I
¡Adiós las aguas del río
camino
de la mar brava!
adiós
las aguas crueles,
cuchillos
que se afilaban
en
la piedra del invierno!
¡Manos mías traspasadas!
¡Adiós las duras orillas
que
me miraron esclava,
la
rodilla hincada en tierra,
arco
agobiado la espalda,
arrojar
a la corriente
con
ignorancia heredada
hora
por hora una vida
sin
florecer, agostada!
¡Ay,
río Guadalmedina,
cauce
de penas amargas!
¿Tuviste como otros ríos
nocturnos
de lunas claras,
pájaros
de amanecer,
chopos
vestidos de plata,
cielo
cuajado en remansos,
flechas
de sol en el agua?
¡Ay,
río Guadalmedina,
¿para
quién eran tus galas?
¿Dónde
esas vegas floridas
y
esas veredas románticas
que
andan siempre con los ríos
disputándose
distancias?
¡Ni
espejo quisiste ser,
ni
espejo para mi cara
si
nacía una sonrisa
robando
sal a mis lágrimas!
¡Siempre
es como el agua turbia
debajo
de mis miradas!
¡Ay,
río Guadalmedina,
cauce
de penas amargas!
¿Quién ha dicho que los ríos
tienen
flautas encantadas
que
tañen en los crepúsculos
con
lenguas de viento y agua?
¡Ay,
dolor! dolor del río
sobre
mi cuerpo y mi alma
-frío,
dureza, fatiga,
hambre,
sudor, ignorancia-.
¡Ay,
río Guadalmedina,
cauce
de penas amargas!
II
Cambié
ropas de "señores",
batistas
finas y claras
por
ropas de miliciano
obscuras
y ensangrentadas.
¿Qué
pecado han cometido
mis
pobres manos esclavas?
Cambié
de ropa, buen juez,
que
también los tiempos cambian.
Sangre
y sudor como Cristo
los
hijos del pueblo daban.
¡Si
yo supiera por qué!
¡Maldición
de mi ignorancia!
tan
sólo sé que eran carne
de
mi carne atormentada.
Esto
es lo que sé tan sólo,
de
lo demás no sé nada.
El
río era el mismo río,
turbia
como siempre el agua,
las
mismas duras orillas
y
la misma hambre insaciada.
Yo
no sé nada, buen juez.
Estoy
loca de palabras
y
nadie acierta a decirme
por
qué los hombres se matan.
Eran
de mi misma carne...
¿Es
esto una cosa mala?
Ayer
lavé ropas finas,
hoy
ropas ensangrentadas.
Si
me sacan de ahí, buen juez,
no
comprendo una palabra.
El
juez se encogió de hombros;
huyó
mirarla a la cara.
Para
escarmiento de pobres
ha
mandado fusilarla.
III
Caliente
de sangre está
la
hora más fría del alba,
de
estupor cuajado el aire,
la
conciencia desvelada
y
el sueño, rotas las venas,
vigilante
en las ventanas.
Siegan
cuchillos de miedo
las
voces en las gargantas
¿A
dónde va Encarnación
Giménez,
altiva y pálida,
una
pregunta en los labios
que
nadie ha de contestarla
y
una escolta de fusiles
con
bayoneta calada?
Sólo
la luna la sigue
desde
los cielos del alba
y
el río Guadalmedina,
crecido
de sangre y lágrimas.
Ya
está la tapia alevosa
traicionándole
a la espalda.
La
van a matar por pobre
-cosa
ruin de la "canalla"-.
Justicia
que manda hacer
código
de aristocracia.
Pobres
del mundo ¡acorradla !
¡suene clarín de batalla!
¡Ahajo
todos los códigos,
corran
veloces las llamas!
¡cayó
Encarnación Giménez
bajo
un huracán de balas!
¡Si
hundir el mundo precisa,
derrúmbese
noramala!
¡En
pie los pobres del mundo
en
torrentes desbordada!
Lucía Sánchez Saornil
Mujeres Libres núm. 9, 1937
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