Lo Último

3297. La muerte del moro Mizzian

Cerro Muriano, frente de Córdoba, septiembre de 1936 - Foto: Robert Capa


Atravesando los campos 
vestidos de soledad, 
entre silencios y ruinas 
hemos llegado a El Vacar. 
Un soldado de la España 
que defiende el ideal, 
la de los trabajadores 
que luchan por libertad, 
absorto mira las cumbres 
que él quisiera conquistar. 
Son los picos del Muriano. 
que él hubo de abandonar 
en una jornada triste que 
bien quisiera vengar. 
Por los caminos, va grave 
gente que perdió su hogar. 
Algunos con sus palabras 
lágrimas hacen brotar. 
Una anciana suspiraba, 
un hombre pensando está; 
el pionero nos saluda 
impaciente por luchar.
¿Qué ruido es aquél que se oye? 
¡Centinela! ¡Alerta está! 
Son los bandidos fascistas, 
de nuevo van a atacar; 
mas esta vez yo os juro 
que ni un paso habéis de dar 
sin que nuestros milicianos 
caros lo hagan pagar. 
Todos van, cogen las armas, 
todos quieren pelear; 
en primera fila mueren
los mejores de El Vacar.

Ya los moros emboscados 
adelantádose han; 
los valientes milicianos 
a pie firme han de esperar. 
A ellos los dirige un moro, 
el comandante Mizzian. 
Los nuestros van dirigidos 
por el más alto ideal. 
Empieza el combate, arrecia, 
ellos nos quieren copar; 
pero los nuestros, valientes, 
no han de dejarlos pasar. 
Tira su aviación muy fuerte, 
la nuestra más fuerte va; 
una victoria se anuncia,
triunfo que bien sonará. 

A las siete de la tarde, 
doblado el campo de paz, 
cien cadáveres de moros 
muertos a la mano están. 
El soldado que os decía 
en altas cumbres ya está; 
allí coge al moro huído, 
allí le ha de rematar. 
Escuchad lo que él le dice, 
el aliento se le va: 
Muero traidor a mi patria, 
soy comandante Mizzian; 
me trajeron los fascistas 
a obreros asesinar; 
yo buscaba aquí un sol viejo, 
no lo he podido encontrar; 
viví con capitalistas, 
gente sin moralidad; 
he venido a extrañas tierras 
a los míos traicionar. 

Yo me muero arrepentido
ellos castigo tendrán: 
morirán por esas manos 
que me acaban de matar. 
Perdido su jefe el moro, 
ya no saben pelear. 
Por las vertientes abajo 
los moros llorando van, 
tiraban todos las armas 
para clemencia implorar. 

Los nuestros que son leales, 
no los quieren perdonar; 
por traidores y canallas 
todos de morir habrán. 
Los corren picos arriba; 
Córdoba a la vista está, 
por las vertientes abajo 
los moros muriendo van. 
Se da fin a la batalla, es 
ya hora de parar; 
por estos picos agrestes 
no se debe continuar, 
que cuando llegare el día 
Córdoba se atacará. 
Siete veces han tocado 
las cornetas de El Vacar, 
pero nuestros milicianos 
no se quieren retirar, 
que los que tan bien luchareis 
no saben volver atrás. 
Con lágrimas de sus ojos 
sus pasos vuelven a andar. 
¡Es prudencia, compañeros; 
pronto habremos de avanzar 
y en la Mezquita la bella 
roja bandera ondeará! 
Todos ya se han retirado, 
todos vuelven a El Vacar; 
tinos ríen, otros lloran, 
todos unidos están. 
En los campos donde duermen
algazara y fiesta hay, 
unos se cuentan a otros 
lo que acaba de pasar. 
Todos se encuentran bien sanos,
todos enteros están. 
Sólo muy pocos cayeron 
en lucha de heroicidad. 
Monturas bordadas de oro 
abandonadas están, 
gumias y mosquetones, 
buen botín para El Vacar. 
Lo cogen los milicianos 
para victoria cantar. 
Todos se sienten felices, 
todos amables están; 
a la canalla fascista
ellos juraron matar. 
Uno me saluda alegre, 
aquél no quiere cantar, 
en la sonrisa de todos 
se ve el día alborear. 
Y yo desde aquí os saludo, 
milicianos de El Vacar; 
con esta mi pobre pluma 
el deseo es celebrar 
esa hazaña que habéis hecho 
matando al moro Mizzian. 
¡En las cumbres del Muriano 
siempre el moro ha de temblar! 

Antonio Sánchez Barbudo
El Mono Azul, 8 de octubre de 1936








1 comentario: