Hemos visto sacar de entre las
ruedas de un camión a una mujer que se había vuelto loca; su padre había sido
fusilado con dieciséis más el 24 de diciembre; su hijo había sido llevado
al frente. Pedía justicia a un coro de transeúntes con los puños levantados y
los dientes apretados.
Un soldado que había sido
herido en el frente de Asturias gritaba por las calles de El Ferrol en el
delirio de su locura: "Yo no quiero volver a la guerra"; mostraba
la espalda y los brazos cubiertos de cicatrices. "Cuando estuvimos
en Oviedo ¡Allí debías ir todos los que estáis aquí presentes! El Tercio, los
moros, todos, íbamos devorados por el hambre, llenos de piojos, borrachos, los
caballos iban también borrachos. No podíamos avanzar de tantas bajas que
habíamos sufrido. Allí los hombres y las mujeres son muy valientes".
"Los caballos y los
hombres -dijo un tranviario- no debían ir a la
guerra". hay carteles pegados en los muros y las paredes que
representan a Franco sonriendo, cuyo texto dice así: "Esto es lo
que España quiere". Con la invasión de los moros y del Tercio
aparecieron sobre las puertas pequeños letreros que decían: "Entrega
tu oro y tus joyas al ejército. Tu tranquilidad se la debes a los que luchan
por ti en el frente; las joyas que luces sobre tu cuerpo, ponen de manifiesto
la tibieza que sientes por tu patria".
Entonces comenzó a haber gran
descontento entre las clases adineradas, que escondían las joyas, procurando
que no fuesen vistas ante el hurto de los nacionalistas. "Es el
colmo, decían los poseedores de joyas, que tengamos que entregar
nuestros anillos de bodas y los recuerdos de nuestras tatarabuelas". Cuando
estaban ya más tranquilos después de la recolección del oro, simultáneamente al
desembarco de armas por los puertos de Galicia (desembarque que no ignoran
los barcos de guerra ingleses que están situados, desde el comienzo de la
rebelión, en los puertos de Vigo, La Coruña y El Ferrol), se publicó una orden
prohibiendo tener en las casas más de cincuenta pesetas en plata, siendo
multados o sancionados quienes no obedecían este mandato. Esto produjo ya gran
inquietud y sordas protestas entre los capitalistas. Cómo había capitales
elevados, que, ante la demanda de oro habían sido traducidos a plata, fue
preciso transportarlos a los Bancos en automóviles por sus dueños, que,
febriles y azorados, conversaban: "La República no nos había pedido
nunca nada, no ha tenido que matar a nadie para vencer. Estos militares nos
saquean a mano armada y dicen que vienen a salvarnos y lo que peor es que ya no
se puede ni hablar, porque nos multan hasta por estornudar. Nos quitan todo
ya".
Los fabricantes de conservas
protestan entre sí por lo exorbitantes pedidos que les hacen de cajas de
conservas para los frentes. "Yo no entiendo esto, con tanto
extranjero por medio de las calles, aún nos van a obligar a que los metamos en
nuestras casas, con el asco que me dan esos alemanes de patas cuadradas y los
moros que no se bañan nunca; yo, como no los meta en la cuadra o en la jaula
del toro, en mi casa no entra esa chusma", dice una señora de la alta
sociedad del Ferrol.
Hacia noviembre hubo nueva
plaga de carteles, cuto texto decía: "La Patria necesita tu oro,
tus hijos. Entrégalo todo si eres español y cristiano". "Quien ama a
su Patria lo entrega todo". La orden estampillando billetes
comunicando que no serían válidos los que circularan sin sellar, produjo
sobresaltos y quebrantos: "Ahora los que tenemos capitales en casa
lo va a saber la soldadesca. Franco y Cabanellas tienen ya sus capitales en el
extranjero a costa nuestra ¡Para esto matan a tantos comunistas! ¡Si son los
mismos perros con distintos collares! ¡Después de tantas novenas y Vía Crucis nos
van a dejar en la calle! ¡Y Madrid no cae, ni aquella gente se rinde, nos
engañan miserablemente! ¡Bien estábamos con la República! ¡Van a acabar por
hacernos hablar alemán con lo feo y difícil que es!", dicen
alborotadas las familias adineradas.
Entonces comenzó la era de las
grandes multas, sin pretextos, a los capitalistas. Las desmesuradas multas
injustificadas a los masones y rotarios, multas que aparecían al día siguiente,
en los diarios, como donaciones voluntarias, así como el obligado día de haber
a los empleados del Estado y a los obreros.
Cuando se atenuó la matanza de
masones, se les exigían grandes sumas para ponerlos en libertad. El médico
forense de Vigo, Bustelo Bustelo, en combinación con el director de prisiones
de Pontevedra, Víctor Lif, comerciaba con los sentenciados a muerte, haciendo
pasar a los presos temporales las condenas de otros sentenciados, por medio de
elevadas sumas. Así se cubrieron las plazas de algunos fusilamientos en masa.
