Clara Campoamor Rodríguez
(Madrid, 12 de febrero de 1888 - Lausana, 30 de abril de 1972)
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Según las afirmaciones gubernamentales, la sublevación militar estaba prevista para el mes de octubre de 1936. El asesinato del Sr. Calvo Sotelo la precipitó.
¿Acaso
se creyó en el crimen de Estado y, en consecuencia, en el desencadenamiento de
persecuciones por parte de las autoridades públicas?
Los
simpatizantes de la sublevación han pretendido que el alzamiento no hacía sino
adelantarse a la revolución social-comunista que debía desencadenarse en el mes
de agosto. Lo cual parece sin embargo poco probable. Los extremistas no tenían
motivos para rebelarse contra un gobierno que todos los días abandonaba un poco
de su débil poder entre sus manos. Incluso se encaminaban rápidamente hacia la
conquista total del poder y las facilidades que el Sr. Azaña concedía a esos
elementos extremistas (sin embargo opuestos a sus propias opiniones, según
él antimarxistas), les habría facilitado la introducción pacífica
de la dictadura del proletariado.
Si
ese era el acontecimiento al que los sublevados querían adelantarse, su
preocupación no carecía de fundamento y esa idea de «adelantarse» a la
revolución comunista se hace más clara.
Lo
cierto es que el 17 de julio, cinco días después del asesinato de Calvo Sotelo,
estalló la sublevación.
Su
extensión debiera haber hecho reflexionar al gobierno. España, patria de los
pronunciamientos, es decir de las sublevaciones militares en favor de una idea
o de un personaje, no había conocido hasta entonces un alzamiento tan
extendido, tan general, tan completo.
A
las antiguas y numerosas conspiraciones militares que habían estallado sin
éxito contra la dictadura y contra la monarquía desde 1923, les seguía una
sublevación prácticamente total del ejército.
Otras
veces, por ejemplo en 1930, la sublevación se había mostrado más heroica y más
extendida en la teoría que en la práctica y de las numerosas guarniciones
comprometidas todas salvo una habían permanecido acuarteladas con distintos
pretextos. Esta vez, más de veinte provincias se alzaron y, además, la
sublevación comprendía el ejército del Protectorado Marroquí, el único ejército
preparado para la guerra, junto a
los temibles refuerzos de la Legión extranjera y de los regulares
marroquíes.
¿Cuáles
eran la ideología y el objetivo de los insurrectos?
El
alzamiento ha sido calificado desde el principio como «fascista». Conviene sin
embargo no dejarse embaucar por falsas ideas que simplifican en exceso tan
compleja cuestión. Además, el gobierno republicano, a través del órgano de su
intérprete cualificado, el Sr. Indalecio Prieto, creyó ser su deber —sin duda
por buenos motivos— el borrar esa idea simplista del espíritu del público tanto
fuera como dentro de España. En el tercero de sus discursos, pronunciado en la
radio y radiodifundido más tarde en varios idiomas —discurso reproducido en el
artículo de fondo del diario de Madrid Informaciones—, Prieto habló del
«movimiento insurreccional extenso y complejo cuyos objetivos y alcance nos son
totalmente desconocidos».
Por
tanto se ha confesado oficialmente que no se atribuía un objetivo absoluta o
totalmente fascista al movimiento iniciado.
También
desde el otro bando niegan, no sin motivo, a los elementos gubernamentales la
condición de representantes puros y auténticos de la democracia.
Añadamos
que los insurrectos mostraron
al principio muy poca unidad. Así, las emisiones radiofónicas de las diversas
capitales sublevadas terminaban con himnos distintos: mientras que en Burgos se
tocaba el himno fascista, en Sevilla se interpretaba el himno de Riego (himno
nacional republicano) y en otras se tocaban simples marchas militares. Sólo al
cabo de tres semanas dejó de oírse el himno de Riego sin que, por otro lado, se
interpretara en todas partes el himno fascista. Lo mismo ocurrió con la
bandera: en todas las provincias sublevadas siguió enarbolándose la bandera
tricolor de la República. Sólo tras el 15 de agosto —un mes después del
alzamiento— la bandera fue sustituida por la antigua bandera española, sobre la
que se conservó el escudo republicano en lugar del escudo monárquico.
¿Fascismo
contra democracia? No, la cuestión no es tan sencilla. Ni el fascismo puro ni
la democracia pura alientan a los dos adversarios.
