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2655. Duro tiempo


En un campo de refugiados, una madre española alimenta a su hijo durante la Guerra de España Española.
(Archivos South West. Georges Berniard
 )



Nuestra niñez no ha sido protegida
por canciones de nácar,
por símbolos de azúcar inefable
o guirnaldas de estaño.
Nuestra infancia sabía a hierba amarga,
a guerra fratricida,
sin fábulas azules ni leyendas.
Enseguida supimos que la vida
─aquel tallo inocente─
nacía de una entraña ensangrentada
que indicaba el camino
hacia la luz, entre la carne rota.
Que las madres guardaban
recuerdos prenatales en su vientre.
A esquirlas de metralla, a realidades,
nos sacaron del mundo
en que era fácil y feliz sin niño.
Con obuses, con bombas
conocimos la atroz mitología
que izaban la palabras
del lívido alarido de la herida.
Hicimos colección de balas viejas
usadas por la muerte.
Nana feroz nos daban en la noche
las sirenas de alarma
y el agujero del terror oscuro
del refugio antiaéreo
que jugaba por el día con nosotros.
Lo mismos que asexuales criaturas
inventábamos juntos
iguales violencias. (Una niña
alunas veces vino,
se me subió a los ojos lentamente
y lloró en mis pupilas
inexplicables ríos infantiles─)
Y ese ha sido el preludio,
la llegada a la tierra que vivo.
Los indicios apenas de la vida
repartida en dos seres
y desdoblada, separada, aparte.
La dura despedida
del otro ser que se quedó en la muerte.
Sin ser mujer, y sin tener infancia
allí, en tierra de nadie,
en tiempo neutro, en limbo sostenido,
la niñez compañera
era un capullo pálido, caído,
ahogado entre la sangre
en donde ser perdió la niña muerta.
Pero siguió la muerte su camino
y los hermanos eran
allá en el frente, dioses luminosos,
de guerreros antiguos
resplandeciendo a un lado de la lucha,
en el duro combate,
en la carne mortal, herida y nuestra,
mientras iba cayendo eterna lluvia
en la herida infectada
de acuchillados campos. En el hueso
innumerable y joven
del múltiple cadáver, y algo hembra,
mujer, madre del luto,
algo llamado España sollozaba.


María Beneyto
Vida anterior, 1962











2623. Balada del pan amarillo (postguerra)

Balada del pan amarillo
(postguerra) 


En el pan de maíz, el sol queda 
a sufrir con nosotros, amarillo. 
Toda la población de la mazorca 
nos acompaña así, nos edifica. 

Por él acerca el campo su palabra 
caída entre los muertos y el otoño, 
su balada perdida, sin garganta 
que dé salida al canto de la tierra. 

En él late la yema de la vida 
llena de avispas ciegas, desnortadas, 
y bulle un zumo de limón caliente 
en el lugar donde la sangre canta. 

En el pan de maíz hay una rosa 
amarilla de azufre y tristeza; 
un acorde, una música de hierro, 
quizá una fuerza de astros extinguidos. 

Hay un calor dormido junto a un niño, 
un fuego a medio hacer con hielo cerca, 
una remota fiebre de azafranes 
diluidos en mares de ceniza. 

Perros hambrientos tienden sus aullidos 
debajo de los árboles dorados, 
y un aserrín de cálida madera 
trepa al silencio en espirales mudas. 

Por el pan de maíz, toda la vida 
se nos quedó amarilla, pero erecta, 
se nos quedó oxidada, pero firme, 
y el pan aquél ya es carne, hueso nuestro. 

Invisibles canarios que venían 
inmiscuyendo su ternura inquieta 
en el redondo pan de la amargura 
nos daban alas, plumas, voces rubias… 

Con el dolor del miedo nos saciaban. 
Con su lívido frío. Y nos alzamos 
en terca voluntad de crecimiento: 
nos quisimos quedar a ver la vida. 

Como una flor de liquen, arraigada 
en tejado pobrísimo, sin tierra 
ni apenas otra cosa que la nube, 
así creció y se fue la dura infancia. 

(¿Adónde? ¿Con qué escolta ilimitada 
de estrellas y nenúfares? ¿Qué signos 
sin descifrar dejaba? ¿Qué simientes? 
¿En dónde están sus leves huesecillos…?) 

Con amarillo pan hemos nutrido 
la adolescencia débil y espigada, 
el amor primero, lo inefable 
de la esperanza: cuanto no tuvimos. 

Y si crecimos, si hasta aquí llegamos 
con el pan de maíz en las arterias, 
fue porque el sol tribal de la naranja 
se escondió con tristeza. Y nos sostuvo. 


María Beneyto
Antología de Poesía Social,  Leopoldo Luis. Edic. Júcar, 1982







2617. Punto final



Punto final

Iban los vencedores con sus himnos
y su orgullo, y su grito, por las calles.
Las palabras del júbilo eran rosas,
guirnaldas y banderas. Bienvenidas.

(Por la raya del mar, el barco iba
-el último de todos- hacia lejos:
el exilio, la angustia, el cielo extraño,
la extraña tierra... Sangre en las raíces.)

Ese himno ya no. !Callad, silencio...!
Tuvimos que aprendernos las palabras
del nuevo modo de salvar el mundo,
la música del pez en la pecera.

(Los himnos fenecidos, los pusimos
detrás de la memoria. Con ramajes
y camuflaje de hojas. Encerrarlos
era como enterrar la infancia en ellos.)

Desfiles. Tiempo nuevo. No pudimos
adaptarnos muy pronto. Más desfiles.
Quizá aquella gente extraña era,
en verdad, la verdad. Y la victoria.

(En la raya de Francia, los vencidos,
 y en un flanco de España, la derrota:
los heridos, los vivos, y los otros.
El camino final. Y la posguerra.)

Se habló entonces de patria. De los hijos.
De Castilla la grande. Y en los montes
sólo una mano de la muerte
hacía la señal de la cruz sobre la guerra.

(Ellos tuvieron sólo el gran silencio.
Sólo su herida al lado de la tierra,
huesos que hay que olvidar.
Muertos de España a quienes nadie da nombre de muertos.)


María Baneyto
Biografía breve del silencio, 1975










2582. Guerra civil

Guerra civil

Nos decían: "es la guerra"
Parecía divertido 
como un juego inenarrable 
sobre un clima de misterio. 

Y la guerra se hizo himno 
de energías impacientes 
y la muerte tuvo manos 
blandas, tiernas, manos limpias. 

Los mayores lo lograban. 
"van al frente". Cantimploras, 
mantas, cascos, nuestra envidia 
como un perro, por sus huellas 

los dos brazos de la madre 
se llevaron, sus latidos. 
Un esfuerzo de la sangre, 
de la extraña removida. 

"Vas al frente" (Algo roto. 
Calcetines para el frío, 
pura luna, punto a punto 
macerados por el ansia) 



y mi padre. Por su orgullo 
resbalaba un llanto leve. 
"Van al frente. Sus dos hombres" 
y la música crecía. 

Era mágico el momento, 
fuera de órbita, candente. 
Nos salíamos de madre, 
invadíamos la vida. 

(Y después los hospitales, 
bombardeos, nuevos miedos 
y más tarde el negativo 
de la llama jubilosa). 
Pero entonces todo era exaltada maravilla 
en la vida que empezaba 
siendo muerte recién viva. 


María Beneyto
Biografía breve del silencio, 1975