Víctimas de un bombardeo en Madrid |
El Estado español se reafirma en la doctrina constitucional de renuncia a la guerra como instrumento de política nacional. España, fiel a los pactos y tratados, apoyará la politica simbolizada en la Sociedad de Naciones, que ha de presidir siempre sus normas. Ratifica y mantiene los derechos propios del Estado español y reclama como potencia mediterránea un puesto en el concierto de las naciones, dispuesta siempre a colaborar en el afianzamiento de la seguridad colectiva y de la defensa general del país. Para contribuir de una manera eficaz a esta política, España desarrollará e intensificará todas sus posibilidades de defensa.
Requerido el ilustre escritor
don Antonio Machado para intervenir en la encuesta abierta para glosar por
radio los trece puntos del Gobierno Negrín, ha escrito, con respecto al
duodécimo de dichos postulados, lo siguiente:
«Los trece puntos del Gobierno de la República.- Con
esta denominación, designa ya la fama, dentro y fuera de España, una
declaración de los propósitos de nuestra guerra, que contiene, al mismo tiempo,
los fundamentos de toda una Constitución política, en la cual resplandecen dos grandes
virtudes: la de mirar al mañana y la de recoger lo mejor y más esencial de la
tradición española.
Yo siento mucho no haber
meditado bastante sobre política. Pertenezco a una generación que se llamó a sí
misma apolítica,
que cometió el grave error de no ver sino un aspecto negativo de la política,
de ignorar que la política podía ser algún día una actividad esencialísima, de
vida o muerte, para nuestra patria. No es extraño que no sea un hombre de mi
quinta, sino de otra posterior, el doctor Negrín, quien tiene hoy la gloria de
interpretar, en plena guerra, la voluntad política de España, en un documento
que ya la Historia ha hecho suyo, y que merece el respeto y la admiración de
todos. Cábeme la profunda satisfacción de no haber sido totalmente recusado en
mi vejez por los pecados de mi juventud, de que todavía se quiera escuchar mi
voz. cuando tantas otras, justamente autorizadas, tienen la palabra.
"El
Estado español -se dice en el punto duodécimo- se reafirma en la doctrina constitucional de renuncia
a la guerra como instrumento de política nacional. España, fiel a los Pactos y
Tratados, apoyará la política simbolizada en la Sociedad de Naciones, ratifica
y mantiene los derechos propios del Estado español, y reclama, como Potencia
mediterránea, un puesto en el concierto de las naciones, dispuesta siempre a
colaborar en el afianzamiento de la seguridad colectiva y de defensa general
del país. Para contribuir de una manera eficaz a esta política, España
desarrollará e intensificará todas sus posibilidades de defensa".
Reparemos en el contenido de
este párrafo esencialísimo sin pretender completarlo, porque su análisis
completo requiere muy hondas meditaciones, que se exceden en mucho a nuestra
capacidad de reflexión. Con toda energía, se hace constar en él que el Estado
se reafirma en una doctrina constitucional: la de la Constitución que debe ser
sagrada para nosotros, la Constitución cien veces legítima de España, votada en
unas Cortes Constituyentes como
expresión inequívoca de la voluntad política de la nación, precisamente la
Constitución hollada, ultrajada y pérfidamente combatida por militares
facciosos que se alzaron en armas contra ella... No lo digo bien; procuraré
expresarme con más exactitud. Los militares no se alzaron en
armas contra la Constitución, se alzaron con
las armas, cobarde y subrepticiamente, para dejarla totalmente
indefensa, aunque, por fortuna, los heroicos puños del pueblo supieron
defenderla, la están defendiendo todavía.
De modo que el gobierno de la
República, en el párrafo duodécimo del documento que analizamos, no promete
novedades para ponerse a tono con circunstancias políticas que pudieran serle
propicias, sino que se afirma en la doctrina constitucional, que representa la
evolución histórica de su pueblo, en el momento en que la traición de dentro y
la codicia de fuera surgieron en su camino.
El
Estado español se reafirma en la doctrina constitucional de renunciar a la
guerra como instrumento de política nacional. Esto quiere decir, y
lo dice muy ciertamente, que España renuncia para siempre a toda ambición
imperialista, a todo ensanchamiento territorial debido a la violencia. Esta
declaración pudiera parecer superflua al pensamiento superficial, pero de
ningún modo lo es, porque España, reducida al dominio de su metrópoli, que
actualmente se le disputa, ha sido un gran Imperio, y la nostalgia de volver a
serlo tendría en ella razones psicológicas muy hondas, que otros muchos pueblos
no podrían invocar. Pero España, en su Constitución y en el magnífico documento
del doctor Negrín, no las invoca, porque está mucho más allá de ellas. España
es, en el fondo, fiel a su historia, al hacer hoy, mutatis
mutandis, lo que ha hecho siempre: dar más que recibe. España ha
sido, en efecto, un pueblo de conquistadores; América es su gesta inmortal.
Pero España no ha conquistado nunca para sí misma, no ha sido nunca un pueblo
de presa, como lo han sido otros muchos. Sus conquistas en América van
precedidas del descubrimiento de un continente, de todo un mundo nuevo. ¿Qué
representan unas cuantas batallas ganadas a los indios por nuestros capitanes
ante aquella ingente labor exploradora, de adentramiento y de aventuras en
países desconocidos, bajo climas crueles, ante aquella lucha gigantesca contra
una naturaleza hostil, inhóspita, abrumadora? La gran gesta española es la
conquista de la naturaleza, si queréis, de la geografía para la Historia.