José Ramón de Castro, médico de
Vigo, perseguido como masón y encarcelado. Bustelo, amigo de éste, le comunicó
que estaba sentenciado a muerte. Ramón de Castro le rogaba: "¿Qué
puedo hacer para que no me quiten la vida? Nada, contestaba Bustelo
Bustelo, tú ya no tienes solución". En su misma celda
metió cuatro presos más, que iba sacando diariamente mientras decía: "Hoy
te toca a ti", y se llevaba a una de las víctimas. Ramón de Castro
suplicaba: "¿Qué puedo hacer? ¿Qué puedo hacer?"
"Nada", le contestaba Bustelo, llevándose a otro de los
sentenciados, y cada vez te queda menos tiempo.
Cuando ya la celda se había
quedado vacía, llegó por última vez Bustelo, diciendo: "Hay una
solución para salvar tu condena". "Daré todo si es necesario con tal
que no me arranquen la vida", contestaba Castro exasperado por el
terror. Bustelo seguía diciendo: "Con doscientas mil pesetas todo
quedaría arreglado, pero es necesario que esto no se comente, pues corremos
peligro de muerte Víctor Lif, el comandante militar de Vigo y yo".
"Jamás", contestó Castro.
Una vez entregada la suma
exigida, Bustelo exigió de Castro que se marchase a Valladolid para evitar los
rumores; hízolo así Castro, creyendo todo de buena fe, ya que se trataba de uno
de sus mejores amigos y compañeros.
La realidad de esta caso era la
siguiente: Castro no estaba sentenciado a muerte, sino que era un preso
temporal, que era puesto en libertad el mismo día que Bustelo le exigió
doscientas mil pesetas para sacarlo de prisión. En combinación con Lif, director
de Prisiones de Pontevedra, le aconsejaron que se marchase a restablecerse al
sanatorio de Valladolid, para evitar cualquier sospecha, ya que dicha suma no
fue en metálico, sino por medio de fincas y casas de las que era
propietario.
Esta estratagema y estafa fue
descubierta por la correspondencia que sostenían desde Valladolid a Vigo. Correspondencia
que Bustelo y Lif creían que no sería vigilada y censurada, ya que los que la
sostenían eran dos personalidades destacadas y responsables del régimen
"nacionalista". Felipe Sánchez, comandante militar de Vigo, se irritó
gravemente de ver su nombre mezclado en los documentos de dicha estratagema, ya
que don Felipe, por esta vez, no había tomado parte en dicha faena. Bustelo fue
ejecutado pocos días después; por tres horas perdió el barco, como lo atestiguó
su pasaporte. Lif fue detenido y encarcelado.
Como ya era muy frecuente
comprar la vida de un preso o de un condenado a muerte, una mujer de Noya llegó
muy apresurada a La Coruña para ver al gobernador; estaba muy agitada por la
urgencia que la obligaba a dicho viaje. Cuando la pusieron ante la presencia
del gobernador, se arrojó a sus pies diciendo: "Señor, señor,
señor, ¡Ay, ya los he reunido!", "¿Qué es lo que has reunido,
mujer?", contestó malhumorado el gobernador de La Coruña. "Señor,
los cuarenta duros. ¡Ahora ya no matarán a mi hijo, mi único consuelo!". Para
estas súplicas de justicia para estas demandas de clemencia, los comandantes y
gobernadores se sirven de unos catálogos que llevan un gran número de
fotografías de cuerpos mutilados y destrozados, donde están de manifiesto,
según el alto mando rebelde, las "brutalidades de los rojos".
Ésta es la respuesta que dan a los familiares de la víctima, mientras tratan de
convencerlos: "Esto es lo que hacen los que como su hermano o
marido piensan. ¡Y hay otras reproducciones que solamente al alto mando y a los
párrocos les es permitido contemplar!", dicen desconfiados,
escondiendo los catálogos y fotografías para que no sean vistos, ya que dichos
catálogos y fotografías son las que se publican en Valencia, donde se
representan los mutilados destrozados, las ciudades y las aldeas arrasadas y destruidas
por la invasión fascista, por las hordas extranjeras.
Núñez, fascista, cuya propiedad
reside cerca de Pontevedra, había emplazado una ametralladora en la azotea de
su casa, y desde allí ametrallaba a los trabajadores el día de la rebelión. Los
trabajadores, desarmados, incendiaron el hotel particular de Núñez, pereciendo
éste. Su hijo, falangista, juró vengar la muerte de su padre. Llegó a matar a
sesenta trabajadores; él mismo formaba parte del piquete ejecutor para los
fusilamientos en masa. Las autoridades militares, ante la enajenación
sangrienta, ante el escándalo desmemoriado que había producido, se vieron obligados a desarmarlo haciéndolo pasar por loco.
Maruja Mallo
No hay comentarios:
Publicar un comentario