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3446. Suman miles y miles los obreros y republicanos asesinados en Galicia

Según descubre en una carta el ex diputado Suárez Picallo 

Se tienen noticias de muchos de los repugnantes crímenes que los fascistas han cometido y cometen en Galicia, pero no de todos. Diariamente se sabe de otros, se dan detalles de nuevos asesinatos. Puede asegurarse que aquella región sufre el martirio de verse regada día tras día por la sangre de nuevas víctimas. 

Parece como si el fascismo intentara acabar con todos los hombres que allí caen bajo su dominio. 

Esto dice en síntesis una carta que publican los periódicos gallegos que se editan en la República Argentina. 

La carta, dirigida por Ramón Suárez Picallo a su amigo Eduardo Blanco Amor, es como un grito angustioso, que hiere toda conciencia digna.

En ella, con emocionante sencillez, relata Ramón Suárez Picallo el martirio de Galicia, donde las ejecuciones sumarías se cuentan por cientos y cientos. El propio hermano del que escribe cayó fusilado por los fascistas.


De esta carta son los párrafos siguientes:

"En toda Galicia la serie de asesinatos continúa. Sangre y sangre. En mi pequeña aldea, Sada, han caído ya veintisiete, en La Coruña, 1.600. En El Ferrol, cerca de 6.000. La misma cosa, más o menos, en las otras provincias. El 20 de diciembre fusilaron cerca de 500 personas con el pretexto de un complot que comprendía La Coruña, El Ferrol y Betanzos.

Nuestra Galicia mártir ha sido barrida de todos los republicanos, de todos los obreros sindicados. A Galicia no le quedan más hijos liberales que los emigrados en América, o los que están en la España leal. Cuando la victoria indiscutible sea nuestra habrá que reconstruir Galicia. Y en esta tarea enorme, vosotros, los emigrados, tendréis que ocupar el primer lugar. 

Por encima de todo se impone la unión de todos los sectores de emigrados antifascistas." 


Ahora, 3 de abril de 1937






3376. El diputado que antes fue marinero, pastor y lavaplatos

Galicia la tacita, la "choromiqueira" —como diría don Miguel de Unamuno recordando en epigrama de Curros Enriquez—, la de la estampa a dos tintas —verde de prado, gris de niebla—, de cartel para fomento del turismo, ha adquirido una fonación que constituye una sorpresa para muchos.

El informador podía dar noticias explicativas del porqué de este nuevo tono, de esta nueva prosodia gallega, que ha perdido los matices quejicones para adquirir el acento que mejor va a los anhelos regionales. Pero prefiere, por medio de una interviú, trazar esta biografía, pues que la vida de los hombres es el más exacto reflejo de la psicología de tos pueblos.

Entre los diputados gallegos a las Cortos Constituyentes hay uno, Suárez Picallo, que ya empieza a ser discutido, y alrededor del cual se hace un ambiente pasional, basado en cosas adjetivas, que es como la personificación de la Nueva Galicia. Picallo, que parece un héroe de novela gorkiana, es también la realización del espíritu democrático de la República. Su voz es la auténtica del pueblo. Para Galicia es la de los ''rumorosos da costa verdecente" a los que interroga el bardo celta Pondal. 

Suárez Picallo, pequeño, enjuto, rubio y pecoso. como marinero que fué de la Costa de la Muerte, nos dice: 

—Sí; soy hijo del pueblo. Fuí marinero y pastor, como todos los niños de esta población anfibia de la costa gallega. Mi padre también era marinante. Tuvo once hijos. Desde muy pequeño luché a brazo partido con la vida. 

—Naturalmente, será usted un autodidacto. 

—Sólo fui tres años a la escuela de instrucción primaria, aprovechando las clases nocturnas. Todo lo que sé lo aprendí leyendo ávidamente, sin sujeción a ninguna clase de disciplinas. 

—Y, como casi todos los gallegos, se fué usted a América. 

—A los catorce años. Me empujó el sino de la raza que nos hace ir por el curso del sol hacia ese "alén", que es la meta de la "saudade". 

—¿Es verdad que fué usted allí lavaplatos?

—Eso y otras cosas más. Mi primer empleo fué el de peón en una farmacia. Luego entré al servicio de una oficina. Por cierto que allí deseaban que el empleado supiera escribir a máquina. Yo no sabia tal cosa, pero como tenia hambre, arrostrándolo todo, me presenté como mecanógrafo. Y en tres días me impuse en el dominio del artilugio.

