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595. El final. La historia de Leonor Ávila Amil y Alfonso Sanz Martín, "El Corneta"


La imagen del cruce del Acebucho posiblemente sea la última que captaron las pupilas de Alfonso Sanz Martín. "El corneta",
donde fue abatido por la Guardia civil el 24 de agosto de 1947


... se cubrirá su memoria con la tierra de la desmemoria
y su muerte será una muerte doble a golpe de balas
y silencio.
 (Cervera 1997:152)


A la salida de la cárcel, Leonor se quedo en Córdoba trabajando de sirvienta. Decidieron que  los abuelos y las niñas marcharan a vivir a Alcolea para poder encontrar trabajo y tranquilidad lejos de las miradas maliciosas y burlonas de algunos vecinos y de la amenaza de que le quitasen a sus hijas. Ya en una ocasión, volviendo de la siega, Leonor se encontró con dos mujeres que se llevaban a sus niñas, sin hacer caso de la madre y disputándose a la mas graciosa, las llevaron a la iglesia y sin más permiso que el que les concedía ser “quienes eran” las bautizaron. Lola, la pequeña era una niña zalamera, divertida y bonita que a sus 5 años no entendía de “rojos” ni de ”nacionales”. La llevaban al casino donde subida en una mesa arrancaba por sevillanas enamorando a todos los que estaban a su alrededor, con una gracia que nadie sabía de dónde salía y una alegría extraña en los tiempos que corrían. Su madre recuerda que siempre estaba hambrienta, pendiente de apurar el plato de su hermana.

Una señora de buena familia que no tenía hijos quedó prendada con la chiquilla. En una ocasión le propuso a Leonor que se la diese, que con ella, la niña tendría una buena alimentación, ropa y que también podría darle una educación cristiana. Fue entonces, cuando ya se lo habían quitado casi todo, que la familia decidió marchar del pueblo.

No sabemos si Leonor volvió a ver a su marido ni podemos  saber tampoco que pasaba por las mentes de los guerrilleros cuando los enlaces de la guerrilla les traían noticias de sus familias, cuando les explicaban que estaban siendo  torturados, encerrados y juzgados. Nadie de los del pueblo en la partida del Romera, que sepamos, sobrevivió para contarlo.

Aquellos años se produjo un aumento de la actividad guerrillera, el PCE en el exilio favoreció la incorporación de nuevos contingentes procedentes de las guerrillas españolas en Francia y  procedieron a la reorganizar las partidas, militarizándolas. El año 1945 en Córdoba se inicio  oficialmente la organización de la 3ª Agrupación del Ejército de la Zona Centro.

“Mario de Rosa” encabezaba la agrupación, Julián Caballero Vacas recibió el nombramiento de Comisario Político, Librado Pérez Díaz "Jorge Clavijo”, la jefatura del Estado Mayor y María Josefa López Garrido "Mojea" era la ayudante del Cuartel General.

Al mando de la 32 división estaba Claudio Romera Bernal socialista que no tuvo ningún inconveniente en unirse a los comunistas aunque manteniendo una cierta autonomía, “asesinos” para los falangistas, como nos dijo en la entrevista de 2012 Miguel Redondo, “Robin Hood” para los desahuciados que malvivían en el pueblo y los cortijos.

El batallón de la 32ª División era al que pertenecía mi abuelo, Alfonso Sanz Martín “El Corneta”.

Corrían malos tiempos para la guerrilla, los mandos franquistas decidieron poner todas sus fuerzas al exterminio de la misma, llegó el llamado “trienio del terror” donde cayeron la gran mayoría de sus hombres.

Terminada la Segunda Guerra Mundial el bando aliado, que había ilusionado a los guerrilleros españoles con la vuelta a la democracia, inmerso como estaba en el miedo al comunismo y en el levantamiento de la destruida Europa, no atacó la Dictadura de Franco como en la España Republicana que resistía en las montañas y ciudades se esperaba, el único dictador fascista que quedaba en la Europa occidental permanecería impune hasta su muerte en 1975.

Los mandos de los diferentes partidos en el exilio estaban divididos, solo el partido comunista apoyaba activamente a las guerrillas, el resto, más preocupado en resistir y en reorganizarse en el exterior, dejo a los “huidos” a la sierra, a los del “monte”, a los guerrilleros por la libertad, solos y aislados. Esta desvinculación y abandono  que ellos leían en los panfletos  que llegaban muy de tanto en tanto a la sierra debió caer como una losa sobre los agotados guerrilleros que llevaban ya casi una década esperando la liberación.

No era fácil la vida en el monte, fuera de algunas acciones especiales de sabotaje a las fuerzas de la guardia civil casi la totalidad del tiempo lo dedicaban a sobrevivir, buscar comida, y resistir. El gobierno franquista en aquellos años dedicó muchos esfuerzos para exterminarlos, creando contrapartidas de guardias, soldados y falangistas que asesinaban y robaban en nombre de los guerrilleros para engañar a la población civil y eliminar las simpatías de la guerrilla. Se puso precio a sus cabezas para conseguir delaciones, eran años de hambre y el dinero era la diferencia entre vivir y morir.

