"Este hecho sucedió el día de
Reyes del año 1949, cuando me faltaba un mes para cumplir 9 años. Sólo quienes
han vivido en aquellos años pueden comprender la emoción que unos niños
llegaron a sentir al ver por primera vez en su vida un balón de reglamento. Yo
vivía cerca de un barrio de gente bien. Mis amigos y yo éramos hijos de gente
obrera más pobres que las ratas. Nos juntábamos a la recacha de una casa
solitaria que estaba cerca del llano en donde jugábamos a la pelota. Ibamos
llegando de uno en uno, todos iguales, tiritando de frío con las manos en los
bolsillos y las caras mohinas. Todos preguntábamos "¿qué te han echado
los Reyes" y todas las respuestas erán iguales, "nada, ni un triste
caramelo". El de Reyes era para nosotros el día más triste del año. Cuando
ya estábamos todos para jugar el partido con nuestra pelota de trapo tuvimos
una aparición que para nosotros fue más que divina. Se trataba de un niño con
un equipo completo de fútbol con sus botas de reglamento, con tacos de Spy y
debajo del brazo un balón que nosotros sólo habíamos visto en los cromos en los
que aparecían los porteros agachados con su gorra y sus guantes apoyados en él.
Todos al mismo tiempo nos fuimos hacia el niño diciendo: "Vamos a
jugar", pero su respuesta fue un "no" tajante así que empezamos
a hacerle la pelota, pero nada, que no había manera. Pero para nosotros estaba
claro que teníamos que jugar con el balón, así que me acerque al niño por
detrás le di con mi puño al balón y éste salto. Creo que no llegó a tocar el
suelo, pues antes ya estábamos dándole patadas. Enseguida formamos dos equipos.
El niño se fue llorando y nosotros estuvimos jugando toda la mañana hasta que
el niño llegó acompañado de su padre. Allí se quedaron los tres, el niño, su padre
y el balón. Nosotros desaparecimos. Ese fue el mejor día de Reyes de nuestras
vidas".
"A mí al poco aquello se me olvidó, pero unos cuantos días después mis padres recibieron una carta del Tribunal Tutelar de Menores en la que se les decía que uno de ellos había de presentarse allí conmigo. "¿Se puede saber qué has hecho para tener que ir a un sitio así?", me preguntaba mi madre. Yo no era consciente de haber hecho nada malo, pero cuando llegamos al tribunal y vi que allí estaba el padre con el niño ya supe de qué iba la cosa. Primero entramos nosotros. Yo iba temblando el juez me tranquilizó y me dijo: "Cuéntamelo todo tal y como sucedió". Cuando lo hice, el juez añadió: "tiene que haber algo más, porque este hombre te acusa de haber amenazado de muerte a su hijo para quitarle el balón. ¿Eso es verdad?". "Lo que pasó ya se lo he contado", le contesté yo. Entonces el juez se quedó un momento callado mirándome y luego se dirigió a mi madre diciéndole: "Señora, llévese de aquí a este niño". Nunca volví a tener noticias de aquello, pero el miedo que pasé se me quedó grabado para siempre y si hoy escribo ésto es en homenaje a un juez justo y humano que tuve la suerte de encontrar en mi vida, porque yo el único crimen que cometí fue el de tener la osadía, y más en aquellos años, de quitarle por un rato el balón al hijo de un señorito".
"A mí al poco aquello se me olvidó, pero unos cuantos días después mis padres recibieron una carta del Tribunal Tutelar de Menores en la que se les decía que uno de ellos había de presentarse allí conmigo. "¿Se puede saber qué has hecho para tener que ir a un sitio así?", me preguntaba mi madre. Yo no era consciente de haber hecho nada malo, pero cuando llegamos al tribunal y vi que allí estaba el padre con el niño ya supe de qué iba la cosa. Primero entramos nosotros. Yo iba temblando el juez me tranquilizó y me dijo: "Cuéntamelo todo tal y como sucedió". Cuando lo hice, el juez añadió: "tiene que haber algo más, porque este hombre te acusa de haber amenazado de muerte a su hijo para quitarle el balón. ¿Eso es verdad?". "Lo que pasó ya se lo he contado", le contesté yo. Entonces el juez se quedó un momento callado mirándome y luego se dirigió a mi madre diciéndole: "Señora, llévese de aquí a este niño". Nunca volví a tener noticias de aquello, pero el miedo que pasé se me quedó grabado para siempre y si hoy escribo ésto es en homenaje a un juez justo y humano que tuve la suerte de encontrar en mi vida, porque yo el único crimen que cometí fue el de tener la osadía, y más en aquellos años, de quitarle por un rato el balón al hijo de un señorito".
Carlos Elordi
Menos mal que tuviste la suerte de encontrar una persona que cumplía con su trabajo, que de verdad hacía justicia.Creemos que la miseria de aquella época es agua pasada pero lo triste es que actualmente en este país sigue habiéndola.
ResponderEliminarNo nos hemos deshecho de la miseria Yolanda.
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