Más tarde, dominado por mis aficiones marineras, entré como marmitón de un barco de los que hacen la navegación a Tierra del Fuego.

Recorrí la Argentina desde los canales fueguinos al Chaco, misionero de las nuevas doctrinas sociales. No hice la América en el sentido que allí se da a esta frase, pero hice una América. Di conciencia al proletariado de un pueblo chauvinista que mira con recelo al gallego y al gringo. Mi anecdotario no cabe en el espacio de una interviú. Ya puede usted figurárselo. Considere la dificultad de la lucha en un medio donde hay hombres de la envergadura de uno de mis primeros patronos. 

—¿Quién era? ¿Qué hizo?

—Uno de tantos emigrantes. Un rapaz del Noroeste, que llegó a ser dueño absoluto de la Patagonia, la vasta soledad pavorosa a donde ningún europeo se atrevía a ir. Y él, tan grande como Cortés y Pizarro, pero sólo, la conquistó y domeñó. Para que se dé cuenta de su carácter, basta este rasgo: Por su cuenta erigió a Magallanes, en el estrecho que descubrió el gran nauta portugués, un monumento, y en el pedestal puso esta leyenda: A Magallanes, Menéndez.

—Así se llamaba.

—¿Pero usted también fué periodista? 

—Si; es uno de los avatares de mi vida. Después de una titánica lucha como obrero manual, que tiene que robar horas al descanso para hacerse una cultura, adquirida ésta, colaboré en numerosas publicaciones, principalmente de carácter societario, pues ya puede usted comprender que, por mí condición social, orienté siempre mi actividad hacia todo lo que redundara en beneficio y mejoramiento de la condición del hombre del pueblo. 

—¿En qué periódicos ha escrito usted? 

—En varios. Con otros jóvenes gallegos fundé y sostuve una publicación llamada Céltiga, que era, en el conjunto de las publicaciones españolas de Buenos Aires, el único vocero de las reivindicaciones democráticas de la colectividad hispánica. Trabajé como redactor en La Argentina y en La República.

—¿Quiere usted decirme alguna anécdota de su vida como periodista o colaborador en la prensa?

—Vera usted. En América el periodista tiene que ser omnisciente: ha de escribir de todo. En el periódico que le dije teníamos muy escasa información del Extranjero. Un día, un despacho de Londres nos anunciaba que Mc Donald había pronunciado un discurso con referencia a una huelga general. El director me preguntó si yo me comprometía a inventar el discurso del que es hoy "primer inglés", y así lo hice. Cuando los demás rotativos, como La Prensa y La Nación, publicaron el discurso integro de Ramsay, no difería del mío más que en algunos matices de forma. El director me regaló doscientos pesos. 

—Un discurso bien pagado. 

—Mejor que todos los que pronuncié en mi vida, alguno de los cuales me han valido la cárcel. 

—¿También estuvo usted preso? 

—Ya lo creo. Yo he hecho una gran labor societaria. Puede decirse que la organización de la gente de mar en la República Argentina es obra mía. 

—¿Es verdad que está usted nacionalizado en la Argentina? 

—Soy gallego. Nacido en Sada. En América no sólo trabajé por el bienestar moral y material de mis hermanos, los hombres del pueblo de todas las razas, sino que consagré también mis esfuerzos para que sean hacederas las reivindicaciones de Galicia. Para que se vea cómo es compatible el espíritu universalista con las aspiraciones de mi tierra. Cuando empezaron a concretarse éstas, que hasta hace algunos años no eran más que el balbuceo lírico, que es lo que sólo parece conocerce por aquí, otros jóvenes y yo empezamos a luchar por todo aquello a que Galicia tiene derecho como pueblo de definida personalidad étnica, histórica y geográfica. Fundamos El Despertar Gallego y Galicia e infundimos vida y aliento a la "Orga", a quien se debe, en buena parte, la proclamación de la República. Las entidades agrarias y societarias gallegas de Buenos Aires me delegaron con otros para representarlas en la asamblea de La Coruña, en que se ponía a discusión el Estatuto gallego. ¿Soy o no gallego? 

—Yo creo que si. 

—Pues aun hay más que abona mi galleguidad. Llegué a La Coruña el 4 de junio: el 10 me eligieron candidato, y el 28 era diputado. Para serlo me bastó hablar. Yo digo siempre lo que siento. Y lo que yo pienso y siento debe sentirlo y pensarlo hondamente el pueblo gallego, por cuanto me diputó sin titubeos para que hable en su nombre y diga sin ambages lo que quiere. 

En mi pueblo, Sada, de dos mil doscientos once electores, votaron en mi favor dos mil doscientos ocho. 

—¿Y es compatible lo que Galicia desea con lo que quieren y desean todos los demás españoles? 

—Sí. Nuestro regionalismo, que es cosa de corazón y la cabeza, está limpio del pecado del egoísmo, porque no se basa en una concepción materialista, puesto que nuestros problemas no son, principalmente, de orden económico. Tal es así que no pensamos presentar nuestro Estatuto hasta que no esté sancionada la Constitución española. 


Ribas Montenegro
Estampa, 22 de agosto de 1931












3364. Castelao y Suarez Picallo

Diputados gallegos en 1931. Suárez Picallo (primero por la izquierda), junto a Rodríguez Cadarso, Castelao, Nóvoa Santos, Vilar 
Ponte y Otero Pedrayo


Castelao, o la personificación de la espiritualidad gallega

Picallo, el marinero que pudo ser senador en América

El triunfo de la democracia ha permitido a Galicia, la de los viejos caciques raposos, traer al Parlamento dos genuinos personeros que garantizan la autenticidad de la recuperación civil en un país sometido casi secularmente a la tutela de los rábulas. 

Pero no es ahora la misión del reportero referirse, ni tangencialmente, a la política gallega, lo que podría herir susceptibilidades. Cúmplele sólo —que este es su principal propósito— relatar, siquiera sea someramente, dos vidas en las que se encierran no pocas enseñanzas. 


La sensibilidad gallega

Galicia tiene tan acusada personalidad, que el mismo Gil Robles, que propugna un Estado totalitario, lo reconoció recientemente. Esta personalidad, antes que concretarse en doctrina política, se manifiesta por la cultura espléndida ya en los siglos XI, XII y XIII, y que tras un período de decadencia, renace en estos últimos tiempos al encontrar el camino de una misión histórica. Y Castelao, escritor y dibujante y político que incorpora a la misión de tal él sentimiento por el que su tierra reacciona ante los problemas vitales, es la individualidad, por decirlo así, de una cultura que tiene un sentido ecuménico, pero fraternal. 

Veamos cómo es la vida de este artista de la política. El nos va a hablar. 

—¿Dónde nació usted? 

—En Rianxo, en 1886. 

—¿Es verdad que fué usted marinero? 

—No; lo fué mi padre, en sus mocedades. Mi origen es humilde, como usted ve. 

—¿Estuvo usted en América? 

—Esperaba la pregunta, porque dicen que no hay gallego que no haya tenido un pleito o haya estado en las tierras colombinas. Como yo no he podido nunca tener un pleito, porque nada poseí, ni nada poseo, tenía que haber estado en América, para no dejar de ser gallego. Ya sabe usted que yo sostengo la teoría de que Colón fué paisano mío, porque fué el primer hombre que a América fué desde España. 

—¿A qué edad fué usted al Nuevo Mundo? 

—A los diez años. Fui con mi madre. A los diez y seis volví a España. Entonces estudié el bachillerato y la carrera de Medicina. ¡Dios sabe con cuántos sacrificios!... 

—¿Por qué no ejerce usted? 

—Pues porque la primera vez que actué como médico me convencí de que no servía para serlo. Me llamaron para un alumbramiento difícil, y fué tal la emoción que experimenté al comprender que de mi falta de pericia dependían dos vidas, que decidí no volver a coger un fórceps. 

—Por fortuna para el arte. 

—No sé. Pero aunque del arte no he podido vivir ni vivo, desde niño me dediqué a embadurnar con carbón las paredes, con lápiz las márgenes de los libros de estudio, cartones después... 

—¿Concurrió usted a algún Concurso? 

—Sí; una vez, «por pasar el rato» más que otra cosa, me presenté en una Exposición Nacional, y me dieron tercera medalla. Lo más copioso de mi labor está en los periódicos. De los de Madrid, donde más veces salió mi firma fué en El Sol. Mis amigos han recogido mis mejores estampas en un álbum titulado Nos. 

