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2626. El porvenir de España

Ángel Ossorio y Gallardo
(Madrid, 20 de junio de 1873 - Buenos Aires, 19 de mayo de 1946)


Nadie puede predecir cuántos dolores le quedan por sufrir a la República española, cuánta sangre por verter, cuánta riqueza que perder. Pero yo tengo en su éxito definitivo una fe absoluta, invariable. ¿Por qué?

¿Por espíritu partidista? No pertenezco a ningún partido. ¿Por instinto de conveniencia personal? Yo sé bien que en la nueva saciedad, un hombre como yo, liberal, conservador y que solamente es abogado, no sólo no podrá nada, sino que jamás recuperará lo que antes tuvo. ¿Por sentimentalismo irreflexivo? Tengo demasiados años y demasiada experiencia para entregarme a la irreflexión.

¿Entonces? Mi fe se apoya, substancialmente, en esta razón:

Nos encontramos ante una evolución histórica. Y jamás la Historia ha dado marcha atrás en el camino de la emancipación del hombre. Hay paradas, hay baches, hay caídas, pero la línea gráfica, tomada en su conjunto, no va de arriba abajo, sino de abajo arriba. El hombre fue más libre después de Cristo y más libre después de la invasión de los bárbaros, y más libre después del Renacimiento, y más libre después de la Revolución francesa. Igual ocurrirá ahora. Lo que se ventila en España no es ningún problema español, sino el acceso de los trabajadores de todo el mundo al Poder político y económico. Esta vez también será ascendente la línea histórica.

Jamás se han logrado sin sufrimiento las grandes transformaciones de la Humanidad. Las torturas de los republicanos españoles son su contribución a la instauración de una mayor justicia social. Si yo creyera que la Providencia había de perpetuar la miseria de los obreros y la opresión de todos los ciudadanos para beneficio de los generales traidores, de capitalistas sin conciencia, de imperialismos tiránicos e invasores, de sistemas políticos negativos de la personalidad humana... creo que perdería la razón.

Triunfaremos, pues. Mas ¿qué es lo que ocurriría en España el día de la victoria? ¿La implantación de un comunismo sanguinario y destructor, como proclaman pueblos y gentes que probablemente no lo creen, pero que lo fingen para hacer su negocio? De ninguna manera. Se producirá una etapa de confusión y de pugna entre diversas ideologías, pero el resultado no será el aniquilamiento de toda una sociedad por un partido comunista. Tampoco esto lo auguro a la ligera, sino apoyándome en razones que someto a la consideración del público.

Primera. Los españoles somos, por temperamento, ferozmente individualistas. Por mucho que haya influido contra esta condición la educación en las sindicaciones obreras, no se cambia fácilmente la característica esencial de un grupo humano.

Segunda. Las masas obreras se hallan divididas en mi país en dos enormes grupos: el sindicalismo, de filiación anarquista, y el socialismo, de tendencia comunista. Para que prevalezca uno, tendrá que aplastar al otro. Esto es sencillamente imposible. ¿Qué habrán, pues, de hacer? Entenderse.

¿No se han entendido ya en la guerra, hasta el punto de gobernar juntos? Pues lo mismo se entenderán en la paz. Mejor dicho, ya se están entendiendo. En las industrias de que se han incautado los obreros, están constituidos los Consejos por representación proporcional de los de U.G.T. y los de C.N.T. Bien clara se muestra ahí la simiente del porvenir. Las dos tendencias sociales significarán lo mismo que las tendencias políticas significaban en la sociedad burguesa. No vivirán para destrozarse, sino para comprenderse y laborar en común. Si alguien lo duda, convendrá que se fije en los llamamientos que los organismos responsables hacen todos los días para la unión. Pongo, como ejemplo, las siguientes palabras pronunciadas hace pocos días por don Cecilio Rodríguez, destacado miembro de la C.N.T.: "Nos encontramos en las mejores condiciones para llegar a una inteligencia con la U.G.T. Es claro que han de existir unas condiciones mínimas recíprocas para alcanzar la unión. Nosotros hemos de exigir que no se implante el comunismo estatal, al mismo tiempo que renunciamos a implantar el comunismo libertario".

¿Está claro?

Tercera. El día de la victoria, al hacer el balance, se comprobará que han contribuido a obtenerla:

Los socialistas y los comunistas.
Los anarquistas y los sindicalistas.
Los republicanos.
Los intelectuales.
Una minoría de católicos.

