Victoria Kent fue fiel a un ideal: el republicano;
fiel a un partido: el Radical Socialista; fiel a una obra dentro de su
profesión: la humanización de las cárceles; fiel a un imposible entonces: el
derrocamiento de la dictadura franquista y restauración de la República en
España.
Fue nombrada Directora General de
Prisiones por Decreto de 18 de abril de 1931. Y dimitió de su cargo el 8 de
junio de 1932. A lo largo de los catorce meses que permaneció en el puesto,
desarrolló una ingente labor de reforma del sistema penitenciario.
Las tres medidas más importantes de
todas las que adoptó fueron: la recogida de cadenas y grilletes, lo
que borró para siempre la posibilidad de hacer chistes negros a costa de
la figura del preso vestido a rayas y arrastrando una gran bola de hierro (Con
el material requisado en las cárceles ordenó hacer un busto en hierro a
Concepción Arenal que ya había intentado reformar y modernizar el sistema penal
español en el s. XIX ), la supresión de 115 cárceles y los permisos de salida
de los presos.
Las cárceles suprimidas eran en su mayoría, cárceles de pueblos pequeños, cuyos locales eran inmundos y, en
muchas ocasiones, compartidos con escuelas, casas particulares y albergues
de caballerías.
La revolucionaria medida de conceder
permisos de salida a los reclusos, permisos de ida y vuelta que nada tenían que
ver con la libertad condicional, causaron gran sensación y cierto terror,
pero sin duda los casos eran escogidos con tanto cuidado y certeza, sujetos a
la conducta del recluso y a sus circunstancias familiares, que "ni
uno solo de los reclusos que disfrutó de este permiso dejó de presentarse en la
prisión en la fecha que le fue fijada".
El 8 de junio de 1932, apareció en
la Gaceta de Madrid (el BOE) la noticia de la dimisión de Victoria Kent. Hasta
entonces había recibido el apoyo político del que era Ministro de Justicia, Don
Fernando de los Ríos. En esos momentos ocupaba el cargo un nuevo Ministro de
Justicia, don Álvaro de Albornoz, precisamente al que ella había defendido
durante la monarquía ante el Tribunal Supremo de Guerra y Marina, obteniendo su
absolución, y que, además, pertenecía a su partido, el Radical Socialista.
Manuel Azaña, presidente del Gobierno,
tampoco se mostró demasiado sensible al proyecto de reforma penitenciaria por
considerarlo demasiado humanitario y así lo plasmó en sus memorias: "En
el Consejo de Ministros hemos logrado por fin ejecutar a Victoria Kent,
Directora General de Prisiones. Victoria es, generalmente, sencilla y
agradable, y la única de las tres señoras parlamentarias simpática…Pero en su
cargo de Directora General ha fracasado. Demasiado humanitaria, no ha tenido
por compensación, dotes de mando. El estado de las prisiones alarmante. No hay
disciplina. Los presos se fugan cuando quieren. Hace muchos días que estamos
para convencer a su ministro Albornoz de que debe sustituirla. Albornoz,
aterrado ante la idea de tener que tomar una resolución disgustosa para
Victoria, se resistía. Pero la campaña de prensa contra la Kent ha continuado y
está quedando muy mal. Sea como quiera, hoy se ha acordado la separación de la
Kent y el nombramiento de Sol para sustituirla".
En el número 17 de la
publicación Tiempo de Historia, editada en abril de 1976, Victoria
Kent, relata su experiencia penitenciaría. Trascribo a continuación el texto,
que me parece de un gran valor histórico, y como homenaje a esta excepcional
mujer.
"En el mes de mayo de 1931 fui requerida por el primer
gobierno republicano para ocupar el cargo de Directora General de Prisiones. Mi
conocida labor social, mis estudios y experiencias en cuestiones penales por mi
profesión de abogado, movieron sin duda al Gobierno a ofrecerme el cargo. Lo
acepté con la plena convicción de las dificultades que ]levaba aparejado
semejante cargo, y principalmente por estimar que la reforma del régimen
penitenciario en España era uno de los grandes problemas que se debían acometer.
Conociendo como conocía por experiencia que toda la
correspondencia de los reclusos debía ser entregada abierta a la dirección de
la prisión, establecí buzones para las reclamaciones que la población reclusa
tuviera que hacer a la Dirección General exclusivamente.
El presupuesto de que podía disponer para todos los
servicios de cárceles y penales era el insuficiente que había señalado el
gobierno monárquico anterior al advenimiento de la República. Con ese
presupuesto, al que debía atenerme, aumenté la consignación establecida para la
alimentación de los reclusos, sin necesidad de pedir suplemento de crédito;
fueron reemplazados los camastros inmundos por nuevos jergones. Estas
elementales medidas fueron las primeras que tomé.
Ateniéndome a los principios básicos de nuestro
régimen republicano, establecí la libertad de cultos en las prisiones, haciendo
voluntaria la asistencia de la población reclusa a la misa, que se seguía
celebrando como siempre.
