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1749. Relato veraz de la realidad de Galicia (3ª Parte)




Hemos visto sacar de entre las ruedas de un camión a una mujer que se había vuelto loca; su padre había sido fusilado con dieciséis más el 24 de diciembre; su hijo había sido llevado al frente. Pedía justicia a un coro de transeúntes con los puños levantados y los dientes apretados.

Un soldado que había sido herido en el frente de Asturias gritaba por las calles de El Ferrol en el delirio de su locura: "Yo no quiero volver a la guerra"; mostraba la espalda y los brazos cubiertos de cicatrices. "Cuando estuvimos en Oviedo ¡Allí debías ir todos los que estáis aquí presentes! El Tercio, los moros, todos, íbamos devorados por el hambre, llenos de piojos, borrachos, los caballos iban también borrachos. No podíamos avanzar de tantas bajas que habíamos sufrido. Allí los hombres y las mujeres son muy valientes".

"Los caballos y los hombres -dijo un tranviario- no debían ir a la guerra". hay carteles pegados en los muros y las paredes que representan a Franco sonriendo, cuyo texto dice así: "Esto es lo que España quiere". Con la invasión de los moros y del Tercio aparecieron sobre las puertas pequeños letreros que decían: "Entrega tu oro y tus joyas al ejército. Tu tranquilidad se la debes a los que luchan por ti en el frente; las joyas que luces sobre tu cuerpo, ponen de manifiesto la tibieza que sientes por tu patria".

Entonces comenzó a haber gran descontento entre las clases adineradas, que escondían las joyas, procurando que no fuesen vistas ante el hurto de los nacionalistas. "Es el colmo, decían los poseedores de joyas, que tengamos que entregar nuestros anillos de bodas y los recuerdos de nuestras tatarabuelas". Cuando estaban ya más tranquilos después de la recolección del oro, simultáneamente al desembarco de armas por los puertos de Galicia (desembarque que no ignoran los barcos de guerra ingleses que están situados, desde el comienzo de la rebelión, en los puertos de Vigo, La Coruña y El Ferrol), se publicó una orden prohibiendo tener en las casas más de cincuenta pesetas en plata, siendo multados o sancionados quienes no obedecían este mandato. Esto produjo ya gran inquietud y sordas protestas entre los capitalistas. Cómo había capitales elevados, que, ante la demanda de oro habían sido traducidos a plata, fue preciso transportarlos a los Bancos en automóviles por sus dueños, que, febriles y azorados, conversaban: "La República no nos había pedido nunca nada, no ha tenido que matar a nadie para vencer. Estos militares nos saquean a mano armada y dicen que vienen a salvarnos y lo que peor es que ya no se puede ni hablar, porque nos multan hasta por estornudar. Nos quitan todo ya".

Los fabricantes de conservas protestan entre sí por lo exorbitantes pedidos que les hacen de cajas de conservas para los frentes. "Yo no entiendo esto, con tanto extranjero por medio de las calles, aún nos van a obligar a que los metamos en nuestras casas, con el asco que me dan esos alemanes de patas cuadradas y los moros que no se bañan nunca; yo, como no los meta en la cuadra o en la jaula del toro, en mi casa no entra esa chusma", dice una señora de la alta sociedad del Ferrol.

Hacia noviembre hubo nueva plaga de carteles, cuto texto decía: "La Patria necesita tu oro, tus hijos. Entrégalo todo si eres español y cristiano". "Quien ama a su Patria lo entrega todo". La orden estampillando billetes comunicando que no serían válidos los que circularan sin sellar, produjo sobresaltos y quebrantos: "Ahora los que tenemos capitales en casa lo va a saber la soldadesca. Franco y Cabanellas tienen ya sus capitales en el extranjero a costa nuestra ¡Para esto matan a tantos comunistas! ¡Si son los mismos perros con distintos collares! ¡Después de tantas novenas y Vía Crucis nos van a dejar en la calle! ¡Y Madrid no cae, ni aquella gente se rinde, nos engañan miserablemente! ¡Bien estábamos con la República! ¡Van a acabar por hacernos hablar alemán con lo feo y difícil que es!", dicen alborotadas las familias adineradas.

Entonces comenzó la era de las grandes multas, sin pretextos, a los capitalistas. Las desmesuradas multas injustificadas a los masones y rotarios, multas que aparecían al día siguiente, en los diarios, como donaciones voluntarias, así como el obligado día de haber a los empleados del Estado y a los obreros.

Cuando se atenuó la matanza de masones, se les exigían grandes sumas para ponerlos en libertad. El médico forense de Vigo, Bustelo Bustelo, en combinación con el director de prisiones de Pontevedra, Víctor Lif, comerciaba con los sentenciados a muerte, haciendo pasar a los presos temporales las condenas de otros sentenciados, por medio de elevadas sumas. Así se cubrieron las plazas de algunos fusilamientos en masa.