Nunca invocó España -a la
manera de los totalitarios- la virtud de la fuerza para el dominio de los
hombres. Se podrán discutir sus razones y sus ideales, de ningún modo su
posición ética; porque siempre ha creído servir a una causa más alta que su
propio egoísmo.
Cuando el doctor Negrín, en el
número doce de su escrito, declara que España renuncia a la guerra como
instrumento político, hace una afirmación españolísima, que autoriza y confirma
lo más esencial de la tradición española.
España,
fiel a los Pactos y Tratados, apoyará la política simbolizada en la Sociedad de
Naciones que ha de presidir siempre sus normas.
Reparemos en que cuando el
doctor Negrín habla de la Sociedad de Naciones, que ha sido, en efecto, creada
para fines tan altos como de ponerse a todos los pueblos bajo el imperio de la
justicia, de ningún modo para coadyuvar al exterminio de los débiles para
conservar el equilibrio de fuerzas antagónicas entre los fuertes. La política
que ella simboliza, de buen o de mal grado, nada tiene que ver con el estado
empírico de ese organismo de opereta justamente desacreditado en nuestros días.
España -continúa
el documento- ratifica
y mantiene los derechos propios del Estado español, y reclama, como Potencia
mediterránea, un puesto en el concierto de las naciones, dispuesta siempre a
colaborar en el afianzamiento de la seguridad colectiva y de defensa general del
país.
En los momentos que vivimos,
cuando se lucha en defensa de los derechos inalienables, no huelga de ningún
modo invocarlos, puesto que no falta quien, ciega y bárbaramente, pretende
desconocerlos para atropellarlos. España es, efecto, potencia mediterránea por
su posición geográfica, por virtud de su historia y por razones étnicas de
todos conocidas. Cuando, a título de tal, reclama un puesto en el concierto de
las naciones, no tiene ninguna pretensión usuraria, ninguna ambición desmedida.
Fiel a su historia, no expresa ningún propósito de hegemonía sobre las naciones
de Europa. Porque España, este vasto promontorio del Occidente europeo, gran
escudo de Europa durante ocho siglos; España, por quien existen potencias
oceánicas y mundiales, ha dado siempre -repito- más de lo que ha recibido, y
este sentido generoso de su actuación en la Historia no lo ha perdido nunca. A
cambio de tanta nobleza -digámoslo de paso- España ha sido víctima de las
mayores calumnias; porque hasta el título de europea se le ha negado. Quienes,
con total desconocimiento de la Historia y de la geografía, sostienen que el
África empieza en los Pirineos, olvidan que en Europa occidental, erizado de
sierras y poblado de pechos indomables, merced a los cuales Europa es Europa.
Olvidan quienes pretenden disminuir a España como potencia en el mar latino que
cuando España había descubierto y daba su sangre a un continente más allá del
Atlántico, conservó Venecia la hegemonía del Mediterráneo con la ayuda de
España, y que merced a España triunfadora en Lepanto no fue el Mediterráneo un
lago totalmente entregado a las amenazas del poderío truco y a las piraterías
berberiscas. Miguel de Cervantes, el más egregio soldado en las galeras de
España y el más ilustre cautivo europeo que tuvo Argel, viene hoy a nosotros
para decirnos: "En verdad que ese título
de potencia mediterránea no se lo hemos robado a nadie".
Para
contribuir de una manera eficaz a esta política -termina
el párrafo duodécimo- España desarrollará e intensificará
todas sus posibilidades de defensa. Oídlo bien, amigos muy queridos
de Francia y de Inglaterra, porque España no habla el lenguaje equívoco y
perverso de las Cancillerías: "todas sus posibilidades de defensa,
y ninguna de sus posibilidades de agresión". Oídlo también
vosotros, mal encubiertos enemigos de la España leal, encaramados en el poder
de dos pueblos amigos, que de ningún modo pueden ser enemigos nuestros. La
defensa que España quiere desarrollar e intensificar, no es sólo la suya, ¡tan
legítima!; es también la que vosotros tenéis abandonada en provecho de nuestros
comunes enemigos, que son los más implacables enemigos nuestros. Fiel a su
historia, fiel a su tradición, siempre generosa, la España leal al gobierno de
su gloriosa República, no sólo defiende la integridad de su territorio y el
derecho a disponer de su propio destino: defiende también, y sobre todo, la
hegemonía de las dos grandes democracias del Occidente europeo, la llave de un
imperio civilizador, las rutas marítimas de otro gran pueblo orgullo de la Historia;
y las defiende contra los poderes demoníacos de las llamadas potencias
totalitarias, contra la barbarie que amenaza anegar el mundo entero.
Bajo las bombas asesinas de los totalitarios,
jurados enemigos del género humano, bajo un diluvio de iniquidades y en plena
refriega, España ha tenido el ánimo sereno, la inteligencia clara y el pulso
firme para escribir un documento en el cual, sin odios ni jactancias, se
expresa la voluntad política de un pueblo. Y no digo más, porque mi deber
estricto se limita a comentar el párrafo doce. Otros
mejores que yo os hablarán de los demás».
Antonio Machado
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