Y ahora, un paréntesis en el interrogatorio, para que el reportero pueda decir por su cuenta algo más que unas preguntas. Castelao es, tanto como admirable dibujante, escritor excepcional. Tan racialmente gallego como es, no podía excluirse a lo que es el denominador común de la espiritualidad gallega: al humor. Castelao es un humorista que si no escribiera sus libros en la lengua vernácula, tendría un renombre universal. Sin embargo, tiene obras famosísimas entre los familiarizados con las lenguas hermanas. De estas obras, las mejores son: Cincuenta homes por des reasUn ollo de vidro, Os dous de sempre Retrincos. Entre sus obras de investigación recuerda el reportero Cruces de pedra na Bretaña y Os cruceiros en Galicia, en la que trabaja hace diez años, y para la que ha hecho más de dos mil dibujos. 

También es Castelao fundador de un teatro nuevo, que se amolda al carácter y la cultura de su tierra. Su obra mejor de este género literario es Pimpinela


Film de un marinero gallego que pudo ser senador en América

En gracia a la brevedad, el reportero prescinde de las preguntas y respuestas. Del diálogo transcrito, que haría más extensa esta información, y compendia su interlocutorio con Picallo, este hombre salido de la entraña del pueblo gallego para vocear ante el Estado las aspiraciones de sus hermanos los labradores, marineros. 

Picallo nace en Sada, un pueblecito del litoral galaico, mitad labriego, mitad mareante y pescador como todos los de la costa atlántica. En su niñez empuña el remo y la primera peseta que gana es yendo a la pesca del boliche. A los diez y seis años se va a América, empujado por ese afán de más allá que tienen todos los gallegos enxebres. En la inmensidad bonaerense se encuentra solo y desamparado. Entra de peón en una botica, y luego, en unos almacenes de productos químicos. Más tarde se emplea en un almacén al por mayor. Lo despiden por no acudir al trabajo el día 10 de Mayo. Marcha luego a Montevideo y Brasil, en busca de trabajo, y consume, sin encontrarlo, sus pocos ahorros. Regresa a Buenos Aires, y con un paisano se coloca de vendedor ambulante de dulces que tiene que portar llevando una cesta en la cabeza. Por exceso de trabajo, enferma y pasa unos meses en un hospital. Se emplea luego en la Aduana de Buenos Aires, y la organización obrera de estos empleados le nombra secretario y redactor en su boletín. Por entonces empieza su actuación de propagandista y autor de las reivindicaciones sociales. La Asociación de Empleados Postales le nombra su secretario. Una huelga desafortunada da al traste con todos los avances sociales, y se deshacen las organizaciones societarias. Un acontecimiento que pone a prueba su sentimentalidad étnica lo aleja de la lucha momentáneamente, y vuelve al mar: al mar, donde todos  los gallegos costeros buscan refugio para ahogar su saudade fundamental. Se enrola en la tripulación del vapor argentino Helios como camarero; luego es peón de cocina en otros buques. Se hace después periodista. Funda la revista Celtiga y otros periódicos, que mantienen viva en Sudamérica la llama de la galleguidad.

En 1914 ingresa en las organizaciones obreras bonaerenses y en las Juventudes socialistas de la gran capital del Plata. Es candidato a concejal y diputado. Los comunistas de Buenos Aires lo proponen para senador. Recorre toda la República Argentina fundando Sindicatos. 

En 1917, en la lejana Patagonia resuena por primera vez una voz reivindicadora para los derechos de los hombres que trabajan: es la de este gallego.

En 1926, los obreros marítimos argentinos lo designan consejero técnico de su Delegación en Ginebra.

Al proclamarse la República en España, las sociedades gallegas de Buenos Aires lo diputan como su representante en la Península. Llega a La Coruña, da una conferencia en la Sociedad de Artesanos de esa capital, y al terminar, el auditorio, puesto en pié, lo proclama diputado a las Constituyentes. Victoria electoral. Sobreviene el bienio gilroblista, y otra vez, como cuando llegó casi niño, a la capital argéntina No tiene entonces más que cincuenta pesetas de capital para toda la vida. En tres años se hace bachiller y abogado, a fuerza de matrículas de honor. Durante la revolución de Octubre va a la cárcel. Y de ella sale para venir al Parlamento español como genuino presentante de esa Galicia que tales hombres produce y que hasta ahora fué tan mal conocida. 