Tres reformas causaron sensación en la opinión pública:
la recogida de cadenas y grilletes que existían en las celdas de castigo (de
este asunto volveré a hablar más adelante); la supresión de 115 cárceles de
partido, de pequeños pueblos cuyos locales eran inmundos, compartidos en muchos
lugares con escuelas, con casas particulares y con albergues de caballerías, y
cerré también aquellas otras prisiones que daban un promedio menor a seis
detenidos mensuales. Cerré sólo un Penal: el de Chinchilla, en la provincia de
Albacete. Estaba instalado en un viejo castillo que no disponía de agua en su
interior y, ni qué decir tiene, sin posibilidad de calentar una pieza. Vi
penados con las manos cubiertas de llagas por el intenso frío del invierno y la
humedad.
El pueblo me recibió con grandes pancartas que decían:
«¡Queremos el Penal!» Mi deber era explicar la situación al pueblo y así lo
hice desde el balcón del Ayuntamiento. La multitud dio muestras de asentimiento
a mis palabras y se disolvió pacíficamente. Estas medidas dieron origen a que,
los opuestos a toda reforma en las prisiones, propalaran la especie de que las
prisiones se iban a suprimir completamente.
No causaron menor sensación los permisos de salida de
los reclusos que concedí en casos especiales, permisos sujetos ala conducta del
recluso y a sus circunstancias familiares. Ni uno de los reclusos que disfrutó
de este permiso dejó de presentarse a la prisión en la fecha que le fue fijada.
Por un decreto cuya fecha no me es posible señalar,
pero que encontrará el curioso en la oficial Gaceta de Madrid de aquellos
meses, quedó establecido que todo recluso, al cumplir los 70 años de edad,
sería liberado fuera cual fuera el delito que hubiese cometido.
En aquellas cárceles nuevas, de regiones excesivamente
frías, hice instalar calefacción en las enfermerías y en el local dedicado a
escuela. Estas reformas se llevaron a efecto sólo en la cárcel de Salamanca y
en el Penal de Burgos, por no disponer el presupuesto de más amplitud. Visité
cuantas cárceles pude, aprovechando los fines de semana que me dejaban libres
las tareas de mi cargo y del Congreso de Diputados, del que formaba parte como
diputada por la provincia de Madrid. Deseaba
conocer, ver por mis propios ojos la situación de cárceles y presidios y
apreciar la vida penitenciaria en su realidad. Visité las cárceles de
Salamanca, Barcelona, Sevilla, Granada, Córdoba, Sanlúcar de Barrameda, y los
Penales del Puerto de Santa María, Burgos, Chinchilla y El Dueso (Santoña).
Las cárceles de Madrid, la de hombres y la de mujeres,
fueron las primeras visitadas. A la cárcel de hombres se la llamaba «la cárcel
Modelo» por haberse adoptado en su estructura interna una combinación de celdas
y galerías, en abanico, de tipo nuevo en la época en que se construyó; pero
disponía de celdas de castigo. La cárcel de mujeres estaba instalada en un
antiguo convento. La impresión que me produjo aquel recinto y las condiciones
de vida de las reclusas me llevó a poner en práctica, a toda marcha, la nueva
cárcel de mujeres. Trabajé los planos con el arquitecto y tuve la satisfacción
de colocar, en los cimientos de esta nueva cárcel, la primera piedra. El nuevo
edificio comprendía: setenta y cinco dormitorios individuales, cuarenta y cinco
cuartos de baño, una gran enfermería con calefacción, un adecuado salón de
actos, talleres para el trabajo manual, un departamento para biblioteca y otro,
en la parte alta del edificio, con sol y aire para las madres delincuentes que
llevaban con ellas a sus hijos menores de tres años, medida legal ya
establecida en el Reglamento de Prisiones. Faltaban las celdas
de «castigo». La cárcel se terminó y allí sigue en el barrio de Ventas; pero la
vida en el interior, según mis informes, nada tiene que ver con mi proyecto de
vida penitenciaria para las mujeres; todo se ha modificado para unas reclusas
sometidas a un régimen dictatorial. Debo señalar la buena impresión que tuve de
la Cárcel de Mujeres de Alcalá de Henares.
Prometí más arriba volver sobre la recogida de cadenas
y grilletes instalados en las prisiones de hombres. Pues bien, esos hierros los
mandé llevar a Madrid y fueron fundidos con otros metales en un busto de
Concepción Arenal, insigne mujer española, de profundos estudios penales,
nombrada oficialmente, a mediados del siglo XIX, Visitadora de Cárceles. El
joven y entusiasta escultor Alfonso Palma realizó la obra, y allí, en el Paseo
de Rosales, en Madrid, está el busto de la insigne gallega y mi homenaje
fervoroso.
