La puerta del aposento,
Y la noche entra de pronto,
Negra de horror y misterio.
-Ráfagas de fuego arrancan
Desgarrones de silencio-.
¡Ay, María Silva Cruz,
Carne dolida del pueblo!
Rugió brutal el destino.
¡Al fin, María Silva! ¡Fuego!
… ¡Ay! María Silva Cruz
(“Libertaria”, por tu abuelo)
¡Carne de tu misma carne,
Te vengará el pueblo íbero!
Lucía Sánchez Saornil
María Silva Cruz La Libertaria, nieta de
Francisco Cruz "Seisdedos", superviviente de la matanza de Casas Viejas, fue asesinada por los golpistas el 24 de agosto de 1936. Se
desconoce donde se encuentran sus restos y su muerte no consta en el Registro
Civil.
Cuando
María regresó a su celda, sus tres compañeras la rodearon.
—Qué,
qué pasa? ¿Qué te han dicho?— le preguntaron anhelantes.
María
se sentó sobre un petate. Quedó un momento inmóvil, mirando en torno suyo, como
extrañada. Sus hermosos ojos profundos se fijaron atentamente en sus compañeras
de infortunio, como si quisiese grabar sus semblantes en su memoria. Luego dijo
con voz igual, apenas alterada por un ligero temblor:
—Me
han condenado a muerte.
Las
tres mujeres prorrumpieron en alaridos.
—¿Pero
así, de esta manera? ¿De qué te acusan. criatura? ¿Qué crimen pueden imputarte
si anda has hecho?
—No
sé. Nos han condenado en masa a todos. Nunca había visto juzgar a la gente de
esta manera. Pero así lo hacen ahora.
—¡Oh
pobre, pobre angelito! ¡No puede ser que te maten en este estado! ¡No es
posible que sean tan criminales!
Las
lágrimas se deslizaron silenciosamente por las pálidas mejillas de María Silva. Otra
vez pasó las manos por su vientre granado. Su pensamiento voló hacia Miguel.
—¡Nunca
más volveremos a vernos!—suspiró dolorosamente— ¡No podrá nacer nuestro
hijito!
*
La
puerta se abrió sin ruido y una sombra negra apareció ante los ojos asustados
de las cuatro mujeres. Un
mismo alarido sobrehumano se escapó de tres gargantas:
—¡Ya
vienen por ella!
María
no dijo nada. Se irguió hierática e inmóvil, agrandada por la delgadez de sus
facciones y de su cuerpo enflaquecido, que hacía su preñez más evidente y más
patética.
—No
os asustéis—dijo el capellán de la cárcel con voz melosa—No vienen por ella.
Vengo, por el contrario, a hablar con María para ver de ayudarla.
Y
dirigiéndose a María, directamente le dijo:
—Ven
conmigo, hija mía.
María
le siguió sin pronunciar palabra.
El
carcelero los condujo a la sala de visitas. El cura hizo sentar a María en un
banco y se sentó a su lado, cogiéndola una mano.
—Hija
mía, tu desgracia me afecta profundamente. Quisiera ayudarte y no sé cómo.
Desde luego te anuncio que he conseguido que aplacen tu ejecución hasta después
de haber dado a luz, medida de clemencia a la que no pueden oponerse, por
cuanto el caso está previsto en las leyes. Pero quisiera hacer más por tí...
Quisiera salvarte la vida.
María
guardaba obstinado silencio. En su cabeza trotaban los pensamientos. Bajo su
exterior quiero y u tanto taciturno, se ocultaba una inteligencia poco común y
una voluntad suave y firme. Antes de abrir la boca sabía ya a donde iba el
cura. Es más, lo presumió sólo con verle entrar. Pero calló, esperando que él
abordase el tema por sí mismo.