1947 fue el inicio del fin de la guerrilla andaluza en general y de la cordobesa en particular, sobre todo a partir del verano. Fruto de las confidencias del enlace José Martínez "Chunga”, fueron abatidos muchos guerrilleros. El desmantelamiento definitivo del batallón de la 32ª División se produjo con la muerte del Romera el 11 de setiembre de 1948 en una emboscada.

Fruto de las denuncias del  "Chunga”, el grupo de “El Romera” sufrió varias bajas en el otoño de 1947, una de ellas la de Alfonso.

El 24 de agosto había de tener lugar una reunión en el  Cerro del Acebuchoso, sobre la linde de otras dos fincas, “Los Remochos” y  “La Parrilla”. El primero en llegar fue “El Corneta”, probablemente estuvo un tiempo estudiando el terreno antes de acercarse, estaban prevenidos, no en vano en esa misma zona hacia solo unos días, el 21 de agosto, había caído otro miembro de las guerrillas, “Rubio el de Obejo”.

Lo que sigue a continuación fue lo que creo que pudo pasar compuesto por el testimonio oral de tres personas mayores del pueblo en una entrevista el 24 de agosto de 2012 y los relatos de Leonor en sus últimos días de vida.

Los civiles estaban agazapados en las lindes, no tenían mucha visión, la sierra andaluza estaba llena de sombras con aquellos colores rojos y anaranjados que la caracterizaban al bajar el sol. Alfonso y los otros componentes de la cuadrilla venían por parejas, probablemente de la finca de los Remochos donde una mujer, Natividad, los proveía y resguardaba cuando estaban enfermos o tenían problemas. Alfonso, quizás hizo un movimiento que lo delató, o tal vez fumaba y saltándose la prudencia encendió un cigarro, algún guardia nervioso después de horas de acecho escondido entre los matorrales dio el primer tiro sin esperar a ver más guerrilleros,  sonaron varias ráfagas que fueron oídas desde la cercana finca de la Viñuela. 

“El corneta” cayó al suelo, mortalmente herido en el pecho, mientras los civiles se acercaban cuidadosos. El se arrastro sobre su cuerpo maltrecho y resbalo por un terraplén yendo a parar a un arroyo cercano, seco en esa época, allí quedo tendido entre las matas. Sus compañeros que estaban en las cercanías se dispersaron rápidamente al estruendo de los tiros mientras los guardias, con el terreno asegurado, se acercaron a la “pieza”, estaba muerto, nadie tuvo que darle el tiro de gracia.

Se procedió a informar a la comandancia del puesto de Adamuz, el cadáver pasó la noche al raso. Al amanecer, el verano que estaba en su cenit y el calor agobiante amenazaba con deteriorar el cadáver que la guardia civil quería utilizar como ejemplo y amenaza a los lugareños. Se ordenó vaciarle las tripas para conservarlo unas horas más y le volvieron a colocar la camisa encima.

La noticia ya había llegado al pueblo donde las fuerzas vivas decidieron enviar el único coche de la población para recogerlo y bajarlo pero el automóvil no podía subir al cruce del acebuchoso así que mientras lo esperaban en la carretera de Villanueva enviaron a un animal de tiro.

Alfonso bajó a la carretera echado en las aguaderas de un burro y allí fue colocado en el maletero del Buick negro propiedad de Pedro Galán Luque, iba, según testimonios, “terciado” era un hombre “altete” y moreno, le colgaban las piernas y la cabeza, llevaba una camisa y un pantalón de pana “deslucido”.

Llegaron al pueblo, la primera parada fue en el juzgado, donde “elaboraron” la partida de defunción. El buick con su macabra carga estaba aparcado cerca de la acera, la cabeza colgaba del costado del muro, los pies a la calle.

La segunda parada fue el antiguo ayuntamiento donde el guerrillero fue colocado a la derecha  de la puerta de manera que todo el mundo pudiera reconocerlo. Adolescentes y adultos se aproximaban a verlo en ordenada procesión,  algunos a escupirle, otros, temerosos, simplemente a comprobar que realmente era quien decían que era, “El corneta”.  Algunas de las mujeres que se acercaban se tapaban la cabeza con pañuelos negros y al llegar a su lado dejaban ir un suspiro de alivio, esta vez no era su hijo, marido, hermano, vecino.

La tercera parada fue la iglesia, allí estuvo más tiempo expuesto, como ejemplo, custodiado por dos guardias civiles. El párroco de la iglesia salió, cansado probablemente de la algarabía y espetó a los que lo custodiaban  “sacad de aquí a esta persona”,  “no es una persona padre" respondió un civil, "es un rojo”. Dicen que el cura respondió que ni rojo ni verde, que era un cuerpo humano y que como tal debían darle tierra.

Lo cargaron en unas parihuelas trasladándolo al cementerio que estaba cerca, lo dejaron en la mesa de las autopsias, uno de los testimonios con los que hablamos, por aquel entonces con 9 años, junto con otros chiquillos miraban por la ventana del deposito, cuando por la noche lo contó en su casa le costó una paliza. Hecho el trámite de la autopsia, de la que no hay información, lo llevaron a la zona norte del cementerio y lo tiraron dándole una patada, en una zanja que estaba abierta para aquellos “menesteres”. No podemos saber exactamente ni dónde ni cuándo ni cómo fue enterrado ya que el libro del cementerio de la época despareció hace pocos años, ya bien entrada la democracia.