Ribas Montenegro
Crónica, 19 de abril de 1936









2521. La esperanza de Galicia: los gallegos de América

Ramón Suárez Picallo y Eduardo Blanco Amor


Muchos son, en España y fuera de ella, los gallegos amantes de la libertad que se preocupan hondamente por lo que Galicia pudo hacer y no hizo en la contienda española. Ven como han pasado los meses sin que pudiese exhibir más que los inútiles sacrificios de sangre que le cobran sus opresores. Y ya, la mayoría de los gallegos que andan por el mundo, piensan que a Galicia no le queda más esperanza que los gallegos de América. A través de nuestras labores en esta cruzada del republicanismo español, nos hemos encontrado con muchos gallegos que nos han expuesto su congoja y su penar. Ojeando hoy la prensa últimamente llegada de España, encontramos una carta que recogió esa prensa, de la prensa argentina, que ratifica esa orientación de los gallegos.

La carta la dirigió Ramón Suárez Picallo a su íntimo amigo Eduardo Blanco Amor, en la Argentina. Después de referirse a la confirmación del asesinato de su hermano Antón Suárez Picallo, añade que ahora, los opresores echaron mano de su otro hermano, para obligarlo a combatir a los asesinos del hermano mayor. Y añade: "En Galicia sigue la racha de asesinatos brutales. No se ven hartos de sangre. En mi pequeña Sada ya van 27, en la Coruña 1.600 y en Ferrol 6 mil. Igualmente y en diferente proporción en todas las provincias. El 20 de Diciembre fusilaron cerca de 500 a raíz de un intento de sublevación que abarcaba Coruña, Ferrol y Betanzos. Nuestra tierra mártir queda barrida de republicanos de todo matiz y de obreros militantes. Galicia no tiene ya más hombres liberales que los emigrados de América y los de la zona leal. A ellos toca pensar en el futuro de nuestra tierra. Cuando ganemos la guerra ¡que la ganaremos, irremisiblemente! hay que construir de nuevo a Galicia. Y en esta tarea, los emigrados debéis ser los primeros.

¿Habéis pensado en eso? Nosotros sí vivimos, aportaremos cuanto estamos viendo en Cataluña, Vasconia y Valencia. Pero nosotros tenemos sobre nuestras almas tanta amargura, tanta tristeza, tanto dolor que quedaremos inútiles para todos los días de nuestras vidas con relación a todo lo que sea acción creadora. Apenas que si nos quedarán energías, y esas hemos de emplearlas todas en la venganza.

Pensad en esto. Por encima de todo se impone la unión más estrecha entre todos los sectores antifascistas de nuestros emigrados, prescindiendo de todo cuanto sea motivo de discordia. Solo sobre esa base Galicia se salvará. La salvarán sus hijos emigrados. Esa enorme reserva física y espiritual de que Galicia dispone como ningún otro país, fuera de sus fronteras, es hoy la única gran esperanza nuestra"

Después, Suárez Picallo termina su carta diciendo: "en este período, fue también asesinado el diputado Miñones, tu gran amigo. Todos murieron valerosamente dando vivas a la República y al Frente Popular. Tanto que los verdugos estaban asombrados del coraje de sus víctimas. El Jefe de los fascistas ferrolanos, Suances, y el de La Coruña, Valles, recurrieron a las más confesables torturas "para hacer llorar a los rojos". No lo lograron ni lo logran con los infelices que tienen en su poder y que no han tenido la suerte de morir. ¡Ya llorarán ellos, los miserables!"


Facetas de la actualidad española, La Habana, abril 1937






1135. Lluis Companys, por Ramón Suárez Picallo




María Torres / 15 Octubre 2014


Lluís Companys, Presidente de la Generalitat de Catalunya, fue capturado por la Gestapo y la policía franquista en la localidad bretona de Ar Baol (La Baule, en francés) el 13 de agosto de 1940. La entrega a las autoridades franquistas se realizó el 29 de septiembre por el policía español Pedro Urraca Rendueles -el agente 477- a través de la frontera de Irún. Este agente escribió en su dietario de 1940 una página dedicada a Lluís Companys, donde señalaba que el presidente estaba dispuesto al sacrificio.


