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2090. Memorias recuperadas (El Campillo-Salvochea)




De Fernando Pineda Luna, autor de Memorias recuperadas (El Campillo-Salvochea), para Búscame en el ciclo de la vida.


Introducción

El silencio aterrador de la gente buena me mantuvo durante muchos años en una respetuosa pasividad rebelde. Nunca me atreví a romper silencios, porque siempre veía el miedo reflejado en los ojos de los callados, pero ha llegado el momento de recuperar memorias, aunque ahora tenga que hacerlo sólo con el recuerdo de sus testimonios, sin la verdad viva que brota de los labios de testigos reales de la historia.

Un hermano de mi madre, Germinal Luna Ruiz, de La Atalaya, y un cuñado de mi padre, Bartolomé Prieto Márquez, de Traslasierra, a quienes rindo aquí y ahora público homenaje, fueron criminalmente asesinados, como tantos otros hombres y mujeres, durante los primeros días del asalto a la Cuenca Minera de Riotinto por los golpistas facciosos. El intenso dolor de los supervivientes por los desaparecidos estaba condenado, por miedo, a ahogarse en el olvido.

Aún tengo grabada en mi retina desde niño la sucesión de imágenes nocturnas de mi padre que, tras cerrar puertas, postigos y ventanas, encendía la vieja radio, colocada en una repisa clavada en la pared, y escuchaba, de pie junto al aparato, silenciosas palabras, que también yo oía como incomprensibles y misteriosas mientras desenredaba tareas escolares. Aquello, con inocente clandestinidad, me provocaba tristes interrogantes, como ¿qué temen mis padres? o ¿habrán hecho algo malo? Imaginaba, asustado, al guardia civil llamando a la puerta.
        
Así empezábamos los hijos de los vencidos a compartir con nuestros padres desde pequeños el miedo establecido por el régimen fascista para anularnos psicológicamente.

Pero, también desde niño, fui paulatinamente descubriendo que, en su mayoría, quienes compartían ese miedo eran más solidarios que los otros, quizás porque también necesitaban más ayuda. “Si no son malos ahora, ¿por qué iban a serlo antes?, pensaba yo,  sólo podrían estar equivocados”.

Más adelante, en mi juventud, comprobé que tampoco eran ellos los equivocados, sino sólo eran los vencidos, que tuvieron que sufrir la prolongada y extensa represión de los vencedores por defender la libertad, la igualdad y la solidaridad como buenas ideas, buenos principios y buenos sentimientos.

Descubrí, en definitiva, que la historia sólo había sido contada por los vencedores, que era trágicamente falsa y que, por lo tanto, mi generación estaba obligada a reponer la verdad.

Martin Luther King escribió desde la cárcel a un grupo de clérigos blancos, que cuestionaban su discurso, que “nos tendremos que arrepentir en esta generación, además de las palabras odiosas y de las acciones de la gente malvada, del aterrador silencio de la buena gente”.

Cuando un pueblo olvida su historia, queda condenado a vivir sin pasado, a caminar sin memoria en el presente y a eliminar toda esperanza de futuro. El Campillo nunca debería olvidar a Salvochea, ni enterrar su  historia, ni perder su memoria.

Salvochea fue condenada al silencio (26-VIII-1936) por el general Gonzalo Queipo de Llano Sierra, a quien no le gustaba ni su nuevo nombre ni su breve historia como municipio, por lo que había ordenado “incendiarlo y, si fuera necesario, eliminarlo”. El entrecomillado son palabras textuales suyas. Sólo consiguió incendiar viviendas para culpar a los “rojos”, como propaganda fascista, bombardear a la población, asesinar a cientos de personas (hombres, mujeres, niños) y, esto sí, eliminar el nombre de Salvochea. El resto logró sobrevivir “callando para siempre” o colaborando en la represión para proteger a su familia.

Curiosamente, dos de los principales protagonistas de la emancipación de la aldea zalameña de El Campillo, de su conversión en municipio independiente y de la propuesta de denominarlo Salvochea, Virgilio Pernil Macías y Juan Vicente Pérez Vázquez, estaban en la Cárcel Municipal el día del asalto fascista a la población, muriendo el primero y quedando gravemente herido el segundo.

El sentir general de cuantos he tenido ocasión de escuchar, incluyendo a Francisco Valle Medina, orador de catorce años en el multitudinario acto anarquista del salón “Matías” (23-V-1915), fundador de los “Amigos de la Cultura”, teniente alcalde de Salvochea (11-X-34/22-II-1936), presidente de la Agrupación Socialista desde la transición democrática hasta su muerte y teniente alcalde socialista  de El Campillo (1979-1983), era que muchos de los allí fallecidos hubieran sido asesinados por los fascistas, al estar considerados fieles a la República e históricos luchadores antimonárquicos.
   