La
confusión que reina en la opinión pública de todos aquellos países que se
muestran interesados o angustiados por nuestro espantoso drama nacional,
confusión que amenaza sumirlos a todos en el error, se origina en este
impreciso esquema de los móviles de la lucha.
La
realidad actual y todos los indicios
que permiten entrever cuán difícil será la solución futura, evidencian la gran
complejidad de las fuerzas en lucha. Intentemos analizarlas enumerando los muy
distintos partidos que se han agrupado de cada lado:
Del
lado insurgente se encuentran:
a)
Militares republicanos tales como los generales Queipo de Llano y Cabanellas y
el aviador Franco que habían tomado parte en la revolución contra la
monarquía.
b)
Militares que se habían adherido a la República y la habían servido desde 1931
como los generales Franco, Goded y Fanjul.
c)
Militares que, sirviendo la monarquía, eran de opiniones liberales, incluso
avanzadas, lo cual los hacía poco simpáticos a los ojos de la realeza. Es el
caso singular del general Mola que podía haberse hecho adicto de la República y
servirla si no hubiese sido la víctima de ridículas persecuciones debidas, en
realidad, al hecho de que había sido director general de Seguridad durante el
último gobierno monárquico.
d)
Miembros de partidos políticos de la derecha católica que, como republicanos,
habían gobernado durante el periodo de 1934-1935.
e)
Monárquicos constitucionales partidarios
de Alfonso de Borbón.
f)
Los carlistas y los tradicionalistas, es decir, los partidarios de una
monarquía absoluta y del regreso a un lejano pasado.
g)
Los católicos a machamartillo.
h)
Los fascistas, miembros de Falange Española.
En
el lado gubernamental se encuentran:
a)
Partidos republicanos, es decir el partido de Izquierda Republicana (Sr. Azaña)
y el de Unión Republicana (Sr. Martínez Barrio) teniendo el primero y más
importante de los dos menos de 4.200 miembros en la capital de España.
b)
Los socialistas divididos en tres grupos: evolucionistas, centristas y
revolucionarios. La formación de esos grupos se debe a divergencias internas.
Ese partido sólo contaba en Madrid con 5.000 afiliados.
c)
Los comunistas rusófilos, que formaban un organización bastante pequeña
comparada con la de los socialistas.
d)
La izquierda catalana.
e)
Los nacionalistas vascos con un representación parlamentaria de veinte
diputados, que además del deseo de autonomía de las tres provincias vascas, profesan
una ideología ultra-católica, tradicional y nacionalista que prácticamente se
confunde con la de los tradicionalistas.
f)
La Unión General de los Trabajadores, (U.G.T.) que actúa conforme a los métodos
socialistas y a la que dirigen socialistas a pesar de que no pertenece a la
unión de sindicatos de oficios y profesiones.
g)
El Partido Obrero de Unificación Marxista (P.O.U.M.), compuesto por comunistas
trosquistas y reforzado por el Bloque Obrero y Campesino catalán, dirigido por
Maurín, enemigo también del comunismo estaliniano y partidario de un
comunismo nacional.
h)
La Confederación Nacional del Trabajo (C.N.T.), grupo antiestatal que predica
el aniquilamiento del Estado y de cualquier organización distinta a los
sindicatos de trabajadores, opuesto a la regulación de los conflictos laborales
por la intercesión del Estado o de los tribunales. Este partido impone a sus
miembros la acción directa sobre los patronos para solucionar los
conflictos laborales.
i)
La Federación Anarquista Ibérica (F.A.I.), grupo anarquista que a los objetivos
de la C.N.T. añade como ideal el grito, lanzado en Irún, de: «¡Viva la
dinamita!».
Se
comprende fácilmente que el triunfo de uno de los bandos no resolverá la
cuestión del gobierno de España. El bando vencedor verá nacer luchas internas
entre los partidos tan contradictorios que lo componen, pretendiendo cada uno
de ellos cosechar sólo para sí los frutos de la victoria.
No
resulta por tanto descabellado prever que la lucha iniciada no supone más que
una inmensa pérdida de energía ya que tras la victoria de uno de los dos grupos
se recaerá en la agitación y el partido más fuerte acabará por vencer los
demás, imponiendo una dictadura aplastante.
Pero
lo que por ahora nos interesa es subrayar que palabras como democracia o
fascismo que se pretende inscribir en las banderas de los gubernamentales o de
los insurrectos son del todo exageradas y no permiten explicar los objetivos de
la guerra civil ni justificarla.
Clara
Campoamor
“Fascismo
contra democracia”
Capítulo IX
de "La Revolución Española vista por una republicana"
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