En Alcolea, unos días después, una niña iba al quiosco cercano a su casa a recoger diarios antiguos para forrar sus libros, pronto empezaría el colegio, leía de reojo las noticias, a Araceli le encantaba leer, cualquier cosa, solo por el placer de leer. Una frase en un “bando”  llamó su atención, en el, junto con otros nombres vio el de su padre, Alfonso Sanz Martin, “El corneta” y la descripción de la heroica hazaña, “Abatidos a tiros por la guardia civil”. Salió corriendo y llorando a casa.

Leonor marchó de Córdoba apresurada para ir al pueblo, allí ya no pudo ver nada, su marido hacia un par de días que estaba enterrado, hablo con un paisano, guarda de la localidad, que le explicó lo que había pasado, hizo los trámites para liquidar lo poco que le quedaba a la familia en Adamuz y volvió a Alcolea.

Pocas semanas más tarde, toda la familia, Leonor, los abuelos papa Antonio y mama Dolores, las tías Anita y Cecilia, sus dos hijas Araceli y Lola y su sobrina Vicenta cogieron un tren para Barcelona.

Las niñas recuerdan que llevaban unos trajecitos negros, confeccionados por la abuela, debían ser muy bastos pues Lola recuerda que el vestido le escocía, iban  cargados con los pocos bártulos que podían llevar y marcharon a Barcelona donde tenían paisanos.

No volvieron a Adamuz hasta 43 años después, en 1990, una sola vez, donde en la calle de las Dueñas, delante de la que fue su casa, Leonor fue reconocida por una vecina, estuvo unos minutos hablando con ella y después se dirigió al grupo de familia que la había llevado allí y dirigiéndose a mi padre le dijo, “venga Juanito, vámonos, que aquí no hay nada más que ver”.

Leonor murió en Badalona, Barcelona, en el año 2006, casi sesenta años después de su partida, con 97 años de edad. No sabemos el porqué nunca relató su historia, de hecho, solo pocas veces dio pequeños retazos de ella, pinceladas sueltas en muy contadas ocasiones. En sus últimos meses, con una embolia que decían le había hecho perder la cabeza volvieron los recuerdos, fue entonces entre brumas y sombras cuando llorando hablaba claramente de “su” Alfonso.



FIN


Araceli Pena
Marzo 2012


Segunda Parte: Cautivos y desarmados
Tercera Parte: La dura posguerra
Cuarta Parte:  En el nombre de Dios








582. La dura posguerra. La historia de Leonor Ávila Amil y Alfonso Sanz Martín, "El Corneta"

"Nuestros valientes legionarios y Regulares han enseñado a los cobardes de los rojos lo que significa ser hombre. Y, de paso, también a las mujeres. Después de todo, estas comunistas y anarquistas se lo merecen, ¿no han estado jugando al amor libre? Ahora por lo menos sabrán lo que son hombres de verdad y no milicianos maricas. No se van a librar por mucho que forcejeen y pataleen  (...)" (Queipo de Llano, apodado “El virrey de Sevilla” en Radio Sevilla durante su arenga al pueblo el 23 de julio de 1936)


La Guerra Civil dio paso a una recesión económica que acabó de destrozar un país dividido y maltrecho, donde dejando aparte las victimas que se habían producido en los tres años de terrible contienda, más de 300.000 personas habían marchado al exilio, casi otras 300.000 llenaban las cárceles franquistas y a más de la mitad del resto de la población le faltaba el padre de familia, muerto en la guerra, asesinado en los “paseos” o en las puertas de los cementerios o presos y miles de personas que fueron asesinadas judicialmente después de procesos de dudosa legalidad donde juez, secretario y testigos eran parte de la misma cuadrilla. El  hambre y las enfermedades se extendieron por todo el país, las fabricas estaban arruinadas, las minas hundidas y los campos destrozados y por si eso no fuera  suficiente se afrontó una de las peores sequías del siglo XX que se alargo desde el inicio de los 40 hasta casi los 60, todo ello unido al aislamiento y al bloqueo internacional. Con el desastre económico y social vino el desastre humano en el que la población se dividió en tantas clases como cartillas de racionamiento, primera clase, segunda clase.... ultima clase, esa debía ser la de la familia de mi abuela, la familia de Leonor.

Con esa perspectiva de vida y los continuos registros y arrestos en las casas, cuando ya parecía que nada podía empeorar llegó el azote de dios. Las columnas africanas de regulares y legionarios que se hicieron tristemente famosas por su profunda aplicación en la redención, pacificación y limpieza del campo andaluz. Según testimonios orales, muchos de los legionarios que salieron de África para dar su apoyo al caudillo fueron licenciados, después de la contienda, en la península dejándolos ir como perros en una cacería. Algunos de ellos por sus particulares condiciones de dominio de las terroríficas técnicas empleadas en las guerras de África, fueron reclutados en los pueblos para ayudar a la Guardia Civil en la ardua tarea de interrogar a los cientos de prisioneros que se pudrían en sus cuarteles. Hasta las personas con más potencial en los pueblos, a veces, podían temblar en presencia de algunas mujeres y niños conocidos, eso se solucionó reemplazando a algunos de los torturadores más blandos por legionarios y regulares licenciados que no reconocían ni a su madre.