Companys fue llevado a la Dirección General de Seguridad en Madrid, torturado hasta el 3 de octubre que es trasladado al castillo de Montjuic habilitado como prisión. El 14 de octubre de 1940, a las diez de la mañana, fue juzgado en consejo de guerra.  El juicio farsa duró apenas una hora. Como ya había sido juzgado en rebeldía en aplicación retroactiva de la Ley de Responsabilidades Políticas por un tribunal especial de Barcelona, en esta ocasión se le juzgó  por "Adhesión a la rebelión militar" y se le sentenció  a la pena de muerte por fusilamiento. No tardó el caudilloporlagraciadedios en firmar el "enterado". Al día siguiente, 15 de octubre, Companys era fusilado en el foso de Santa Eulalia del Castillo de Montjuïc. No quiso que le vendaran los ojos y sus ultimas palabras fueron:  "Per Catalunya".


Hoy le recordamos con un texto de Ramón Suarez Picallo publicado publicado en el diario La Hora en Santiago de Chile el día 18 de octubre de 1942.



*

Los catalanes residentes en América y los demócratas de toda España, celebran estos días, el segundo aniversario de la inmolación de Luis Companys, ex diputado a las Cortes republicanas, ex Ministro de Marina de la República, y después de la muerte de Francisco Maciá, Presidente de la Generalidad de Cataluña.

¿Qué día y de qué modo fue muerto Luis Companys? No se sabe aún de un modo cierto. Terminada la guerra en Cataluña entró en Francia por Le Pertus, el 8 de febrero de 1939. Su primera preocupación fue un hijo enfermo en un Sanatorio francés. Para pagar su pensión durante un año, se desprendió de todo el dinero que llevaba y que era toda su fortuna -35.000 francos-; cuando Francia fue invadida, alguien lo invitó a salir ofreciéndole medios. Se negó Luis Companys, para no apartarse de su hijo enfermo. Lo atrapó la Gestapo y lo mandó a España. Secretamente fue juzgado por un Tribunal Militar y condenado a muerte. Una mañana del suave y luminoso otoño catalán, salió de la capilla hacia el patíbulo. ¿Fusilamiento o garrote vil? No se sabe. Lo que se sabe es que Companys, salió descalzo para que la carne de sus pies, en el tránsito supremo, tocase la tierra amada de su dulce Cataluña.

La noticia corrió como un reguero de pólvora encendida de Pirineo al Ebro. ¡Han ejecutado a Companys! Durante un mes en todas las ciudades y villas y aldeas de Cataluña, todo el Mundo vistió luto. ¿Por quién? Por un familiar muy querido –decían las gentes-. El familiar era el Presidente bien amado de un pueblo. Amado como lo fueron muy pocos gobernantes. Por demócrata, por honesto, por patriota y por bondadoso.

Companys, abogado ilustre, defendió mil veces a los sindicatos obreros de Cataluña. Hijo de campesinos acomodados fue paladín del bienestar de los labradores catalanes que eran ricos en una tierra pobre. Catalanista fervoroso, jamás perdía de vista la solidaridad debida a los demás pueblos ibéricos que quería ver unidos dentro de un Gran Estado español federal y democrático. Tenía enemigos políticos, reaccionarios ciegos que lo persiguieron y lo maltrataron. Pese a ello, en los duros momentos de la guerra civil, con el pueblo en armas, se dedicó a salvar vidas de adversarios con ahínco tesonero. Amparados por su autoridad política y por su prestigio personal, cruzaron la frontera antiguos gobernantes monárquicos que lo habían encarcelado, agitadores que lo habían injuriado y hasta algún Príncipe de la Iglesia que lo había excomulgado.

Ante el Tribunal que lo condenó, no pronunció un solo nombre. No conocía a nadie. ¡El que conocía y amaba a todo el Mundo! Ese era Luis Companys, el inmolado Presidente de Cataluña. Descalzo y humilde como San Francisco, marchó hacia la muerte física para entrar en la inmortalidad. Como un santo, un mártir o héroe. Así lo evocan, estos días, los catalanes y todos los hombres libres del Mundo.


Ramón Suárez Picallo
La Hora en Santiago de Chile, 18 de octubre de 1942