Pues bien, con todos ellos habrá que contar para la nueva construcción. Si uno solo de los grupos quisiera devorar a los otros, parecería un homicida, pero en definitiva, sería un suicida.

Cuarta. Los que hacen aspavientos contra el comunismo, tienen delante de los ojos la visión de 1917. Pero han pasado veinte años, y la U.R.S.S. de hoy es muy distinta de la Rusia que encontró Lenin. Basta contemplar su estado económico y leer su última Constitución. La Humanidad se aprovechará de la experiencia y de los dolores rusos sin necesidad de volver a recorrer el mismo camino.

Rechazada la idea de una España bolchevique, ¿qué sistema económico prevalecerá? A mi entender un sistema mixto. Habrá bienes nacionalizados (minas, transportes, elementos fundamentales para la producción, Seguros, Banca en su función de crédito, pero no en la de cambio, etc.). Habrá bienes socializados (las grandes industrias siderúrgicas, textiles, etc.). Habrá bienes municipalizados (servicios públicos de carácter local, aguas minerales, bosques). Habrá un enorme desarrollo de las cooperativas de producción (que es lo que está prevaleciendo en Cataluña). Y en fin, será respetado el dominio privado de los pequeños y medianos propietarios (urbanos y rústicos) industriales, comerciantes y profesionales libres.

Desaparecerá el gran capitalismo. La propiedad privada que subsista, quedará sujeta a las obligaciones de su función social. Se hundirán las castas plutocrática, teocrática, aristocrática y militar. Se borrará el tipo del "señorito" parásito y holgazán. Todas las actividades, todos los poderes, quedarán invadidos por los trabajadores. El trabajo será la gran dignidad. La libertad política se arraigará en la libertad económica. Y España será lo que su Constitución quiso que fuese: una República democrática de trabajadores de todas clases, que se organizará en régimen de libertad y de justicia.

Datos demostrativos

Alguien creerá que estos augurios son meras ilusiones muy distanciadas de la realidad. Pero, la verdad es, que mi optimismo tiene fundamentos serios. Permitidme citar algunos datos.

El más importante es el de la compenetración de las dos grandes sindicales españolas: la Unión General de Trabajadores y la Confederación Nacional del Trabajo. Colocadas en puntos de vista antitéticos (el máximo estatismo la primera, el anarquismo la segunda), han mantenido durante muchos años pugnas no siempre incruentas. Pero el peligro común les ha unido; les ha unido, ante todo, el Gobierno y de ello es prueba la trascendental paradoja de que haya ministros anarquistas; pero les está uniendo también en sus actividades sociales. Hace muy poco el Comité Nacional de la C.N.T. propuso una reunión para que ambas sindicales estudiasen en común los problemas de la guerra, de las incautaciones, de las colectivizaciones y sobre todo, de sus relaciones recíprocas. Inmediatamente respondió la Comisión Ejecutiva de la U.G.T. en sentido afirmativo, pero exigiendo que se respete la libertad de cada trabajador para asociarse en el Sindicato que mejor le parezca y la libertad de cada Sindicato para proceder con arreglo a sus principios. Someto a la consideración de las gentes imparciales el enorme alcance de esa fórmula que puede resumirse en estas dos palabras: convivencia y libertad.

En el mes de Enero se ha celebrado un Congreso de las Juventudes Socialistas Unificadas y la preocupación dominante ha sido unir a todos en la obra común. El manifiesto que ha servido como síntesis del Congreso hace un llamamiento a la unión "de todos los jóvenes comunistas, socialistas, republicanos, anarquistas, nacionalistas y católicos en aquellas tareas necesarias para obtener la victoria".

Muy próximo es un discurso del señor Ardiaca, secretario del Consejo de Agricultura de la Generalidad de Cataluña, proclamando que "no es esta la hora de colectivizar la tierra".

Federica Montseny, anarquista, ministro de Sanidad y Asistencia Social, augurando el próximo advenimiento de un ensayo inédito de economía dirigida por la clase trabajadora, declara necesaria "la colaboración de la pequeña burguesía liberal que ha cumplido una misión histórica importantísima y es uno de los factores democráticos más interesantes".

A su vez, un recientísimo Congreso de Izquierda Republicana, ha aprobado una ponencia de la cual son puntos fundamentales la libertad del cultivo individual y el estímulo de la conciencia cooperativista.