En ese contexto, a principios de 1940, la hermana de Leonor, Cecilia, se enamoro de uno de ellos. A la familia, que había quedado reducida a cuatro mujeres y dos niñas no les gustó pero poco podían hacer frente a Vicente González Fernández, que hablaba de su Asturias natal y de su pueblo Santianes, una parroquia del concejo de Teverga en Asturias como si fuera un terrateniente. Como la situación era insostenible, ante la decisión de su hermana de ir a Asturias a conocer a la familia del legionario y a casarse, Leonor, probablemente encontró una buena escusa para escapar de la persecución a que era sometida y dejar pasar un tiempo hasta que se olvidaran de ella o de “su” Alfonso.

En el pueblo quedo Mamá Dolores y Ana su hija pequeña. Leonor, Cecilia y las niñas recogieron dinero para pagarse un billete de tren a Oviedo. También consiguieron comprar un jamón para colaborar en la boda. Leonor envolvió el regalo con una sabana de su exiguo ajuar y se llevo también su traje de novia que era de calle y negro para ponérselo en el enlace.

En los recuerdos de Lola queda aun ese viaje realizado en noviembre de 1940. Lo pasó casi en su mayor parte escondida bajo el asiento de su madre, no hubo dinero para tanto billete y la pequeña, que debía contar con dos años atravesó España escondida en los capazos o bajo los bancos del tren.

Atrás fueron dejando los campos andaluces, la meseta castellana, un viaje personal que era también un periplo por la destruida España. La llegada a la estación de Oviedo y luego el largo peregrinaje en carro hasta el pueblo fue decepcionante desde el primer minuto. El oasis soñado en el que iban a lamerse las heridas y a recuperar el aliento era una tierra más pobre aun que la andaluza, además, en gris y negro. Habían dejado atrás los campos de olivos y el verde de la sierra por un pueblo minero que escondía su pobreza bajo el polvo del carbón y la nieve. Las niñas recuerdan aun el frio, mucho frio. Contaba Leonor que Lolita, que ya sabía caminar, dejó de hacerlo después de unos días de llegar a Santianes.

El “valeroso” legionario además, les había mentido, la suya era una familia humilde que no contaba ni con sitio para albergar a Leonor y a sus dos hijas. La madre de Vicente se lamentaba incluso de que Cecilia se hubiera dejado engañar por el gandul de su hijo. La primera noche de su estancia en Santianes, se emborrachó con sus amigos y se comieron el jamón que venía para la boda. Cuentan que ni tan solo le sacaron el embozo de sábana blanca en que lo había envuelto Leonor, cortaron jamón y sabana a la vez.

La suerte las acompaño relativamente en su desgracia ya que el maestro del pueblo se apiado de ellas y les ofreció una habitación en su casa para cobijarse. Pasaron casi tres meses allí, hasta que Leonor, recogiendo restos de carbón de los caminos consiguió dinero para volver. Mientras su madre intentaba conseguir el sustento y los billetes de vuelta, Araceli y Lola pasaban las horas en la pequeña escuela. Lola no tiene de ella ningún recuerdo, Araceli dice que fue uno de los mejores pasajes de su infancia, recordaba las clases y al maestro amable que la enseñó a leer y a escribir. Con lo que consiguió Leonor del carbón y de la venta del vestido de boda, pagaron los billetes de vuelta. Cecilia cansada de las borracheras y las palizas del legionario ya en su luna de miel decidió volverse con ellas a Andalucía, estaba ya embarazada de su hija Vicenta que nacería 8 de noviembre de 1941. Los billetes eran para El Carpio, pueblo al que se habían desplazado Mama Dolores y Ana para escapar ligeramente del acoso, a menos allí no las conocían tanto aunque tenían que presentarse en el destacamento de la Guardia Civil periódicamente.

Fueron tiempos de cartillas de racionamiento, chocolate de algarrobas y cuando se podía conseguir,  pan negro, pucheros llenos de cardillos y tortillas de patatas, sin huevos y sin patatas. Sorprendentemente lo único barato y en abundancia era el alcohol, parecía que los nacionales querían que los rojos enterraran penas, desdichas y humillaciones en vino.

Para conseguir las cartillas de racionamiento se necesitaban carnets de identidad y salvoconductos y todo ello no era posible si no se contaba con un “Certificado de buena conducta” que emitían, falangistas, responsables de la guardia civil o párrocos de los pueblos. A partir de aquí los españoles estaban divididos en categorías, los ganadores, que tenían un puesto de trabajo y pasaron esta época sin carencias y bien nutridos aprovisionados por sus cartillas de primera clase y por el estraperlo, los que habían perdido la guerra pero que tenían familiares afines al régimen que les surtían de los alimentos mas imprescindibles pero sin alegrías y finalmente, aquellos desgraciados, parias de la historia, sin permisos de trabajo, sin posibilidad de ganar dinero y sin recursos, que malvivían trapicheando en el estraperlo, mendigando, rebuscando en las basuras y en los campos, trabajando contadas jornadas por un sueldo mísero o haciendo cola en las puertas de cuarteles y conventos esperando las sobras de los ranchos.

