos españoles que huyendo del franquismo se habían refugiado en Francia, escribió a la Legación de los Estados Unidos Mexicanos en París solicitando ayuda para poder llegar a México, pero esa ayuda y los pocos dólares que necesitaba para el traslado, nunca llegaría.

 

Victoriano Estalayo cayó prisionero del ejército alemán en Dunkerque en mayo de 1940. Trasladado al stalag de Trier, un campo de prisioneros de Guerra, más tarde sería deportado al campo de los españoles: Mauthausen,  campo de concentración establecido tras la anexión de Austria por parte de Alemania. Se construyó cerca de una cantera abandonada junto al Danubio, a cinco kilómetros de la ciudad del mismo nombre.  A principios de 1941 los nazis calificaron a Mauthausen como el único campo de categoría III, la categoría reservada a los campos de régimen más duro. Según un decreto oficial, Mauthausen estaba reservado a los prisioneros "culpables de acusaciones realmente graves, incorregibles, asociales y convictos por causas criminales, es decir, gente en custodia preventiva, con pocas probabilidades de poder ser reeducada".

 

Mauthausen llegó a administrar más de sesenta subcampos por todo el norte de Austria, donde miles de prisioneros tuvieron que trabajar hasta la muerte. Especialmente duro fue el subcampo de Gusen denominado “el matadero”, y en el que pereció la gran mayoría de españoles.

 

Victoriano fue transferido a Gusen, esclavizado en su terrible cantera, y pereció tras un sufrimiento inconmensurable el 30 de noviembre de 1941, cuando solo tenía 28 años.

 

Durante la Segunda Guerra Mundial, el régimen nazi deportó a cientos de miles de personas de diferentes nacionalidades a campos de concentración, destinadas al trabajo esclavo y al exterminio. La idolología nazi condujo a la persecución sistemática y al asesinato planificado de millones de personas. Como se comprobó entonces, y en repetidas ocasiones posteriores, la estructura ética de una sociedad puede desplomarse con mucha facilidad.

 

Por eso es tan importante que reconstruyamos sus vidas y las demos a conocer, que hagamos Memoria y Justicia, que les devolvamos las capas de humanidad que les fueron arrebatadas por los nazis cuando fueron convertidos en tan solo un número.

 

Así lo hace Fernando Rodríguez Estalayo en este libro. Lleva años hilvanando la historia de su tío Victoriano, con la dignidad y el respeto que le otorga el sufrimiento padecido. Detrás de cualquier sufrimiento siempre hay una víctima y sus familiares. Y detrás de sociedad herida, al ritmo de un diapasón que va marcando sin tregua el paso del tiempo, solo existe una palabra: impunidad.

 

Por ello debemos ser conscientes de la fragilidad de la libertad de la que gozamos y de que tenemos el compromiso moral y la responsabilidad de no olvidar, porque en esta España tan precaria en memoria, tenemos que seguir insistiendo en que el olvido es inadmisible.

 

 

María Torres Celada

Investigadora histórica y memorialista

 

Vigo, 27 de enero de 2024

Día Internacional de Conmemoración en Memoria das Víctimas del Holocausto.

 

Prólogo de Mi libertad paso a paso. Victoriano Estalayo Montes, de Fernando Rodríguez Estalayo, marzo 2024


El libro será presentado en Santiago de Compostela el próximo 15 de mayo a las 19:30 horas en el Centro Internacional de Prensa de Galicia (Rúa Nova, 9)







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