José Ramón de Castro, médico de Vigo, perseguido como masón y encarcelado. Bustelo, amigo de éste, le comunicó que estaba sentenciado a muerte. Ramón de Castro le rogaba: "¿Qué puedo hacer para que no me quiten la vida? Nada, contestaba Bustelo Bustelo, tú ya no tienes solución". En su misma celda metió cuatro presos más, que iba sacando diariamente mientras decía: "Hoy te toca a ti", y se llevaba a una de las víctimas. Ramón de Castro suplicaba: "¿Qué puedo hacer? ¿Qué puedo hacer?" "Nada", le contestaba Bustelo, llevándose a otro de los sentenciados, y cada vez te queda menos tiempo.

Cuando ya la celda se había quedado vacía, llegó por última vez Bustelo, diciendo: "Hay una solución para salvar tu condena". "Daré todo si es necesario con tal que no me arranquen la vida", contestaba Castro exasperado por el terror. Bustelo seguía diciendo: "Con doscientas mil pesetas todo quedaría arreglado, pero es necesario que esto no se comente, pues corremos peligro de muerte Víctor Lif, el comandante militar de Vigo y yo". "Jamás", contestó Castro.

Una vez entregada la suma exigida, Bustelo exigió de Castro que se marchase a Valladolid para evitar los rumores; hízolo así Castro, creyendo todo de buena fe, ya que se trataba de uno de sus mejores amigos y compañeros.

La realidad de esta caso era la siguiente: Castro no estaba sentenciado a muerte, sino que era un preso temporal, que era puesto en libertad el mismo día que Bustelo le exigió doscientas mil pesetas para sacarlo de prisión. En combinación con Lif, director de Prisiones de Pontevedra, le aconsejaron que se marchase a restablecerse al sanatorio de Valladolid, para evitar cualquier sospecha, ya que dicha suma no fue en  metálico, sino por medio de fincas y casas de las que era propietario.

Esta estratagema y estafa fue descubierta por la correspondencia que sostenían desde Valladolid a Vigo. Correspondencia que Bustelo y Lif creían que no sería vigilada y censurada, ya que los que la sostenían eran dos personalidades destacadas y responsables del régimen "nacionalista". Felipe Sánchez, comandante militar de Vigo, se irritó gravemente de ver su nombre mezclado en los documentos de dicha estratagema, ya que don Felipe, por esta vez, no había tomado parte en dicha faena. Bustelo fue ejecutado pocos días después; por tres horas perdió el barco, como lo atestiguó su pasaporte. Lif fue detenido y encarcelado.

Como ya era muy frecuente comprar la vida de un preso o de un condenado a muerte, una mujer de Noya llegó muy apresurada a La Coruña para ver al gobernador; estaba muy agitada por la urgencia que la obligaba a dicho viaje. Cuando la pusieron ante la presencia del gobernador, se arrojó a sus pies diciendo: "Señor, señor, señor, ¡Ay, ya los he reunido!", "¿Qué es lo que has reunido, mujer?", contestó malhumorado el gobernador de La Coruña. "Señor, los cuarenta duros. ¡Ahora ya no matarán a mi hijo, mi único consuelo!". Para estas súplicas de justicia para estas demandas de clemencia, los comandantes y gobernadores se sirven de unos catálogos que llevan un gran número de fotografías de cuerpos mutilados y destrozados, donde están de manifiesto, según el alto mando rebelde, las "brutalidades de los rojos". Ésta es la respuesta que dan a los familiares de la víctima, mientras tratan de convencerlos: "Esto es lo que hacen los que como su hermano o marido piensan. ¡Y hay otras reproducciones que solamente al alto mando y a los párrocos les es permitido contemplar!", dicen desconfiados, escondiendo los catálogos y fotografías para que no sean vistos, ya que dichos catálogos y fotografías son las que se publican en Valencia, donde se representan los mutilados destrozados, las ciudades y las aldeas arrasadas y destruidas por la invasión fascista, por las hordas extranjeras.

Núñez, fascista, cuya propiedad reside cerca de Pontevedra, había emplazado una ametralladora en la azotea de su casa, y desde allí ametrallaba a los trabajadores el día de la rebelión. Los trabajadores, desarmados, incendiaron el hotel particular de Núñez, pereciendo éste. Su hijo, falangista, juró vengar la muerte de su padre. Llegó a matar a sesenta trabajadores; él mismo formaba parte del piquete ejecutor para los fusilamientos en masa. Las autoridades militares, ante la enajenación sangrienta, ante el escándalo desmemoriado que había producido, se vieron obligados a desarmarlo haciéndolo pasar por loco.

Maruja Mallo







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