Hace también muy pocos días el señor Ascaso, anarquista significadísimo, ha hecho estas declaraciones: "Nosotros, los anarquistas, tenemos que modificar un poco nuestros planes revolucionarios y los marxistas tienen que avanzar otro poco. Con estos mutuos sacrificios se logrará una posibilidad de cooperación completa. Los republicanos luchan a nuestro lado con un magnífico espíritu de sacrificio y su ejemplo tiene que influir en nosotros como en los marxistas".

No me detengo a citar textos comunistas, porque a estas horas todo el mundo está enterado de que los comunistas están siendo en España la mayor garantía de orden, de gubernamentalismo y de disciplina. Muy alejado yo del ideario comunista y más propicio a defender el liberalismo a ultranza, debo proclamar que la sociedad española tardará mucho en conocer y agradecer hasta qué punto han llegado los comunistas en su renunciamiento en aras de la conservación de España. Por eso me subleva la injusticia de presentarlos como unas fieras devoradoras, como peligro de muerte, como síntesis de todos los desbordamientos. Y repito, según tengo ya dicho, que aludo a los comunistas de 1936.

Quiero someteros otro dato curioso. El leader católico señor Semprún, pocos días antes de estallar la sublevación fascista, daba a conocer un programa católico en el que entre otros muchos e interesantes puntos defendía: La desaparición del capitalismo, del interés del dinero, de los arrendamientos rústicos y urbanos, de todas formas de especulación, de todo provecho sin trabajo; la propiedad personal privada sostenida en provecho de las necesidades humanas de la actividad productora y del servicio social; la nacionalización o colectivización de las grandes industrias básicas; la vigorización de la pequeña y mediana propiedad agrícola, del artesano y de los talleres familiares o casi familiares, y así, en ese mismo sentido, otras graves y profundas reformas. No será ocioso añadir, que ese programa ha sido publicado en la gran revista "Esprit".

En el orden legislativo, aportaré un solo dato: el Decreto de colectivizaciones dictado por la Generalidad de Cataluña en 24 de Enero de 1936. Según su texto, serán obligatoriamente colectivizadas las industrias de más de cien asalariados. Las de menor número, únicamente podrán serlo si se ponen de acuerdo el propietario y la mayoría de los asalariados. En otro caso continuarán siendo propiedad privada, si bien con un Comité de control formado por representación de los obreros, de los técnicos y de los administrativos. Las empresas colectivizadas serán regidas por un Comité de empresa donde estén representadas proporcionalmente las diversas centrales sindicales a que pertenezcan los trabajadores y que decidirán, entre otras materias, el reparto de beneficios. En todas las empresas colectivizadas habrá un interventor designado por el Poder público. Cada rama de industria, dependerá de un Consejo general que dará las normas fundamentales de la producción. Y todos los Consejos de Industria vivirán en relación constante con el Consejo de Economía de Cataluña. Trátase, en fin, de una concepción felicísima, en que se armonizan sabiamente las aspiraciones del sindicalismo, del socialismo y las de la propiedad privada.

Ya sé, que cuanto llevo dicho, no ha llegado plenamente a la categoría de los hechos; que muchas de estas aspiraciones se ven impugnadas; que la legislación es todavía, en alguna parte, letra muerta; que existen gentes inexpertas, alocadas, ilusas y aun criminales, que dificultan la buena marcha de las cosas; y que, en fin, continúan los obstáculos inevitables cuando se acomete la empresa ingente de tramitar simultáneamente una guerra, una revolución y una construcción.

Lo que quiero deciros es que las líneas directivas de la labor futura están trazadas, que el pueblo español —con diferencias de matices,— sabe lo que quiere y a dónde va; que si tiene fuerzas para acometer esta labor ingente durante la guerra, mucho más las tendrá después de la victoria; y que son ya evidentísimos los augurios de que el Frente Popular español está llamado a implantar soluciones justicieras en el orden social para su propia gloria y para bien de la Humanidad.

La patraña del comunismo

Los que en España atacan a la República dicen que quieren librarla del comunismo. Los que desde fuera los auxilian, proclaman que su único fin es impedir la implantación del comunismo en Occidente y hasta llegan a hablar de "la sed de sangre del comunismo". Los egoístas se disculpan porque temen al comunismo más que al fascismo.

Las particularidades de mi situación personal, me privan de libertad para hablar de otros países. A España he de referirme exclusivamente. Pues bien, aquellos españoles que fingen espantarse del comunismo, ¿contra quién se sublevaron el 18 de Julio? ¿Contra un gobierno comunista?De ninguna manera. El Gobierno de entonces era estrictamente republicano, exclusivamente burgués. Después ha sido cuando ha habido que llamar al Gobierno a todos cuantos partidos y sindicaciones representan al pueblo unido para defenderse. De modo que quien ha traído a gobernar a comunistas y anarquistas no es la República, sino los generales sublevados y los fascistas.

Nadie puede creer en la alarma de esas gentes frente al comunismo. Porque, ¿es que cuando dominaba entre los obreros un socialismo moderado, aceptaban ese socialismo? ¿Es que dejaron vivir en paz a Pablo Iglesias? ¿Es que cuando la República quiso hacer una Reforma agraria medrosa, insuficiente, aburguesada, la admitieron? ¿Es que cuando se ha iniciado en España cualquier movimiento de democracia cristiana, no han colmado de improperios a sus propugnadores, diciendo que eran preferibles los bolcheviques? ¿Es que cuando algún Papa ha pronunciado palabras de aliento para los trabajadores, no han cubierto de injurias al Papa, tildándole de hereje y sufragando rogativas para que Dios le trajese al buen camino? ¿No fue uno de los jefes del ultra católico integrismo español quien públicamente dijo que si era verdad que los Papas predicaban contra los abusos del capitalismo, él se haría cismático griego?

La guerra infame que ahora está destrozando a España, no se debe a otra cosa sino al temor de que la República realizase un leve adelanto en el orden social. Trátase, en fin de cuentas, de perpetuar un régimen de castas e impedir la expansión del proletariado.

Esto y no el comunismo, es lo que los sublevados quieren impedir. Reconozcamos que el miedo es injustificado. Al fin de la guerra, tanto dará que gobiernen los sindicalistas como los comunistas, los socialistas, los republicanos o los demócratas cristianos. Todos caminarán hacia adelante y el mundo trabajador ocupará plenamente la vida española.

La obsesión del comunismo es una simple patraña.

El problema religioso

Una de las mayores preocupaciones, por lo menos una de las que más se utilizan para fines políticos, es la tocante al porvenir que en España estara reservado para las ideas religiosas y la libertad de conciencia.

Cuanto se ha hablado de los incendios de los templos y de la matanza de curas. A cuenta de esto, se han desatado campañas violentísimas y se ha querido justificar el calificativo de rojos, para todos cuantos nos hemos colocado al lado del Gobierno legítimo. Se ha sostenido que los católicos decían estar al lado de los militares sublevados, porque éstos representaban al catolicismo, la Patria, el orden y todas las virtudes. De parte del Gobierno, quedaban unas turbas de asesinos.

Por fortuna, el tiempo es gran demostrador de verdades. Después de unos cuantos meses de sostener esa campaña el fascismo internacional, se han podido observar unos cuantos hechos indiscutibles, de los cuales quiero dar un breve apunte.

Primero. No es verdad que todos los católicos estén contra el Gobierno. Al lado del Gobierno están otros que tienen tanto derecho como cualquiera a conservar sus ideales religiosos, sin perjuicios de hacer la política que más les plazca. Prescindiendo de grupos y de individuos —incluso eclesiásticos,— se da el caso de que la región española donde el catolicismo es más generalizado, más firme, más intransigente —Vasconia—, está al lado de la República y se bate bravamente contra los militares de España y contra los ejércitos invasores.

Se dirá que lo hace porque la República les ha concedido la autonomía. Un argumento falso; mejor fuera decir que es una verdad a medias, La República ha concedido a los vascos la autonomía que ellos anhelaban; pero si al mismo tiempo, la República hubiera impuesto o siquiera consentido una política de persecución a la Iglesia, es evidentísimo que los vascos no estarían al lado de la República. Quien diga que un vasco vende la religión por la autonomía, no sabe lo que es un vasco.

Segundo. Es asombroso que, en nombre del catolicismo, se anatematice, bendiga y exalte a los que matan mujeres y niños, con una particularidad: que cuando se asesina a unos curas, no es porque lo ordene el Gobierno de la República, sino a pesar de sus esfuerzos; y cuando se asesina a mujeres y niños, no lo hacen turbas anónimas, sino soldados que obedecen las órdenes de los generales facciosos.