Al
ver que nada decía, el capellán reflexionó un momento y siguió diciendo,
buscando las palabras:
—La situación es mala, muy mala. Las noticias que llegan de la zona donde no ha
triunfado el glorioso movimiento, no son nada satisfactorias. Los rojos se
entregan a toda clase de sacrilegios. Ni las imágenes sagradas ni los ministros
del culto son respectados por nadie. Se incendian iglesias y conventos y se
fusila sin piedad a sacerdotes, hermanos y hermanas. Esto explica el estado de
exasperación en que se encuentra aquí la gente, sinceramente católica, y que no
puede contemplar sin indignación y sin protesta tantos desmanes. No todos se
ven dotados por Dios del espíritu cristiano necesario para no pensar en
vengarse de tales desafueros. De ahí que son de prever y de excusar las
represalias sobre los descreídos y los revolucionarios que se encuentran en
esta zona. Te explico todo esto para que te hagas mejor cargo de la
situación... La misericordia de Dios, sin embargo, es infinita y un buen
arrepentimiento salva e indulta de muchas culpas... Eres joven, María, vas a
ser madre... Te esperan muchos años de vida, si la quieres emplear rescatando
tus pecados y tus errores. Haz una confesión completa y abjuración pública de
tus culpas, y yo te prometo, si no la libertad, por lo menos la vida ... Yo la
presentaré como el fruto de mis esfuerzos por salvar tu alma y como un milagro
de Nuestra Señora, que se dignó descender sobre ti y tocar tu conciencia.
Los
grandes ojos de María Silva contemplaron profundamente al capellán durante unos
segundos. Este la contemplaba también esperando una respuesta.
— ¿Qué contestas a ello María?
—Lo pensaré, señor cura, pero me digo que un arrepentimiento así, forzado por el
peligro e impuesto por ustedes, no puede ser grato de Dios, si existe.
—No blasfemes criatura. Los designios de la Providencia son insondables y todos
los caminos son buenos para llegar a ella. ¡Reflexiona! ¡Reflexiona! Yo pasaré
a verte dentro de unos días. piénsalo bien: O la vida, para ti y para tu
hijito, entrando en el seno de la Iglesia, pasando unos años de penitencia en
el presidio, saliendo de él purificada... O la muerte, inevitables, sin ese
hecho sonado, después de tu alumbramiento.
—Lo
pensaré señor cura, lo pensaré—repitió María con calma.
Ante
ella solo aparecía clara y evidente una cosa. Sin comprometerse a nada, podía
aún salvar a su hijo, hacer nacer el fruto de sus amores. Algo de ella y de Miguel
quedaría sobre la tierra, algo desconocido y ya amado, con esa ternura secreta
y recóndita de la madre hacia el pequeño ser invisible que late en sus
entrañas.
El
cura la acompañó de nuevo hasta su celda, repitiéndole, al estrecharle la mano:
—Un
buen arrepentimiento María, y la vida y el cielo son todavía para ti posibles.
Las
mujeres la rodearon.
—Qué
te ha dicho María?
—Nada... No me matarán hasta después de dar a luz. Unas semanas ganadas y la
vida de mi hijo segura.
—Quizá
te indultarán luego...
—No, no me indultarán porque no haré lo que ellos quieren
—¿Y
qué quieren ellos?
—Que reniegue de la sangre de los Seisdedos. Que no le quede a mi hijo ni el
recuerdo limpio de su madre. Pero esto yo no lo haré. La muerte no me asusta.
Me asusta hoy por él; porque habíamos puesto los dos muchas ilusiones en su
vida... ¡Cuántas noches dormíamos haciendo proyectos! Miguel quería que fuese
niña. Yo quiero un niño... ¡Tanta ilusión para nada!
Hablaba
en voz baja. Más para ella misma que para las otras. las tres la contemplaban
en suspenso, en adoración casi.
¿Es
posible imaginar nada más sublime, ni más conmovedor, ni más patético que esa
mujer joven, casi una niña, con el cuerpo hecho sagrado por la naturaleza,
depositaria de la vida y ofrendada a la muerte?
Un
rayo de sol, filtrándose por la reja, aureolaba de luz la cabeza angélica. Sus
grandes ojos como anegados en una humedad dulce, le comían el flaco
semblante... Murillo no tuvo más hermosa ni más extraordinaria modelo para sus
vírgenes.
Federica
Montseny
María
Silva, La Libertaria
Publicado
en El Mundo al día, 15 de mayo de 1951 Ediciones Universo, Toulouse
LA INQUISICION CATOLICA NO DIFERENCIA A MARIA SILVA LA LIBERTARIA DE FEDERICO GARCIA LORCA, EL POETA. LOS CURAS Y LAS IGLESIAS FUERON QUEMADOS POR LOS MISMOS CURAS. COMO HIZO FRANCISCO FRANCO EN SU REINADO DURANTE EL FRANQUISMO Y EL REY DE SPAÑA Y LA PERIODISTA CERVECERA EN LOS TIEMPOS DE HOY.
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