No puedo dejar de aludir a mi visita al Penal de El
Dueso. Diputados de la provincia de Santander me habían puesto al corriente de
la peligrosa situación del Penal, afirmándome que los reclusos estaban armados,
es decir, llevaban ocultas armas blancas. Medité sobre esas noticias fidedignas
y alarmantes y decidí mi viaje. Mi llegada era esperada y temida por varias
razones. Después de hablar con los funcionarios del Cuerpo de Prisiones ordené
formar la población reclusa en el gran patio. Desde una plataforma instalada
allí dirigí la palabra a los reunidos. Primeramente dije que el gobierno se
interesaba especialmente por la reforma del régimen de las cárceles y
presidios, y que estaba dispuesta, por encargo del propio gobierno, a mejorar
en todo lo posible la vida en el Penal. Pero teniendo noticias de que algunos
reclusos estaban armados, la primera condición que imponía era el desarme
inmediato —lo recuerdo como si lo hubiese vivido ayer—. El personal que estaba
situado detrás de mí quedó sobrecogido, y según me dijeron más tarde los dos
secretarios que me acompañaban, los rostros lucían una palidez cadavérica.
Siguieron unos minutos de silencio e incertidumbre,
cuando de un lejano rincón del patio, situado a la derecha, surgió un recluso
joven, fuerte y decidido, y tomando el arma que llevaba en un bolsillo la tiró
al otro extremo del patio. A continuación una lluvia de armas, más o menos
pequeñas, fue dirigida al mismo rincón. El Penal quedó desarmado. Agradecí, no
sin emoción, el rasgo viril y respetuoso y prometí lo que más tarde se fue
realizando en el penal: el arreglo de un campo de deportes y la puesta en
marcha de talleres de trabajo, abandonados hasta entonces. La emoción nos
embargaba a todos.
Al día siguiente asistí a la comida en común y pude
comprobar que reinaba paz y satisfacción: las caras me sonreían y la comida
tenía más alicientes que en días anteriores. Volví contenta y allí quedaron
también algunas esperanzas de mejoras con el nuevo director que nombré. Este
episodio constituye uno de los más fuertes recuerdos de mi vida, y he podido
relatarlo con detalles porque está en mi espíritu tan vivo como el día que
sucedió.
Creé poco después nuevas instituciones: el Cuerpo
Femenino de Prisiones, cuyo personal sustituyó a las religiosas que venían
desempeñando esa misión con buena voluntad, sí, pero careciendo de los
necesarios conocimientos penitenciarios. Este nuevo personal tuvo su
preparación en cursos especiales. Con esta finalidad y otras más amplias
creamos el Instituto de Estudios Penales, donde se organizaron cursos no sólo
para el personal de Prisiones, hombres y mujeres, sino también para la
preparación de jóvenes interesados en seguir la carrera judicial y para los
jueces que lo desearan. Se nombró Director del Instituto al doctor don Luis
Jiménez de Asúa, insigne penalista español, profesor de Derecho Penal de la
Universidad de Madrid, y autoridad internacional de esa disciplina. De este
gran profesor fui yo, años antes, la primera alumna, es decir, el primer alumno
del sexo femenino que asistió a sus clases.
Presenté la dimisión de mi cargo de Directora General
de Prisiones al oponerse el Gobierno a mi proyecto de la reforma que tenía
proyectada del Cuerpo de Prisiones (masculino). Es posible que alguien se
pregunte adónde pueden conducir las nuevas teorías penitenciarías. Muchos de
los principios actuales se encuentran ya llevados a la práctica en varios
países nórdicos, en Suecia y Noruega, por ejemplo. En Suecia se ensaya en las
prisiones de corrección conocidas como Prisiones de Familia— un nuevo sistema,
y éste es: la vida del delincuente en familia; fuera, pues, de la prisión. El
director de esta prisión, señor Torsten Eriksson, ha declarado: «No creo en los
castigos, ni en las prisiones. Es necesario encarcelar a ciertos hombres, claro
está, para proteger la sociedad; pero una vez que hemos encarcelado al hombre,
tenemos que trabajar contra la prisión; lo que quiere decir, proteger al
prisionero contra la prisión».
Termino mi relato con esta afirmación: las cárceles,
tal como funcionan y están concebidas hoy —centros de deformación
humana—desaparecerán, serán sustituidas por clínicas especializadas y talleres
de formación profesional. Evidentemente habrá siempre un cierto número de
delincuentes cuya especie criminológica necesite un período de aislamiento más
o menos prolongado. Pero esas prisiones estarán en manos de un personal técnico
capaz de poner al recluso en camino de reincorporarse en la sociedad.
Esta es mi profunda convicción".
Victoria Kent
Tiempo de Historia número 17, abril de 1976.
Discurso de Victoria Kent en la toma de posesión como Directora de Prisiones
La Fox filmó un documental recogiendo diversos momentos de los días de la República, como por ejemplo la toma de posesión de Victoria Kent como Directora General de Prisiones o el acto de entrega de La Casa de Campo al pueblo de Madrid. El Gobierno Provisional recibió una copia de la película pero en julio de 1936 tuvo que ser escondida. En Marzo de 2009 la grabación es encontrada en la vivienda de la famllia de Niceto Alcalá-Zamora, primer presidente de la II República, en Priego (Córdoba).
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