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31. Victoria Kent a través de los ojos de Gabriela Mistral




Ha llegado a mis manos por sorpresa un artículo publicado en la Revista Atenea de Chile, en mayo de 1936. Su autora es Gabriela Mistral y en el mismo habla de Victoria Kent, la mujer que más destacó dentro de la vida política de la II República española.

Victoria Kent nació en 1895, y tras realizar estudios de abogacía su nombre se hizo oír muy pronto como defensora de los encausados en la sublevación de Jaca de 1930. Sólo un año después, fue elegida diputada a Cortes Constituyentes por Madrid y designada Directora General de Prisiones, cargo en el que realizó una espléndida labor.

Tras el fin de la Guerra española, la nuevamente elegida diputada por Madrid en 1936 pasó al exilio, primero en Francia y en México, país con el que colaboró también a nivel penitenciario, y finalmente en Estados Unidos, donde colaboró en la sección de Defensa Social de la ONU. Aunque volvió a España en 1977, regresó a Nueva York, donde murió un 26 de septiembre de 1987. Hoy hace 24 años, y vamos a recordarla con las palabras de Gabriela Mistral.


“No se olvida nunca cuando un hombre o unos hombres en desgracia nos han llamado madre”


UNA ÍNDOLE.

Victoria Kent es una malagueña de media raza inglesa. Las dos franjas de sangre corren y se expresan en su carácter. Lleva de la mediterránea los óleos humanos que regara Roma en cada lugar en que se retardó creando una convivencia; lleva de anglosajona el sentido del aseo del mundo por la organización del trabajo colectivo y de la vida individual.

Su formación fue la común de la niña que aparece bien dotada en la escuela secundaria de la provincia. Después de su bachillerato pasó a la capital que, buena pulidora en su colegio especializado, “doma, tornea y lustra”. Vino de su Málaga amasada por esos escultores ligeros y fuertes que se llaman luz y olas. Castilla tal vez haya cumplido en ella el trabajo que le atribuyen de estilización o rubricación de la criatura española. Victoria Kent hace visible en su vida un estilo; y ése es el de la escuela hispana del futuro: una eficacia aliada a la fineza; una profundidad antigua veteada de una modernidad expurgada.

Alta, sólida sin pesadez, la talla sajona y el rostro latino, la voz grave, que va bien con su alegato austero en el tribunal; la conversación en bloques netos de conceptos, y nunca divagadora. Su persona exhala una dignidad exenta de arrogancia. No es la pechi-erguida según llaman los españoles a la soberbia, aunque su autoridad fuerte arrastra a las mujeres detrás de ella hacia las faenas sociales. Quisiera saber cómo se llamaría en física la condición de los cuerpos graves que no son extáticos, pero que se agitan raramente, y me gustaría saber también cuáles son las materias que sin ser neutras, sino bastante individualizadas, influyen en sus semejantes y en sus opuestos. La fórmula de Victoria Kent andaría entre ese dechado de la física y este otro de laboratorio industrial.

De tarde en tarde se bendice la condición humana, cuando cae a las manos en un ejemplar cumplido; se olvida de un golpe el fracaso conocido sobre los muchos que viven a cien jornadas de la ecuación hombre o mujer de las épocas clásicas. Saludamos aquello como el éxito completo tras del cual se corrió mucho, cansándose primero y al final encolerizándose. Y se emplean algunas semanas en averiguarse al individuo con curiosidad bien dichosa.


FEMINISMO.

Hay en los gremios profesionales de mujeres, las que atraen por el temperamento mejor que por la ideología; hay otras a las cuales la técnica conquistada del oficio ha endurecido como una intemperie marina; y hay el género más común en el feminismo: el que se bate a pura sentimentalidad en una liza donde sobran las lágrimas. Es raro de disfrutar en la masa de las sufragistas el caso de la consciencia lisa y llana. Parece que seamos las mujeres insinuaciones apenas apuntadas, hoces de luna nueva de una conciencia profesional o política. Pide ésta una larga escalera de estratos morales, y los cuajaremos en el porvenir, pero tan lenta camina la operación como van rápidas nuestras emancipaciones. El desequilibrio inquieta y con harta razón.

