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2325. Árbol de Guernica




Volverá a ser verde y ancho
el roble, el roble nuestro.
Mordido de la metralla,
no del rayo de los cielos,
volverá a brotar contadas
una hoja por cada Euskaro
y será a la semejanza
nuestra y tierno.

Mientras, andamos errantes
sin criar roble en otros suelos,
con un gajo sollamado
que se aprieta contra el pecho.

Volverá a ser en Euskadia
el abra, el árbol y el ruedo
del corro de manos dadas,
y el himno al Dios verdadero,
confesado y silencioso
como la encina sin viento.

Los heridos y aventados
y los que a mitad de ruta
dizque se quedaron muertos,
todos volveremos, todos,
el árbol, al ruedo.

Mientras tanto parecemos
casa en noche de saqueo.
Y desvariados que dicen
en refrán “Guernica” y “fuego”.

Sigue entero y da, mascado
en un brote verde
un sabor de salmuera que resbala
si lo muerden niño o viejo.
Y con él, caído el sol,
comulgan y esperan ellos.

Mientras tanto caminamos
tocando a puertas de acero
de los que han la libertad
y siguen sordos y ciegos.

Crece con nuestras fés y
voluntades y tuétanos.
Crece al día y a la noche
aunque le den pez y fuego
y aunque zumben su despojo
alguaciles y patán ebrio.

Mientras tanto le rezamos
sobre el jergón a dos leños:
el de Cristo y el de Ignacio
entrecruzados y ardiendo.

Por islas, por archipiélagos,
al asar pez y catar
vino bárbaro tenemos
sobre nosotros la sombra
del buen roble que da silbo y oreo.

Cortados como la sarta
y la madeja,
escupidos en la noche tártara
partida del bombardeo,
cada uno caminó
cargando flor y madero
cortado de él y llevándolo.

Mientras que cortamos el aire,
en la lengua sin orígenes
decimos el Padrenuestro
y el roble allá lo corea,
fiel, hirviendo y recto.


Gabriela Mistral











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