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3404. Carmen Hornero, maestra y alcaldesa de Fernancaballero (Ciudad Real)

Carmen Hornero, alcaldesa de Fernancaballero en 1933. A la derecha el Gobernador civil, Fernández Matos


En los pueblos manchegos, como en el resto de España, han florecido también alcaldesas. Una sonrisa femenina, juvenil en la mayoría de los casos, va a alegrar las sesiones de no pocos Ayuntamientos hasta las próximas elecciones municipales. El gobernador civil de Ciudad Real, señor Fernández Matos, que es, ante todo, un agudo periodista, nos facilitó amablemente un boceto de información, y como le dijéramos: 

—Aquí, en la provincia de Madrid, también hay muchas alcaldesas. 

El contestó: 

—Sí; pero ¿a que no tienen ustedes ninguna en plena luna de miel?

Y es verdad. En Fernancaballero, la alcaldesa, que es, al mismo tiempo maestra, se casó exactamente hace un mes con el maestro del pueblo. No es difícil imaginarse las terribles complicaciones que de esta coincidencia se derivan. Yo, aunque nadie me las ha contado, las imagino.

A los veintitrés años, bonita, ilusionada, ¿qué novia no le repite, como un leit motiv, al novio: "¿Verdad que no nos separaremos nunca?" "¿Verdad que iremos a todas partes juntos?..." Y los dos se lo prometen repetidas veces, lo cumplen fielmente durante dos o tres meses, y luego, por acuerdo tácito, introducen ciertas modificaciones en el programa de felicidad conyugal elaborado antes del matrimonio.

Pero durante esos dos o tres meses primeros no hay quien deshaga la pareja. Alguien me ha contado que la gentil alcaldesa de Fernancaballero ha tenido el rasgo delicioso de hacer de su esposo algo así como un alcalde consorte. Los dos juntitos presidían las sesiones, o iban al frente de una Comisión para entrevistarse con el gobernador civil. No sé si lo seguirán haciendo, después de un elocuente discurso de Fernández Matos sobre la sublimidad de los deberes ciudadanos. Es muy joven —veintitrés años—, guapa, simpática. Se llama Carmen Hornero; su marido Enrique Duarte. No parecen, ninguno de los dos, entusiasmados por el nuevo cargo. 

—Fué una sorpresa —me dice el marido—. Yo hice cuanto pude por que me eligieran a mí alcalde y evitar a mi mujer todos los trastornos consiguientes. Pero no conseguí nada y la nombraron a ella. 

—¡Y con bien poca oportunidad! —interrumpe la alcaldesa—. Acababa de quedarme sin criada, y desde entonces estoy atendiendo a la escuela, al Ayuntamiento y a la cocina. ¡Es demasiado! 

Luego hablamos de cosas serias: 

—Quiero que arreglen la plaza del pueblo, que está muy mal. Y que se apruebe la construcción de un grupo escolar. Lo que no me dice, pero que yo creo adivinar, es su deseo de que las próximas elecciones municipales le permitan continuar esa luna de miel interrumpida por unas austeras discusiones en un Ayuntamiento manchego. 


L.G. de L. 
Estampa, 11 de febrero de 1933








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