Pues yo pregunto: ¿En qué lugar está dicho que la vida de un cura vale más que la de un niño o la de una mujer? ¿Qué conciencia es la de esas gentes que juzgan laudable —esa es la verdad—, matar a las familias madrileñas, o malagueñas, o cartageneras, o bilbaínas, sólo porque se encuentran en territorios leales al Gobierno legítimo? ¿Dónde están y qué conciencia tienen esos obispos que no condenan a los bombardeadores de ciudades indefensas, sino que están con ellos, bendicen sus armas y participan de su política? ¿Quién ha dicho que las víctimas de un lado son sagradas, y las del otro, perros rabiosos?

Tercero. Pero ahora resulta que el bando piadoso, además de asesinar en masa y por millares obreros y políticos del Frente Popular, se fusila también a los curas que no se rinden al fascismo. Multitud de periódicos españoles y extranjeros y entre éstos, algunos muy calificados de la derecha, dan relaciones puntualísimas de sacerdotes fusilados por los fascistas. Sin embargo, no hemos oído protestar por estos hechos a los católicos militaristas. De modo que existen dos pesos y dos medidas. Si hay un cura amigo de los rebeldes, el matarle es un crimen que debe sublevar a toda la cristiandad. Si el cura muerto es republicano, no merece la pena hablar de él. La Historia y la Humanidad juzgarán esta conducta.

Cuarto. Todavía hay un fenómeno más pasmoso. En estos mismos días, los católicos alemanes claman contra las persecuciones del nacionalismo hitleriano, y los obispos alemanes piden amparo al Sumo Pontífice contra la tiranía hitleriana, empeñada desde el primer momento es descristianizar al pueblo alemán. Sin embargo, los católicos españoles, en vez de sumarse a sus hermanos alemanes y ayudarles en su protesta, toman a Hitler como ídolo, traen a España una invasión del ejército hitleriano y trazan programas sociales y políticos calcados de los de Hitler. ¿Cómo se entiende eso? ¿Es posible estar al mismo tiempo con Berlín y con el catecismo de la Doctrina Cristiana¿ ¿Es lícito traer a España el enemigo de Cristo para que ampare la Doctrina católica?

El juego está bien patente: Desde el campo fascista español no se trata de defender la espiritualidad religiosa. Se trata de defender una política.

Permítaseme poner en evidencia un paralelismo que ofrecen los diarios del 11 de Febrero. En uno de estos órganos, leo una carta pastoral de Monseñor Kaller, obispo católico de Prusia oriental y encuentro en ella las palabras siguientes: "Se pretende que el Cristianismo ha terminado su carrera, que ha fracasado, porque, no estando conforme con la raza alemana, se le ha de reemplazar por una religión racista. Esto es una declaración de guerra a la Iglesia católica".

"Sí; estamos en plena guerra; ningún concordato, ninguna profesión de fe del Fürer en favor del cristianismo positivo nos protege contra el fanatismo de los enemigos de Cristo que atacan a la Iglesia, a los sacerdotes y al pueblo católico que los calumnian, y creen hacer con eso obra agradable a Dios".

Pues bien, en otro diario del mismo día, encuentro la última carta pastoral del señor Goma, arzobispo de Toledo, que está al servicio de los militares españoles. "Toda criatura —dice— tiene el derecho de entrar en guerra contra otra, cuando ésta se pone en guerra contra Dios. La guerra es hija del abuso hecho por el hombre de la libertad, porque es hija del pecado".

¿Hay quién comprenda esto? Los obispos alemanes denuncian que Hitler se levanta contra Dios. Enfrente de esto, el Cardenal Primado de España, se pone al lado de Hitler. Y como nosotros estamos contra Hitler, recomienda que se nos haga una guerra de religión. Reaviva las guerras de religión que fueron un azote para la Humanidad y que creíamos extinguida para siempre. Mas no solamente las declara legítimas, sino que ordena emprenderlas contra los enemigos de Hitler, es decir, contra los verdaderos amigos de Dios. ¿Cabe mayor absurdo? ¿Se dará cuenta Roma de las consecuencias que puede tener para la Iglesia esta actitud de Primados belicosos y privados de la luz de la razón?

Más también en este aspecto de la espiritualidad religiosa, la victoria de la República será un bien. Se atribuye a un sacerdote de gran inteligencia esta frase definitiva: "Las turbas han quemado las Iglesias; pero nosotros, los curas, hemos quemado la Iglesia".