Los guerrilleros no pasaban todo el tiempo en la sierra, vivían próximos a los pueblos cercanos de su zona de actuación y en los duros inviernos Alfonso bajo muchas veces a casa, sobre todo durante las crisis de fiebres ya que la malaria, enfermedad endémica en el sur de España hasta bien entrados los 60, se cebo en él como en muchos otros para añadir otra carga a su exilio, la malaria, el tifus y la tisis, colaboradores implacables de las fuerzas del orden para minar la moral y exterminar la resistencia. 

En las visitas a la familia, Alfonso, llegaba al amparo de la noche para evitar las miradas ajenas, entraba en la cocina, a veces con alguno de sus compañeros, comían y luego en silencio marchaban. ¿Quién es? preguntaban las niñas, es “el hombre” contestaban los mayores, no era “papa”, no era Alfonso, solo era “el hombre” no fuera caso que se les escapara a las niñas que su papá estaba o había estado allí. Cuando le sorprendía el amanecer en la casa, Alfonso, era bajado en un capazo al fondo de un pozo seco que había en el patio de la casa de la familia y allí, encogido, silencioso y a oscuras pasaba el resto del día hasta que las sombras de la noche volvían a acompañarlo y podía marchar.

Una de las últimas visitas estuvo a punto de terminar en tragedia. Había llegado muy enfermo, con tembleques y diarreas. Leonor lo encamó en el desván y aquella misma noche hubo uno de los registros, la suerte volvió a acompañarles ya que los guardia civiles que entraron no eran de la zona y se creyeron que el enfermo era un primo de Córdoba que había venido a reponerse ya que no lo conocieron. Después de esa noche, no volvió a dormir en casa nunca más. 

Las visitas de Leonor a la Sierra no fueron tan frecuentes, no solo por el peligro que entrañaba para ella, su familia y los guerrilleros sino porque el tiempo no le bastaba para asegurar un sustento a su familia. En el relato en la causa que la condena, habla de una vez en que acudió a la sierra requerida por las mujeres de dos compañeros de Alfonso porque este había vuelto a coger las fiebres y necesitaba quinina, además la echaba en falta. Araceli su hija relata otra vez en la que ella acompaño a su madre, de aquella visita solo le quedó de recuerdo un grupo de hombres, uno de los cuales se llevó a su madre aparte para hablar. Recuerda a un hombre que hablaba muy calmado que se apoyaba en una escopeta y que le dio unas monedas para caramelos, ni una sola imagen del rostro de su padre, ni un beso, ni un abrazo. 

Con la llegada de Leonor, Cecilia y las niñas al pueblo del Carpio los registros volvieron a reiniciarse, ya no eran tan frecuentes ni tan duros, quizás ya se habían acostumbrado o quizás ya no quedaba nada que registrar o quemar. Papá Antonio volvió también del campo de trabajo de Algeciras, bueno, volvió un cadáver andante, una sombra de lo que había sido. Las niñas recuerdan su llegada, no lo conocían, había perdido mucho peso y vestía harapos que nada más llegar, mamá Dolores quemó en un agujero del patio y con la ropa, chinches, liendres, piojos y quien sabe cuántos bichos mas crepitaban en la improvisada hoguera. 

Las historias que explicaba papá Antonio del campo de trabajo eran terribles y ocupaban los sueños de las niñas con sobresaltos que han llegado incluso a su vejez. Las escuchaban atemorizadas desde la cama mientras este las relataba entre murmullos a su mujer e hijas hundiendo sus ojos en la lumbre que iluminaba las largas noches de invierno. Duro trabajo de sol a sol, olla escasa cuya única proteína era la que añadían las cucarachas, parásitos y enfermedades que diezmaban a los reclusos, peleas por mondaduras de naranjas o de patatas y las continuas palizas individuales o colectivas por casi cualquier cosa, no responder, no levantarse a tiempo, no orinar deprisa, no saludar o saludar. Nunca se recuperó del todo de las condiciones de extrema degradación a las que junto con los otros prisioneros fue sometido, una represión social, moral, ideológica y humana a cargo del “Patronato para la redención de penas por el trabajo” como pomposamente se llamaba el organismo infrahumano que se encargaba de la aniquilación física y mental de los vencidos. 

Con el nacimiento de Vicenta, su padre vino de Asturias a reconocerla y a hacerse cargo de ellas, dijo que había cambiado, que todo mejoraría y lo dejaron volver a entrar en la casa. A las pocas semanas dejo de trabajar, solo venía a casa borracho a saquear la pobre despensa. Cuentan como anécdota que se bebía la poca leche de una cabrita que tenían reservada para la niña, el colmo llego cuando vendió al burro. 

Era necesario tener un burro o una mula para sobrevivir, ayudaba en el trabajo del campo y era el medio de transporte para trapichear de pueblo en pueblo. Un día que papá Antonio volvía del trabajo en el campo vio un vecino que llevaba a su burro, quiso quitárselo y el vecino le dijo que el burro ya no era suyo, que su yerno se lo había vendido. Papá Antonio echó, y esta vez definitivamente, a Vicente de casa, no lo volvieron a ver, se alistó en la legión extranjera y marchó a combatir en la guerra europea. Solo se supo de él 15 años mas tarde en que su hija Vicenta, ya en Barcelona, fue requerida en Santianes, el pueblo de su padre porque este estaba muriéndose, fue a conocerlo a él y a su abuela paterna.