No me fiaría para entregarle la suerte de mi pueblo a “La temperamental” arrebatada que he dicho; ni haría camino muy largo al lado de la criatura minerviana, salida del seso de Júpiter y vaciada de entraña emocional. En cuanto a las emotivas, que en vez de hacer música se han puesto a hacer política, éstas suelen cansarse con su ignorancia gárrula. Pondría, eso sí, cualquier causa personal o gremial en las manos de una Victoria Kent de conciencia cenital, como de cuantas caen dentro de su familia o su orden.


POLÍTICA.

Llevaron a la Cortes Constituyentes a Victoria Kent unos electores que conocían la trayectoria de su vida, servicial y recta como una estrada romana, y allí estuvo haciendo, y no luciendo, durante dos años, en los debates. La seriedad de su carácter la conduce a repugnar desde la retórica de los frondosos hasta el cubiliteo de los ladinos. Donde hay industria activa sobre la cual poner a mano, realizando el bien para la colectividad, ella toma su sitio. Desprovista en cuanto a medio sajona de la piel de raso que son nuestras vanidades, estará allí trabajando sin énfasis, sentada en la zona donde el ingenio vicioso espejea menos y no atrae a los novedosos y noveleros.


LA PENALISTA.

La República la colocó desde sus comienzos en un cargo desde el cual diese la medida de su energía y la nobleza de su cultura penal: le entregó la jefatura de las cárceles españolas.

Ella llevaba consigo esa materia en todo tiempo peligrosa –dinamita para los flacos de ánimo y para los aceptadores de su mal– que llaman con palabra desacreditada “ideales”. Una pasión real del derecho le hizo seguir la abogacía; luego, sus años de un bufete, asomada a diario a las cárceles -¡y qué cárceles!- la había cargado de experiencia. Contra la costumbre del criminalista teórico, ella se sintió llamada a realizar en el cargo, cuanto planeó durante su vida: la reforma de los servicios carcelarios, ni más ni menos.

Realizó en catorce meses lo que es dable hacer en campo de calamidad tan dilatado, guerreando día a día con la vieja poltrona que es la costumbre perversa. Sus golpes de azada al régimen penitenciario fueron los siguientes: Aumentó la ración alimenticia a los presos, el que castiga, a lo menos ha de alimentar. Duplicó las provisiones de coberturas, pensando en que se hiela el que está quieto como un banco. Dio la orden, que azoraría a los jefes, de la recogida de las cadenas y grillos en las celdas de castigo. El dato pone no se qué escalofrío: mandó fundir los objetos infames para sacar de ellos hierro, que bastó para el monumento a Concepción Arenal. Llevo el baño y la ducha a los nuevos edificios carcelarios. Suprimió los cárceles llamadas de partido (de pueblos pequeños) que en varias partes existían en inefable revoltura con cuadras y … escuelas.


HEREDERA DE CONCEPCIÓN ARENAL.

La obra en que se daría gusto entero fue la construcción de la nueva Cárcel de Mujeres de Madrid. Ha contado Victoria Kent al periodista Ángel Lázaro, que a lo largo de su vida, ella alimentó la idea de esta creación y que llegando a la jefatura general de prisiones se dijo como a sí misma y como a la otra que hay en nosotros: “Ahora hago la Cárcel de Mujeres”. Cuenta que pidió al arquitecto: “Mucha luz, toda la posible. Una casa como la que quisiese una para vivir. Luz por todo costado. Seis patios. Seis terrazas y una soberana azotea general”. El amor de holgura, aseo y claridad, no se quedó en las oficinas: maravilla en la cárcel nueva, por ejemplo, la magnífica cocina. Cuarenta y cinco cuartos de baño para la pobre clientela. Setenta y cinco dormitorios independientes, una gran enfermería, un honorable salón de actos, los talleres abastecidos para el trabajo manual, la biblioteca que es para los presos la cotidiana salida al mundo, y el santo departamento para las madres delincuentes que deben criar a sus niños. (¿Han pensado los jueces hasta la última raíz del concepto en la madre presa, que cría y en lo que ella cría?) Faltan en la nueva cárcel las “celdas de castigo”; se han reemplazado con unas celdas de aislamiento para las reclusas rebeldes, y en ellas, la única penitencia es la separación de las compañeras. Victoria Kent ha dicho que cuando una mujer entra en esa cárcel, “conocerá un choque moral desde su primera pisada, y que esa casa empujará suavemente la buena crisis de su conciencia”.