¡Tremenda verdad! Siglos enteros en que los jerarcas de la Iglesia en España, han vivido apartados de las clases humildes y apegados a las aristocracias de todo género, habían de traer como resultado, lo que se ha calificado de "apostasía de las masas". El hecho es tan cierto que lo han condenado elocuentísimas voces eclesiásticas, de los Papas para abajo. En España cobró especial relieve desde la instauración de la República. Todo el que quiso perturbar a la República, difamarla y calumniarla, estorbar sus leyes, deprimir a sus autoridades, tuvo al Clero a su lado. El púlpito era frecuentemente lugar de combate antirrepublicano. En los pórticos de los templos, los señoritos elegantes, vendían con gritos subversivos, periódicos monárquicos, sin que los párrocos, rectores o capellanes lo impidiesen. Las palabras de prudencia y cordura que los obispos pronunciaron en 1931, ni fueron obedecidas, ni tuvieron continuación en actos posteriores. Gentes católicas eran las que propalaban contra los gobernantes las imputaciones más afrentosas y soeces. Católicos fueron los que, desde el primer día, lucieron su ingenio contra el Frente Popular, llamándole "Frente Crapular". Y desde el día 18 de Julio, vociferan a título de defensores de la religión, los militares que faltan a su juramento, los que desconocen el poder legitimo, los que inundan a su patria con tropas extranjeras, los que se apoyan en elementos anticristianos de África y de Europa, los que sufragan libelos de escándalo, los que emplazan ametralladoras en las torres, los que tienen como programa matar a la mitad de los españoles y destruir la mitad de España. ¡Pobre Religión! iPara qué fines la utilizan!

¡Ah! Pero como protesta contra esa corrupción surgen en España y en todos los países, grupos selectos de creyentes que no se preocupan del esplendor de la liturgia, ni de los tesoros de las imágenes, ni de la satisfacción de los poderosos, ni del griterío de la prensa, ni de ciertas desatinadas pastorales, creyentes devotos de los mandamientos de la ley de Dios, de la moral católica, de la necesidad de vivir con el pueblo, por el pueblo y para el pueblo y empapados de aquella gran verdad que la propia Iglesia proclama, según la cual es grande y admirable virtud la caridad, pero ha de ir precedida de la justicia; y es la justicia, no la mera piedad, la que exige que sean defendidos los derechos de los trabajadores cuya condición —repitamos a León XlII difiere poco de la de los esclavos.

Esos creyentes son personalistas, es decir, propugnadores del valor del hombre por encima de la fuerza del Estado, mantenedores de los privilegios y libertades del espíritu contra los materialismos de todas clases, apasionados del régimen jurídico, reveladores de las dictaduras arbitrarias... Por eso en España se han puesto al lado del Gobierno: porque es legítimo, porque no es dictatorial, porque es democrático, porque cada uno de sus hombres y de sus partidos han postergado sus programas para no pensar más que en España y en la Libertad.

De esos núcleos saldrán los cristianos que influirán en la vida española, reputándose servidores de un alto sentido religioso y no haciendo a la Religión servidora de sus conveniencias.

Y el mundo contemplará este fenómeno ejemplar: que los republicanos, los comunistas, los anarquistas, todos estos laicos, todos estos "rojos" a quienes odia la ''buena sociedad'' de todos los países, respetarán escrupulosamente los fueros de la conciencia católica, exigiendo únicamente que los católicos no se parapeten en la Religión para hacer una política reaccionaria y dictatorial.

Perspectivas de solución

Parece evidente, en fin de cuentas, que si es la democracia quien gana la guerra, habrá más o menos dificultades en el acoplamiento del nuevo régimen, se producirán antagonismos de criterio entre los grupos vencedores, pero todos estos inconvenientes serán dominados y España entrará en un período de brillante reconstrucción y de instauración de una economía, no comunista, aunque sí francamente popular. Habrá, pues, paz interior y exterior, buenas relaciones con todos los pueblos y una perspectiva enorme de trabajo nacional y de inversión de capitales extranjeros. La razón es ésta: que enfrente del pueblo español, colocado del lado de la democracia, no hay otro pueblo español. Pensad por un momento que en este instante salieran de España los alemanes, los italianos, los portugueses, los moros y el Tercio extranjero, y comprenderéis que los militares, los carlistas, los falangistas no tendrían peso cuantitativo ni cualitativo para perturbar a España. La mejor prueba es que cuando han querido hacerlo, han necesitado reunir todos aquellos elementos.

