Lo Último

2780. He pintado ese momento

María Zambrabo Alarcón
(Vélez-Málaga, 22 de abril de 1904 - Madrid, 6 de febrero de 1991)


Es muy difícil hablar de una persona amiga; hay algo –un no sé qué- que nos impide formular aquello que con más ahínco quisiéramos decir, acertar a decir de esa persona: lo que más hondamente valoramos de ella, lo que más intensamente... queremos de ella.

A María Zambrano todos hemos tenido alguna vez la tentación de suponerle un algo, y hasta un mucho, de... Sibila o de Pitonisa. Hoy no lo creo propiamente así, ya que sería, hablando mal y pronto, como decir una verdad que al mismo tiempo... no es verdad; sería como negarle a nuestra gran amiga  el don mismo del pensamiento; sería como suponerlo todo en manos de la simple inspiración, de la simple adivinanza. Y lo cierto es que María Zambrano... piensa –y existe- como cualquier otro ser mortal. Lo que sucede es que María, nuestra amiga, no se ha... puesto nunca a pensar, como tantos –incluso algunas veces el propio Ortega-, sino que ha pensado siempre como sin proponérselo, como sin quererlo, como sin... saberlo. Es también la manera de ser, de ser naturaleza, que habíamos visto en Nietzsche. Estas buenas y extrañas personas –creadoras naturales de pensamiento, de poesía, de pintura, de música- más que hacer tal o cual cosa, parecen serla, sin más. ¿Quién puede pensar que un “andante” de Mozart ha sido... compuesto? Van Gogh, en realidad, no pinta, deja que la pintura, ella sola, ingenuamente en cueros, se manifieste, eso es todo. Velázquez no es ya que no pinte, sino –como todos sabemos- que no quiere, en absoluto, pintar; se diría que Velázquez sólo viene a trasmitirnos la pintura –lo más silencioso y verdadero de ella, de esa... embustera- y entonces poder marcharse, irse. María Zambrano es, pues, una de esas criaturas... creadoras.

En Roma, durante años, nos hemos visto casi todos los días. Yo tenía entonces un estudio en Mario di Fiori, casi esquina a vía Condotti, y María, con su hermana Araceli, vivía en Piazza del Pòpolo. Nos movíamos muy bien por estos lugares: el Café Greco, Piazza de Spagna, vía del Babuino, la frutería, la “trattoría”; el lujosísimo escaparate de ropa o de joyas al lado mismo del verdulero, los gatos... Pero quizá en donde he visto a María, no más feliz, ni más triste, sino más... plena, más completa, ha sido en la via Apia. A María le gustaba, sobre todo, llegar hasta un relieve muy perdido, muy gastado, de una tumba romana.

Junto a esa tumba hay un pino –un pino romano- que también parece una escultura. Casi podría pintar ese momento.


Ramón Gaya
ABC, Madrid, 1989













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