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2974. De Alemania a Europa

Un prisionero judío liberado de un campo de concentración al final de la Segunda Guerra Mundial apunta con un arma a un soldado nazi



“[...] rabia de la brasa, dirá el hombre donde habita el exterminio”
                                               E. Falcón

Con un idioma reciente
comenzaron a nombrar el mundo
y decidir que azul era
el color de los ojos
y rubio el del cabello:
no había lenguaje para
aceptar diferencias.
Decidieron que las estrellas
fueran marcas de muerte
y el color sólo oliera
a cenizas y silencio.
Convirtieron inmensas llanuras
en campos de despojos
que marmolizaban su mirada
a la espera de una muerte segura.
Asumieron sin dudas
que existían seres humanos de segunda,
en los que clavar las manos y las dagas
no resultaba homicida.

Con múltiples idiomas “hermanos”
renombramos nuestro mundo,
dando verdad a cualquier elemento
que sentimos nos refleja,
olvidando que más allá de nuestra mirada
hay una vida que tiñe de colores diferentes
sus casas, sus ropas, los sueños de todos
los que hoy desean este blanco y negro
para sobrevivirse.

Y nosotros, seres del antiguo mundo,
miramos a otros horizontes
esperando que la ignorancia
nos salve de una historia en la que
no hay estrellas para coserse
pero sí medias lunas que se convierten en hoces
de la que ninguna cruz se siente responsable.

Querer ser rubios para igualar el mundo
fue un deseo de un loco al que despreciamos,
pero la pasividad, ante esas manos
de otro desde el abismo
nos hermana en este nuevo genocidio.


Montserrat Villar González, Sumergir el sueño







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