Por otra parte, es bien conocido que la República democrática española no constituyó jamás un peligro para nadie. Precisamente su carácter pacífico, reconocido sin discusión, fue la mejor garantía para el equilibrio del Mediterráneo y una contribución preciosa a la tranquilidad europea. Con razón ha dicho el Presidente Azaña: ''Jamás hemos cometido una agresión; ni la República, ni el Estado, ni sus gobernantes han hecho nunca nada que pueda justificar ni siquiera excusar un levantamiento en armas contra el Estado".

El mundo puede estar bien seguro de que, si triunfa el Frente Popular, podrá depositar en él su confianza, porque hará honor al compromiso consignado en el artículo sexto de su Constitución: "España renuncia a la guerra como instrumento de política nacional".

Calculemos ahora la hipótesis contraria: Que vence el fascismo. En tal supuesto no habría en España un minuto de paz; ni se podría trabajar, ni se podría vivir, ni España sería otra cosa que un elemento de perturbación en el concierto universal. No gobernarían españoles sino extranjeros, ya directamente, ya utilizando españoles de alquiler. ¿No estamos viendo que eso es precisamente lo que ya ocurre en el territorio ocupado por los rebeldes? Pues con mayor motivo ocurriría el día del triunfo faccioso. Sin pasión y sin hipérboles, la situación sería ésta:

Un país bombardeado, incendiado y saqueado; es decir, un país destruido. Repárese que los rebeldes no han obtenido hasta ahora un solo pueblo por sumisión, sino por destrucción, y ya no intentan convencer, ni siquiera vencer, sino arrasar. (Ahí están los ejemplos de Irún, San Sebastián, Madrid, Málaga, etc.)

Un pueblo reducido a la impotencia y sumido en el dolor por la fuerza de las armas. A diario los españoles demuestran, a costa de su sangre, que prefieren morir a ser fascistas. Ese pueblo tendrá, durante varias generaciones, el alma inflamada por el recuerdo de sus glorias y por el rencor nacido del atropello y de la injusticia.

Una producción que habría de revestir las formas de la esclavitud, ya que los obreros libres y conscientes no pondrían su voluntad ni sus brazos al servicio del vencedor.

Un estado de conspiración sorda y constante para romper las cadenas. Quizás otros pueblos lleguen —aunque lo dudo— al estado de resignación. Pero cuando ha sucedido lo que está sucediendo en España, la resignación es imposible.

¿Cómo se podría gobernar a una tierra y a unos hombros en tales condiciones? Únicamente, mediante una tiranía fortísima y cruel. La misma que ya ejercen los fascistas en todos los pueblos conquistados. Ahora que se conocen sus fechorías, causan horror, porque son infinitamente superiores en cantidad, en calidad y en refinamiento a las perpetradas en el campo leal, nunca, ciertamente, por culpa del Gobierno.

¿Y quién ejercería esa tiranía? ¿Los fascistas españoles? ¡De ninguna manera! i Véase cómo no se atreven a pelear solos contra republicanos! El día que en España se quedaran solos los militares y los fascistas, sin el concurso personal de los ejércitos extranjeros, serían fácilmente aniquilados. No podrían, pues, prescindir de esos ejércitos. Pero, además, los países que los ayudan, no soltarían fácilmente su presa, pues si la dejasen de la mano, es seguro que la perderían absolutamente. Y nadie creerá que esos pueblos están gastando y trabajando para no ganar nada. Serían, pues, ellos quienes positivamente gobernaran en España. Pero, ¿limitarían a eso su acción? Haría falta un estado de inocencia para creerlo. El abatimiento de España sería el paso preliminar para la acometida contra las otras naciones; de igual manera que la violación de Etiopía ha sido el aperitivo para la agresión a España. Entérense de una vez los ilusos, los tímidos, los vacilantes, los perezosos, cuantos equivocadamente, piensan comprar la tranquilidad de hoy renunciando íntegramente al porvenir.

Seguid acompañándome en la hipótesis para augurar el panorama internacional. España reducida a colonia. Su mercurio, su hierro, su cobre, su plomo, su cemento y su potasa, en manos de los conquistadores. El Atlántico intervenido en Galicia, en Lisboa y en Canarias. El Estrecho de Gibraltar dominado por los ocupantes de Ceuta y de Málaga. Las comunicaciones entre Francia y Argel, subordinadas a lo que guste mandar el dominador de Baleares. Un ejército fascista en el Pirineo y Francia amenazada en dos fronteras. El movimiento panislámico, hábilmente explotado en el Marruecos francés. Checoeslovaquia y todas las democracias más o menos amenazadas de seguir la suerte de España. Y así como ya hemos visto repetirse en España la invasión de los moros quizás nos tocase volver a contemplar, inertes y maniatados, la lucha de los bárbaros del Norte contra el Imperio romano.