Ahí está plantada en el barrio de “Ventas” de Madrid la masa blanca, albergadora de la delincuencia mujeril. Su arquitectura ostenta la dignidad de las cosas hechas para un vasto servicio social; la sencillez geométrica que ha aventado barroquismos promete los modos judiciales de la época, ni sentimentalotes ni sargentescos. Victoria Kent ha debido probar una satisfacción profunda mirando su sueño de media vida vuelto pasta de piedra y logro aplacador.

Las delincuentes castellanas de tres centurias vivirán, gracias a ella, bajo esos techos de clemencia y detrás de esas puertas más comunicadoras que tajadoras del mundo. Santa Concepción Arenal no pudo alcanzar en su tiempo este remate de su sacro empeño. Dejó sus libros a la manera de un fermento, y en química como en letras, las levaduras o revientan o enlindan la harina, por pesada que sea. A una distancia de cuarenta años, que pudieron ser menos, pero que no son demasiado, Santa Concepción Arenal, la gallega, gana su batalla por el brazo prestado de una mujer que comió su doctrina, en una eucaristía secreta. “Esta es mi sangre”, dice cada libro esencial a su lector proato. Si tales hostias se comen en la adolescencia pueden más sobre nosotros, y Victoria Kent es un caso de esas adolescencias heroicas que auguran y cumplen unas madureces grandes.

Cuando le dijeron que el menester de la reforma carcelaria correspondía a varón y no a mujer, pudo contestar que manos viriles habían manejado el problema sin sacarlo de su encenegamiento en la crueldad o el abandono. Cuando le enrostraron “una anarquización del servicio”, pudo desplegar el cuadro que encontró y enfrentar la libertad dichosa que ella trajo con la anarquía satánica encontrada al llegar.

Ella dice: “O creemos que nuestra función sirve para modificar al delincuente o no lo creemos. En el caso de no tener esta fe, todas las mazmorras y el repertorio entero de castigos será poco. Si tenemos, en cambio, esa fe, hay que dar al hombre trato de hombre, no de alimaña”.

Son conceptos de la mente muy lógica que ella lleva, aun cuando la elevación doctrinal de ellos la haga aparecer a los palurdos como mujer de utopías lacrimosas.


IDEOLOGÍA.

La teoría y la conducta política de Victoria Kent se resuelve en un ángulo formado de una democracia corajuda que acepta el socialismo y de una fórmula de realización que suaviza por medio de una densa cultura la realización de esa democracia subida. En éste como en otros puntos, camina con el equipo de las intelectuales españolas. Su espíritu de solidaridad parece que sea uno de sus atributos sajones más nobles: ella escoge parsimoniosamente el grupo humano con el cual se funde y al que no abandona por la pequeña disidencia de ayer o de mañana.

Admirable parece también su tino en Parlamento y asamblea; se podría sacar de sus discursos una pequeña antología de pensamiento social y de táctica política, que podía llamarse “Breviario de la sabiduría política feminista para el uso de mujeres latinas”

Es de estimarse en la literatura política de Victoria Kent la ausencia de cualquier forma de demagogia. Pudor escaso en la casta política, cuyo menester es el batir a las multitudes como a clara de huevo, pudor de líder de altura, delicadeza doblada por la condición mujeril. No sabemos la facilidad con que las feministas caen de bruces en la demagogia, a causa de nuestro terremoto pasional y de nuestro apetito de éxitos inmediatos.

Algunas lectoras podrían sacar, malamente, de este acápite la conclusión de que Victoria Kent es una diputada Centro-derecha, Centro-moroso o Centro-cómodo, y se equivocarían porque Victoria Kent es mujer de izquierda y de un doctrinarismo diamantino por su terca firmeza. Es probable que en nación de justicia social lograda, no fundase con sus amigos un partido radical-socialista; pero en la España que tiene que labrar los surcos, tan anchos como ella misma, del bienestar obrero y campesino, ni Victoria Kent ni otra criatura de su probidad podía elegir otro camino que el de una evolución social a las marchas forzadas. La desorganización de los pueblos llamados hispánicos le golpea en las potencias con látigo errado; el hambre de Castilla y Andalucía le castiga los sentidos cuando camina sobre el pecho o la extremidad de la Península.


SUFRAGIO FEMENINO.

Victoria Kent combatió en las Constituyentes el voto femenino, acarreándose con ello la hostilidad de los grupos sufragistas españoles y una verdadera explosión de los feminismos extranjeros más fogosos; una mujer y además una diputada, quería rehusar el voto a sus hermanas.

Ella no negaba ni siquiera discutía el derecho a voto de las mujeres. Pensamiento tan escrupuloso como el suyo no puede nutrir el concepto de un electorado eterno de los hombres. Una mujer que ha hecho la jornada dantesca por los infiernos de este mundo, que se llaman niñez proletaria abandonada y niñez rural, y que se llaman, además, problemas judiciales y trabajo femenino pagados con salario de hambre, tiene que pensar en la creación de otra sensibilidad en el Estado entero, menester que cumplirá la única que trae unas manos puras y una conciencia no relajada a las legislaturas.

De puro fiel a sí misma y a la mujer en general, ella tenía en este trance “ojos para ver y oídos para oír”. Se conocía la ignorancia de la masa femenina votante y pedía a las Cortes una pausa larga para la preparación del electorado mujeril. Victoria Kent resistió la embriaguez de vino generoso o de café negro que es la demagogia sufragista sajona o latina; sabe que no se trata solamente de que las mujeres votemos, sino de que no lleguemos hasta este campo tremendo del sufragio universal a duplicar el horror del voto masculino analfabeto… Arribar con mejores prendas cívicas y, a ser posible, llevando una fórmula correctora del sufragio en general, era su intención sagaz. La mera obtención del voto y la satisfacción de la vanidad del sexo deben parecerle unas niñerías bastante atolondradas. Ha hecho la Casandra contra toda la cordialidad de su naturaleza que la lleva a las maneras suaves de convivencia así en hogar como en asamblea. La mujer española, en gran parte, votó contra la República que le regaló el voto, y esta frase ya corre acuñada llevando consigo una realidad alarmante.

El tipo especial de opinión pública sin contorno acusado, que es el español, acaso salga de este mujerío votante que todavía no sabe qué es lo que quiere y a dónde va. Por otra parte, no son estas electoras españolas ningún fenómeno de necedad y menos de maquiavelismo, sencillamente, fueron llevadas sin tránsito a una seria función política.


UNA FRASE.

He encontrado en uno de sus discursos, y como perdida, una frase de Victoria Kent, relámpago de esos que alumbran una zona del alma y gracias a los cuales suele captarse una criatura entera. Ella habla de los sostenes morales con que cuenta para su lucha y que llegan en su correo cotidiano y añade: “No se olvida nunca cuando un hombre o unos hombres en desgracia nos han llamado madre”. Belleza grande de esos tres regalones que don Miguel de Unamuno comentaría, sacando a la luz un género de maternidad que el mundo comienza a conocer: la maternidad de la jefe de prisiones y de hospitales o de las veladoras de salas-cunas, y que corre desde el gris desabrido de un funcionalismo laico enteco hasta una piedad patética o una mística vertiginosa.


HACER Y DESHACER.

Pasó la marejada reformista del primer Parlamento y vino una mudanza visual que un óptico sabría decir: las proporciones de la faena que se iba a cumplir disminuyeron; la República habló de pronto en una lengua alguacilesca que era de paños tibios o de subterfugios. Victoria Kent no se dio por notificada de un trueque de la República española y rehusó hacer concesiones, bajando calorías a su reforma. Había que irse, dejando los moldes abandonados a manos más consentidoras o quedarse rompiéndoles como una alfarería fracasada en el horno.

Tiempos vendrán, o no vendrán, de reanudar el santo trabajo de la cárcel recreadora de hombres, y al revés de los apóstatas de sí mismos, ella podrá volver trayendo su plan intacto, sin averiadura ni quebrajeo, para continuarlo en el punto y la línea en que se lo interrumpieron.

Entretanto –y puede durar lo que sea el interregno– ella da a quienes la vemos vivir, de cerca o de lejos, el espectáculo lujoso –la ética gasta en ciertos seres un verdadero lujo– de una vida apostólica, tan llena en las maneras como subida en el rigor.


Gabriela Mistral.
Revista Atenea, año XIII, tomo XXXIV, Nº 131, mayo de 1936.


"Yo soy republicana de pura cepa, republicana de ayer, republicana de hoy y republicana de mañana" (Victoria Kent)








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