A principios de abril de 1944 los civiles entraron en la casa familiar, papá Antonio estaba fuera, en uno de sus recorridos por los pueblos vecinos. En la casa se encontraban mamá Dolores, Anita su hija pequeña, Leonor, Cecilia que se encontraba enferma y las tres niñas, Araceli de nueve años, Lola de seis y Vicenta de dos y medio. Entre gritos y golpes se llevaron a las cuatro adultas, a Cecilia, protegida por su condición de esposa de un legionario, la llevaron al hospital, a las otras tres al Cuartel de la Guardia Civil de Adamuz.

Las tres niñas se quedaron solas.

Continuará ...


Araceli Pena
Marzo 2013


Segunda Parte: Cautivos y desarmados.







575. Cautivos y desarmados. La historia de Leonor Ávila Amil y Alfonso Sanz Martín, "El corneta"





El 1 de abril de 1939 la radio del bando rebelde ("Radio Nacional de España") difundía el último parte de la Guerra Civil Española, que decía lo siguiente:

“En el día de hoy, cautivo y desarmado el ejército rojo, han alcanzado las tropas nacionales sus últimos objetivos militares. La guerra ha terminado”.
Burgos, 1º de abril de 1939, año de la victoria.
El Generalísimo. Fdo. Francisco Franco Bahamonde.

La guerra más cruenta había empezado, la guerra contra mujeres y niños solo por ser “la mujer de” o “el hijo de”, la guerra contra obreros y campesinos, la guerra contra cualquier persona que oliera a República a sindicalista o simplemente a obrero o a jornalero del campo, la guerra contra una mayoría silenciosa, descalza y hambrienta,  la guerra encaminada no solo a destrozar cuerpos sino también almas.

El hermano de Leonor, Antonio, el que a escondidas en su juventud la enseño a leer y a escribir, aquel que le recitaba largos poemas, que cantaba subido a un olivo mientras trabajaba de sol a sol, aquella persona sensible pero con callos en las manos por el duro trabajo, al que como único crimen le podían atribuir haber luchado en el lado de un ejército vencido, en las filas republicanas, huyó con la desbandada hacia la frontera y estaba en paradero desconocido. Unos años después se enteraron que había podido llegar a Francia, en una carta a su sobrina Araceli dirigida a Alcolea donde residían entonces. No había sido la primera carta enviada pero si la primera que llegó, fue en abril de 1948, en ella hace referencia a una carta enviada por Araceli, entonces con 13 años. Sabemos poco más de él, que al entrar en Francia fue recluido en un campo de concentración, que estuvo allí hasta finalizar la segunda guerra mundial y que luego fue liberado, que le concedieron la ciudadanía francesa y que jamás hasta su muerte muchos años después y ya muerto el dictador y bien entrada la “democracia”, jamás, tuvo valor para volver a España. Cuando no era una bronquitis, era el dinero, tenía miedo, mucho miedo, contó que cruzó el Ebro en medio de soldados de uno y otro bando cogido a la cola de un burro ya que no sabía nadar. Las entonces niñas, Araceli y Lola aun recuerdan a Mamá Dolores, su abuela, arrodillada en el suelo, con la carta en las manos llorando y repitiendo “está vivo, mi hijo está vivo”.

Las entradas de madrugada en la casa familiar eran lo peor. Noches enteras sin dormir, todos los ocupantes en camisón al frío de la noche, los abuelos, Leonor y sus hermanas, las niñas, todos callados, temblando, no sabían muy bien si por frío o por miedo. Minaban su resistencia, pisoteaban su honor, exponían su vergüenza, hombres armados con horrendos tricornios, defensores de la ley, que rajaban colchones, destrozaban muebles, rompían armarios y quemaban recuerdos familiares, ropa, fotografías. Cocinas destrozadas, saqueadas de lo poco que había y por encima de todo la sensación horrible de violación, de ver sus pocas pertenencias volcadas a la luz de todo el mundo. Las pequeñas hoy tienen pocos recuerdos, escondidas tras las faldas, recuerdan aun sombras de buitres verdes envueltos en capas que semejaban alas, gritos que aun oyen envueltas en la tibieza de sus camas.

Los vecinos quietos, mudos en sus casas, deseando que se cansaran con ellas y no fueran a las suyas, ya les tocaría otro día, pero ni ese ni los siguientes, ni el que les tocaba, dormirían, nadie dormía en Adamuz pero tampoco nadie hablaba, solo los piadosos cristianos del bando nacional que acudían a los interrogatorios manifestando y firmando todo aquello que les ponían delante, a cambio, terrenos, concesiones, casas requisadas pasaban a su propiedad dudosamente demostrada obviando los gritos que oían en las dependencias de la casa cuartel, las caras ensangrentadas y las parihuelas con desgraciados destrozados a golpes.