Lo que todo esto representaría para la Humanidad, no es preciso vaticinarlo. Hay ya ejemplos más que suficientes. Los pueblos donde ha logrado prevalecer la ideología fascista, han alcanzado estos resultados innegables: la opresión y la miseria en el interior, la guerra de conquista en el exterior.

La democracia española renacería de sus cenizas para combatir contra esa política de sadismo. Y España sería un foco de perturbación en el oriundo.

Los dos lenguajes

Quizás lo más agudo —y lo más peligroso— de la presente crisis universal, es que hablan lenguaje distinto del de los pueblos. Mientras los gobiernos, derrochando técnica y habilidad, hablan de acomodos, de pactos de colonias, de empréstitos, de valorizaciones y siguen usando vocabularios sibilinos y abstrusos, los pueblos no hablan más que de una cosa: de libertad. Han aprendido que no valen nada los grandes acorazados ni las magníficas redes de ferrocarriles y de carreteras ni los progresos de la química, si millones de ciudadanos han de quedar postrados ante un dictador y no han de poder disponer de su conciencia, de su pensamiento, ni de su palabra; si han de ser presos, desterrados o ejecutados sin garantías procesales y sin defensores libres; si han de ser arrastrados a la guerra sin consultar la voluntad del país; si las leyes han de ser hijas del capricho y la aplicación de las mismas, fruto de la arbitrariedad; si el ser humano ha de quedar reducido a la condición de bestia de carga; si el espíritu de los niños ha de ser secuestrado por el Poder político; y si en lugar de ser el Estado instrumento para el bienestar del hombre, se toma al hombre como herramienta de un Estado imperialista, sin freno, sin moral, desentendido de Dios y de las leyes del amor y de la solidaridad.

Mientras subsista esa disparidad de lenguajes entre los Estados y los pueblos, en cada nación habrá una revolución latente y la Humanidad estará amenazada de conmociones espantosas. Importa mucho que gobiernos y pueblos hablen acordes, y como es difícil que las muchedumbres aprendan tecnología política, será mucho más práctico que los gobiernos se resuelvan a usar el idioma de la libertad.

Mientras los Estados se deciden a emplearle, convendrá que los pueblos les estimulen y acicalen, poniendo de relieve sus potencias inagotables. Ahora está de moda hablar de un eje en Europa a cuyo alrededor tienen que girar sumisos todos los países, excepto los dos que constituyen los extremos de la línea. Ya que se acude a la geometría, bueno será que las democracias tracen un polígono cuyos lados vayan de pueblo a pueblo, de tal manera que no se pueda atacar a una sola de ellas sin que se pongan de pie todas las demás. ¡Y esa sí que sería fuerza incoercible e insuperable! Los ejércitos del trabajo, los núcleos selectos del pensamiento, moviéndose al unísono, constituirían una fuerza como jamás conoció la Historia. Juegos infantiles serían las obras de Alejandro, de César y de Napoleón, en comparación a lo que realizarían las democracias del mundo entero animadas de la misma emoción.

No se tome este concepto por exagerado y ponderativo. Cada hombre tiene hoy planteado el problema del príncipe Hamlet: ser o no ser. Al lado de esto, todo lo demás es minúsculo. Los republicanos españoles vienen demostrando que quieren ser. ¡Quiéranlo igualmente todos los demás demócratas de la tierra y su triunfo es seguro! Sería monstruoso pensar que millones y millones de hombres, resueltos a vivir y a morir libres hubieran de rendirse ante la voluntad de media docena de sujetos audaces que impusieran su ley al mundo.

El grito marxista "PROLETARIOS DE TODOS LOS PAÍSES UNIOS", se le ha quedado chico a la Humanidad. Al esfuerzo de los proletarios hay que unir el de los intelectuales, el de los profesionales, el de los liberales, el de los cristianos, el de todos cuantos sepan y quieran defender los fueros del espíritu frente a una absorción bárbara. Todos juntos habrán de dar el grito de salvación, que no es otro sino este: ¡ANTIFASCISTAS DE TODO EL UNIVERSO, UNIOS!


Ángel Ossorio y Gallardo
Discurso pronunciado el 22 de febrero de 1937 en la Maison de la Chimie de Paris


Facetas de la actualidad española, La Habana, mayo 1937






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