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110. Rapadas



María Torres/ Enero 2012

La Historia se olvidó de las mujeres. Se olvidó de miles de mujeres que fueron vejadas y represaliadas durante la Guerra de España y la inmediata postguerra por los vencedores, que ejercieron sobre ellas múltiples violencias: raparon sus cabezas, fueron obligadas a beber grandes cantidades de aceite de ricino mediante el procedimiento de meterles un embudo en la boca. Muchas se ahogaban en su propio vómito de sangre debido a las heridas provocadas por la colocación del embudo. Las obligaron  a limpiar cuarteles e iglesias manteniéndolas de rodillas en éstas últimas durante interminables horas. Las forzaban a desfilar  cantando el “cara al sol” o la salve, fueron expuestas en las plazas, sucias, deshidratadas, desfallecidas.


Muchas de las que lograban sobrevivir al escarnio público acababan en las cárceles, donde morían de hambre, de epidemias, de tuberculosis, y tras la parodia del Consejo de Guerra Sumarísimo, eran ejecutadas sin piedad.


También fueron violadas, pues así lo mandaban las instrucciones de Queipo de Llano: «nuestros valientes legionarios y regulares han enseñado a los rojos lo que es ser hombres. De paso han enseñado también a sus mujeres, que ahora por fin han conocido hombres de verdad, y no esos castrados milicianos. Dar patadas y berrear no las salvará


Nadie les pidió perdón.


Para Pura Sánchez, historiadora de Memoria Histórica, el hecho de raparles la cabeza «tiene que ver con desposeerlas de su feminidad. El aceite de ricino era un purgante, que en grandes cantidades, como les daban a ellas, provoca fuertes dolores estomacales y graves diarreas. Hacerles esto a las mujeres y exhibirlas era un mensaje dirigido a los hombres: “Mirad lo que hacemos a vuestras mujeres, ahora son nuestras”. Eran consideradas un botín de guerra


Las mujeres de la estremecedora fotografía que encabeza este texto tienen nombre. Las cuatro eran vecinas de Oropesa, Toledo. A las cuatro les raparon la cabeza, fueron vejadas y expuestas en el estanco del pueblo, como si fueran productos de consumo. Durante varios días fueron paseadas por las calles del pueblo, recibiendo insultos, pedradas, e incluso fueron manteadas.


Sus nombres: Prudencia Acosta (La Catalana), María Antonia de la Purificación Rubio Alía (Pureza), Antonia Juntas Hernández (Antonia, la planchadora), y Antonia Gutiérrez Hernández.


Prudencia Acosta fue encarcelada durante toda la guerra en la cárcel de mujeres de Puente del Arzobispo. Vivió con la constante amenaza de ser ejecutada junto a su hijo Andrés, con quien aparece en la fotografía, si el “ejército rojo” se aproximaba. Antes de ser encarcelada, incautaron todas sus pertenencias. Su marido, combatiente del ejército republicano, fue fusilado en la pared del cementerio de Talavera el 23 de agosto de 1940.


María Antonia de la Purificación Rubio Alía (Pureza) tan solo tenía 16 años al iniciarse la Guerra, estaba soltera y vivía con su madre. Ambas fueron retenidas en la cárcel de la plaza vieja de Oropesa. La acusación que recayó sobre Pureza fue que tenía relaciones con un “chaval rojo”. Fueron rapadas con unas tijeras de cortar el pelo a las caballerías. Permaneció encerrada hasta los 18 años, sufriendo todo tipo de vejaciones.


Antonia Juntas Hernández (Antonia la Planchadora). Tenía cuarenta y ocho años cuando fue rapada. Permaneció con el resto de mujeres en la cárcel acusada de haber trabajado sirviendo a las tropas republicanas. Aunque Antonia nunca fue de ideología republicana, cocinó para las tropas por un escaso sueldo. Por ello fue condenada a tres meses de prisión.


Antonia Gutiérrez Hernández estaba casada y era madre de dos hijos. Al iniciarse la Guerra ni ella ni su marido se significaron políticamente. Cuando el ejército franquista llegó al pueblo fue encarcelada bajo la acusación de pertenecer a una familia de republicanos. Por mediación de su suegro consiguió ser puesta en libertad unas semanas más tarde. Conservó durante toda su vida la trenza que le fue cortada.


Y nadie les pidió perdón.