Durante el día no se realizaban registros pero no eran mucho mejores, mendigando trabajo a cambio de casi nada, nadie se atrevía a ayudarlas, ni a ellas ni al resto de las marcadas. Súplicas a las “bondadosas” damas de buenas familias, algo para las niñas, algo, ni que fuera a cambio de llevarlas a misa diaria. Las de domingo eran obligatorias, todos quietos, haciendo ver que rezaban ante aquellos curas sin conciencia, de negra sotana y sombra larga. A lo largo de los años Leonor volvió muy pocas veces mas a la iglesia, por la boda de sus hijas y bautizos de nietos y biznietos, siempre temerosa de que aquel cristo crucificado bajase y se la llevase con él dejando a sus hijas huérfanas, un cristo que aprendió a temer y a odiar en silencio, olvidando poco a poco su devoción de jovencita a la Virgen del Sol patrona de Adamuz y a la de Araceli, patrona del campo andaluz.

La supervivencia era dura, Leonor se jactaba en su vejez de haber trabajado más que un hombre, su espalda encorvada daba fe de ello, la artrosis insoportable que la torturo hasta la muerte era una muestra, sus vértigos y mareos por una columna cervical aplastada, sus manos deformadas, daban fe de sus manifestaciones, eso y otra cosa que oculto a quien la rodeaba, las terribles torturas a las que la sometió la Guardia Civil en el puesto del pueblo para intentar que diera noticias de “su” Alfonso.

Sobrevivían haciendo jornales cuando los llamaban, cazando conejos en el campo o recolectando hierbas para el puchero, con el contrabando de aceite por el que Leonor estuvo presa varias veces, con faenas en las casas de los señoritos, faenas y quien sabe que más, para lograr tirar adelante una familia humillada, vejada y perseguida aun en su desgracia, como cientos de miles de familias más en estos años en los que a los generales saliendo de misa y después de comulgar se les llenaba la boca diciendo que antes destruirían España que dejar a un solo “rojo” de pie. Todos o de rodillas o bajo tierra.

El 29 de mayo de 1940 arrestaron al padre de Leonor y lo sometieron a un procedimiento sumarísimo de urgencia, la descripción del guardia civil que procedió a su detención y que se encuentra en el Archivo Militar de Sevilla manifiesta que:

“Estando apostados a la entrada del pueblo a las dos de la mañana se procede a dar el alto y detener a Antonio Avila Cazalla, de 59 años y vecino de Adamuz, lo cogieron entrando con un saco vacio en el pueblo, el dijo que venía de vigilar su melonar y como era sabido que en esa época los melonares no necesitaban vigilancia y se conocía la circunstancia de que dicho “individuo”  tenía un hijo en paradero desconocido y un hijo político huido a la sierra se procedió a su detención por temer que fuera enlace de los huidos toda vez que también era de ideas izquierdistas y que había participado en cuantas huelgas había habido antes del  glorioso alzamiento".

Describía también el atestado que "el referido sujeto era persona de mala conducta y antecedentes de pertenencia a partidos de izquierda, que estuvo haciendo guardia con los rojos a la entrada del glorioso ejército nacional, que se dedicaba a cazar conejos para venderlos a las fuerzas del orden y familias de bien y con ello se enteraba de cosas que se hablaban en el cuartel e informaba al enemigo”.

Por ello fue detenido y encerrado en la cárcel nueva del pueblo a la espera de juicio. En el dosier del padre de Leonor también constaba que la constatación de las pruebas fue obtenida después de la utilización de la fuerza en el interrogatorio en este puesto, la “fuerza”, y está escrito en el atestado sin ningún tipo de vergüenza. El informe habia sido facilitado por dos vecinos de Adamuz, Francisco Cortez y Juan Antonio Jiménez. El juicio se celebró en Córdoba en noviembre del mismo año, algún vecino de peso declaró a su favor y la pena por ser padre y suegro de huidos y persona de mala conducta y de ideas izquierdistas fue su ingreso en un batallón de trabajo de Algeciras donde permaneció hasta el 24 de marzo del 42.

La familia se quedó sin el único hombre de la casa. La responsabilidad, como en la mayor parte de las familias de los vencidos recayó en una mujer, en Leonor.

Continuará.


Araceli Pena
Febrero 2013











571. Leonor Ávila Amil y Alfonso Sanz Martín, "El corneta"

Mientras en la España convulsa de principios del siglo XX se vivían las consecuencias de la pérdida de las últimas colonias de ultramar y las luchas obreras anticlericales de Barcelona con la que fue llamada la semana trágica, en un pequeño pueblecito andaluz llamado Adamuz nacía en setiembre de 1909, Leonor Avila Amil.

Nació en una pequeña finca del valle de sierra morena, hija de un jornalero, Antonio Ávila Cazalla y de Dolores Amil Jordán. Su primera infancia estuvo marcada por la dureza del clima, ardiente en verano y gélido en invierno y por el trabajo ingrato en campos ajenos. Eso marcó su carácter, duro y recio y le confirió una naturaleza desafiante, luchadora y leal a lo que ella consideró justo en todos los años de su vida.

En las fechas previas de la segunda República aun bajo la dictadura de Primo de Rivera conoció al que fue su marido, Alfonso Sanz Martín, nacido Sanmartín Martín y apodado posteriormente durante su pertenencia a la guerrilla cordobesa como “El  corneta”.

Alfonso apareció en Adamuz como capataz de la cuadrilla que construía las primeras carreteras en la zona. Persona honrada hasta la médula, fiel a sus convicciones, sabía leer y escribir algo poco usual entre los jornaleros de la epoca y dio soporte y ayuda a organizaciones sindicales campesinas que trabajaban por la zona, implicándose en la lucha por los derechos del pueblo, participando en reuniones y actos del partido socialista. Como decía Leonor en sus últimos años de vida “se hizo ver”.