La ilusión de romper este dramático silencio y reconstruir la esperanza, rescatando del olvido a los “perdedores muertos”, quedó frustrada por el “consenso de la transición democrática”, que confundió “transición” con “permanencia” para no “abrir heridas” en los “vencedores vivos”.

Este “espíritu de la transición”, tan necesario para recuperar la democracia, se cumplió, pero condicionó demasiado su crecimiento. Su principal objetivo de convivencia democrática obligó a las “organizaciones perdedoras” a demorar la recuperación de su memoria y de su dignidad.

Después de más de treinta y cinco años, nuestra democracia está suficientemente consolidada y aquel espíritu ya ha sido superado por el propio desarrollo democrático, cumplió su objetivo y debe ser incinerado para poder recuperar la memoria y la dignidad de los fieles a la legalidad establecida por la República.

Durante estos años, mientras España reinaba en el olvido de su propia historia, Europa, sin embargo, se ocupaba de homenajear a sus héroes antifascistas y de conmemorar el triunfo de la democracia en sus “lugares de la memoria”.

Muchos españoles han sido también destinatarios de estos homenajes, como víctimas de los “nazis” en sus campos de exterminios.

El Campillo o Salvochea también aportó héroes a esta causa, como Amador Maldonado García, miembro de una de las familias campilleras más masacradas por la represión franquista, que fue capturado por los nazis alemanes en Francia, donde había huido, al final de la guerra civil española, deportado (27-I-1941) al campo de extermino de Mauthausen, y asesinado en Gusen (16-X-1942).

La Ley 52/2007, de 26 de Diciembre, sobre la Memoria Histórica, aprobada por las Cortes Españolas, a propuesta del gobierno socialista de José Luis Rodríguez Zapatero, nació con vocación de recuperar el tiempo perdido y de restablecer la esperanza frustrada de miles de represaliados, muchos de los cuales murieron en democracia, pero con la profunda tristeza de no ver restablecida su dignidad.

Mientras esta ley estatal ha sido escondida por el gobierno popular, la Junta de Andalucía ha elaborado la Ley de Memoria Democrática.

Ambas leyes deberían ser, al menos, el pistoletazo de salida de una carrera de fondo con varias metas:
·  Que la memoria gane la batalla final al olvido y recupere definitivamente la dignidad de los olvidados.
·  Que la administración ponga a disposición de la sociedad los instrumentos necesarios (jurídicos, técnicos y económicos) para recuperar a las víctimas “desaparecidas” en papeles, fosas y cunetas.
·  Que los consejos de guerra, en los que militares rebeldes condenaron, paradójicamente por rebelión militar, a quienes defendieron la legalidad constitucional republicana, sean declarados nulos y, por lo tanto, sus “ejecutados” pasen a ser legalmente considerados como “asesinados”.

La carrera hacia esta última meta ya ha empezado. Luis Cassá Marín, por ejemplo, consiguió, en aplicación de la ley estatal mencionada, el documento sobre la “Declaración de Reparación y Reconocimiento Personal”, en la que se expone textualmente que su abuelo Luis Marín Bermejo, una de las víctimas de la columna minera de La Pañoleta (Sevilla), “padeció persecución y violencia por razones políticas e ideológicas, siendo injustamente condenado a la pena de muerte, en virtud de la sentencia dictada sin las debidas garantías por el ilegítimo Consejo de Guerra, celebrado en Sevilla el 29 de Agosto de 1936, y ejecutado en esa ciudad”.

Esta reparación y este reconocimiento, por analogía, debe extenderse a todos los que padecieron las consecuencias de cualquiera de aquellos “consejos de guerra” y, por las mismas razones, a quienes sufrieron la aplicación de aquellos “bandos de guerra”.
   
En Salvochea-El Campillo todos fuimos perdedores, vivos o muertos, y víctimas de los mismos verdugos (la barbarie y la locura humanas). Aquí la memoria nunca podría abrir nuevas heridas, sino que cerraría definitivamente las que permanecen abiertas y repondría situaciones históricas injustas.
  
Este convencimiento me ha llevado a investigar durante 35 años para recuperar memorias, unas olvidadas, escondidas otras, para rechazar mentiras, para restablecer la dignidad de los olvidados y para elevar la autoestima de un pueblo, que fue utilizado por la propaganda fascista como el paradigma de la “maldad satánica de los rojos”.

Fruto de esa investigación exhaustiva es este trabajo, que sólo pretende humildemente reconstruir una etapa de la historia de Salvochea-El Campillo desde la reconstrucción de la vida de sus gentes durante los momentos más trágicos de su historia.