Su historia personal quedó afectada por la historia general del momento, las elecciones municipales de abril de 1931, convocadas como plebiscito de la continuación de la monarquía o del establecimiento republicano. En ellas, España votó en pleno aunque a nivel municipal y no general por la República, ya que las candidaturas republicanas consiguieron la mayoría en cuarenta y una capitales de provincia, hecho determinante para el advenimiento del nuevo gobierno y dados los resultados, la instauración de la misma fue inmediata.

Consecuentes hasta el límite tuvieron el honor, que posteriormente fue su desgracia, de ser el primer matrimonio en Adamuz después del advenimiento de la República, así, el pueblo, orgulloso del triunfo de la clase trabajadora hizo de su boda un festejo popular. La banda municipal acompaño su comitiva, ese fue uno de los horribles crímenes que se les imputaron, sobre todo a Leonor. En los textos del proceso en que se la condenó se hacían referencias a su impío comportamiento y a sus ideas liberales por la convivencia con un hombre sin mediar boda eclesiástica, aparte de “soporte“ a la guerrilla de la zona ya que quedó “demostrado” que les había proporcionado medicación y alimentos.

Pocas personas en el pueblo, que estaba dividido como en toda España, entre los de derechas y los de izquierdas, entre los ricos y los pobres, entendía la implicación de Alfonso. Era, además de capataz de carreteras, un pequeño empresario que junto con su hermano regentaban una taberna en la carretera a Villanueva. Contar con un sueldo relativamente estable hacía que fuese “banco” de muchos de sus compañeros menos favorecidos. Leonor recordaba con irritación cuando al final de la semana le llegaba con el sobre casi vacío:  "a ti te fiaran mujer", le decía, "a fulanito y a menganito no y tienen bocas que alimentar".

De ese matrimonio civil nació un primer hijo, Antonio. La muerte del mismo por unas fiebres probablemente meníngeas antes de los dos años marcó a Leonor. Contaba en su vejez como la noche antes de la muerte de su hijo estaba terminándole un trajecito de miliciano, con su cinturón repujado, con sus cinchas. Lloraba al recordar que el niño estaba pesado, que interfería el trabajo y que lo mando a la cama con un regaño. Al día siguiente ya no se levantó, el médico no pudo hacer nada por el, no tenían medicamentos disponibles, los antibióticos eran escasos y eso en el campo era lo habitual. Fue enterrado en el cementerio, en tierra, no hubo dinero para lapida y probablemente su mortaja fue el mismo traje que su madre cosía para que participase en alguna manifestación popular. Solo le quedo de él unos rizos de su cabello que Leonor conservó hasta su muerte en la Barcelona del 2006.

Después de la desgracia Leonor cayó en una depresión profunda, se la llevaron al campo para recuperarse. Por primera y última vez en su vida se dejo llevar por la desesperación y el dolor del que únicamente pudo sacarla el nacimiento de su hija Araceli en 1935.

Llegaron tiempos convulsos. En 1936 al estallar la guerra civil, Alfonso, según documentación encontrada, marchó a servir a los carabineros en nombre del gobierno legalmente constituido, el de la República,  en contra de las hordas militares fascistas que se levantaron contra ellos.

Cuando terminó la contienda, que en aquella zona fue especialmente cruenta por ser durante los tres años que duro, frontera entre los dos bandos, y creyendo en las palabras de uno de los mayores farsantes de la historia, Franco, volvió al pueblo. Él no tenia delitos de sangre, así que podía estar tranquilo, podía volver junto a su mujer Leonor y sus hijas Araceli de 5 años y Lola de 3 que nació en plena guerra civil en una mesa de una panadería de Villanueva. Podía volver a intentar tirar para adelante su familia.

A las pocas semanas de volver al pueblo, una noche, la guardia civil fue a buscarlo a casa, se lo llevaron junto con dos amigos que vivían en la misma calle de las dueñas al cuartelillo, "para interrogar", les dijeron. Al entrar en el cuartel les quitaron los zapatos, lo dejaron a él y a su amigo en una habitación y se llevaron al otro muchacho a otra. Oyeron gritos y después un tiro, no esperaron a saber que había pasado, salieron corriendo del cuartel, sin zapatos, hacia el monte.

Alfonso empezó un exilio que duraría 10 años en la Sierra Cordobesa. Alfonso Sanz Martin “huido a la sierra” constaba en el documento oficial de la guardia civil, junto a otro epíteto, “rojo”. Se le acusaba de pertenencia a partidos de izquierdas, colaborador sindicalista y conducta licenciosa (convivía con una mujer con la que tenia dos hijas sin haber pasado por la iglesia). Mas tarde, en el 47 se le acusó también de colaboración en la matanza del tren de Jaén, hecho nunca probado, entre otras cosas porque la matanza fue realizada por un grupo de anarquistas sin ningún tipo de relación ni con el pueblo de Adamuz ni con los que posteriormente fueron culpados de ello.

Alfonso comenzó el exilio y Leonor su mujer el vía crucis.

Continuará ...


Araceli Pena Sanz
Febrero 2013