La salvaje represión fascista ocurrida en El Campillo, que no sólo produjo centenares de muertos entre las batidas contra fugitivos, los fusilamientos y el hambre, sino que también dejó centenares de personas huérfanas y viudas, debe ser investigada y conocida por la historia. Es justo y necesario hacerlo, incluso por el bien de quienes opinan que debemos olvidar, porque, como muy acertadamente dijo Pedro Laín Entralgo, refiriéndose precisamente a la guerra civil española, “sólo puede ser realmente olvidado lo que realmente se conoció”.

Como cristiano, asumo también con este trabajo la obligación moral de desenmascarar la colaboración del nacionalcatolicismo, que declaró cruzada a tanta barbarie asesina, denigrando así el significado de la cruz como fuente de amor universal. Seguramente tiene razón Herbert Southworth, al afirmar que “sí fue una cruzada, pero la cruz era gamada”.       

“MEMORIAS RECUPERADAS (El Campillo-Salvochea)” se centra básicamente en la participación de hombres y mujeres de Salvochea-El Campillo en los éxitos y fracasos de los movimientos sociales, políticos y sindicales de la Cuenca Minera de Riotinto desde los últimos años del siglo XIX hasta el “golpe militar” fascista contra la 2ª República, la guerra civil y la represión.

Sin embargo, para interpretar mejor esta etapa histórica y el valor determinante que en ella tiene lo comarcal, he creído necesario dedicar una primera parte, “ORÍGEN Y EVOLUCIÓN”, a exponer algunas breves reseñas sobre los orígenes de El Campillo y su evolución paulatina hasta la formación de su propia identidad.

La Cuenca Minera de Riotinto nace de un solo municipio, Zalamea la Real, del que dependían administrativamente las demás poblaciones. La explotación minera acelera el crecimiento de algunas aldeas y origina las emancipaciones de Minas de Riotinto, Nerva y El Campillo.

Esta nueva realidad no destruye el sentimiento comarcal, porque, aunque desaparece el nexo administrativo, la mina se convierte en un potente denominador común. Ella  hizo que el trabajo, el paro, la salud, la enfermedad, el hambre, la vida, la muerte, el bienestar social general dejaran de ser exclusivamente asuntos personales o familiares y se convirtieran en problemas colectivos para soluciones solidarias.

En una segunda parte, “ALDEA Y MUNICIPIO”, analizo cómo, paralelamente a los movimientos sociopolíticos de la Cuenca Minera de Riotinto, desde el final de siglo XIX hasta la 2ª República, se produjeron las luchas reivindicativas de la aldea de El Campillo frente al Ayuntamiento de Zalamea la Real por convertirse en municipio autónomo, etapa caracterizada por el entendimiento y la unidad de acción de todos sus líderes, que condujo a la creación del nuevo Ayuntamiento de Salvochea.

En la tercera parte, “REPÚBLICA Y FASCISMO”, expongo el épico esfuerzo de los hombres y las mujeres de Salvochea en defender la legalidad democrática de la República frente a los rebeldes fascistas de Gonzalo Queipo de Llano Sierra, que tanto odio escupían contra esta villa y con tanta crueldad la trataban, falseando los hechos para dividir a las familias de la localidad, primero, y para utilizarlos, después, a nivel nacional, como propaganda fascista.

Muerte o silencio eran las únicas alternativas frente a la mentira histórica divulgada.

Relato cómo los salvocheanos de las columnas milicianas se convirtieron en fugitivos errantes, primero, en guerrilleros organizados, después, y, finalmente, los más afortunados, consiguieron alcanzar la zona republicana e integrarse en el Ejército Republicano.

Analizo los hechos represivos desarrollados en El Campillo desde la entrada en Salvochea de las fuerzas sublevadas y sus trágicas consecuencias personales y familiares, tratando de profundizar en los sistemas represivos utilizados para conseguir el deterioro psicológico, moral y físico de sus víctimas directas e indirectas. 

Como anexos,  incluyo los siguientes:
El historial del CALLEJERO.
Un DICCIONARIO BIOGRÁFICO o resumen de las pequeñas historias de los protagonistas de Salvochea-El Campillo.
La relación alfabética de los ASESINADOS.   
La relación alfabética de los VIUDOS.   
La relación alfabética de los HUÉRFANOS.
La relación alfabética de los ENCARCELADOS.
Las FUENTES INFORMATIVAS, que incluyen los libros, periódicos y archivos utilizados en la investigación histórica.

Aunque pueda resultar abusivo, incluyo en el relato gran número de fechas para reforzar la verdad histórica y para facilitar propuestas de investigaciones complementarias.

También he optado por complementar en los ANEXOS los datos incompletos con interrogantes, como elementos interactivos de perfeccionamiento histórico, provocando así la ayuda mutua y posibilitando respuestas de los lectores a través de una permanente investigación interactiva. 










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