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19 de diciembre de 1937




Desde que el alba quiso ser alba, toda eres
madre. Quiso la luna profundamente llena.
En tu dolor lunar he visto dos mujeres,
y un removido abismo bajo una luz serena.

¡Qué olor de madreselva desgarrada y hendida!
¡Qué exaltación de labios y honduras generosas!
Bajo las huecas ropas aleteó la vida,
y sintieron vivas bruscamente las cosas.

Eres más clara. Eres más tierna. Eres más suave.
Ardes y te consumes con más recogimiento.
El nuevo amor te inspira la levedad del ave
y ocupa los caminos pausados de tu aliento.

Ríe, porque eres una madre con luna. Así lo expresa
tu palidez rendida de recorrer lo rojo;
y ese cerezo exhausto que en tu corazón pesa,
y el ascua repentina que te agiganta el ojo.

Ríe, que todo ríe: que todo es madre leve. 
Profundidad del mundo sobre el que te has quedado sumiéndote y 
ahondándote mientras la luna mueve,
igual que tú, su hermosa cabeza hacia otro lado.

Nunca tan parecida tu frente al primer cielo.
Todo lo abres, todo lo alegras, madre, aurora.
Vienen rodando el hijo y el sol. Arcos de anhelo
te impulsan. Eres madre. Sonríe. Ríe. Llora.


Miguel Hernández, Poemas últimos









3199. Habla la viuda de Miguel Hernández

No somos los españoles aficionados a escribir simple y honradamente nuestras biografías o nuestras memorias. Exceso de pudor o de miedo ante la opinión ajena privan a la historia literaria de aportaciones del mayor interés sin duda. A diferencia de escritoras y escritores de otros países, la vida íntima de las españolas se recata, con detrimento del importante documento humano que podrían ofrecer. Si alguna de ellas se atreve a decir algo propio, lo enmascara con difusa literatura. Saltándose todos los prejuicios, una mujer del pueblo, ajena hasta hoy a exposiciones escritas de sus sentimientos y vivencias, adviene al grupo de las calladas, contándonos en voz alta y sencilla, densa de dramatismo, su vida y su dolor con y por uno de los hombres más puros, de los poetas más grandes de nuestra España contemporánea. Me refiero a Josefina Manresa, viuda de Miguel Hernández. La lectura de su obra denuncia una palpitación ronca de sollozos reprimidos. Ni por una sola vez destaca la mujer si no es en función de aquel a quien evoca. Cuenta –y sus referencias nos hacen recordar las de Doña Francisca Sánchez de Rubén Darío, por lo que atañe a los depredadores del archivo de los poetas– lo fundamental de su dignísma existencia: su encuentro y su amor por el poeta Miguel Hernández, que murió en la cárcel de Alicante el 28 de marzo de 1942.

Una juventud marcada por doble destino de muerte, la de su padre a manos de irresponsables, y la de su marido, en la posguerra. Flanqueada su vida por dos hombres que el odio, disfrazándose de cualquiera cosa, eliminó de un modo u otro, Josefina Manresa cuenta serenamente cómo y por qué ella es huérfana y viuda a causa de nuestra tristísima guerra civil y sus consecuencias.

Amor, entrega total al marido y al hijo de ambos; dolor, hambre, humillaciones en lo más delicado de su ser; decepciones compartidas con el que nunca perdió las ilusiones y la esperanza de salir vivo de las cárceles que se sucedían en su turismo involuntario. Todo lo va relatando Josefina Manresa porque quiere dejar claras muchas cosas que quedaban confusas a causa de mala interpretación o ligera afirmación. Y la denuncia escueta de quienes no ayudaron a Miguel en su doliente estado, y la de los que se aprovecharon ruinmente de la confianza que Josefina Manresa puso en sus manos: retratos, originales, cartas que nunca recuperó... Y no hablemos de ciertas ediciones piratas a raíz de la muerte del poeta. En distinta circunstancia la amada de Rubén Darío, la castellana de Navalsaúz, experimentó semejantes sustracciones por parte de ciertos desaprensivos que lograron el acceso a su archivo rubeniano, despojándolo de documentos valiosos. 

Leyendo a Josefina Manresa no puedo por menos que identificar alguna de sus quejas con las de Doña Francisca Sánchez en cuanto a lo que a apropiación indebida de originales y cartas de su archivo se refiere.

Este libro, Recuerdos la viuda de Miguel Hernández, era necesario; completa la biografía del poeta y detalla vivencias conocidas solo por ellos. No pretende hacer literatura: habla con propiedad y al margen de pretensiones literarias; sin embargo encuentran sus palabras sencillas un eco profundo en el corazón de sus lectores.

Acertada decisión la de Josefina Manresa, aportando al conocimiento de su marido, como hombre dueño de poderosa y noble arquitectura poética y humana, una serie de curiosos detalles que demuestran, a la vez, la calidad de la elegida para el amor y la maternidad. Las cartas desde su última cárcel, por ejemplo, nos ofrecen la categoría espiritual de un Miguel Hernández que ya está en su inmortalidad bien merecida. 

Eludiendo los brevísimos comentarios que la autora cree oportuno hacer para que determinados personajes o acciones aparezcan en su dimensión justa, el libro posee un cálido interés, muestra la hermosa entrega propia de la mujer que Miguel Hernández supo querer para esposa y madre de sus hijos. El río de la desventura no logró apagar los recuerdos del poeta en la vida voluntariamente apartada, recatada, de la viuda que mantiene su llanto por la desaparición del hombre, y el orgullo de su esclarecida obra poética que, con su colaboración apasionada, fue extendiéndose por todo el mundo de la literatura, ganándose la admiración y la adhesión de los lectores. 

Muchos nombres para los que guarda su gratitud Josefina, concurren a las páginas de su libro; muchas fotos significativas las ilustran también. A mí, que gusto de la verdad y la valentía de mantenerla, este libro me ha conmovido profundamente. Si en algo pudiere herir, quizá, a alguien piénsese en la llaneza de la autora, en su obsesivo afán por fijar la auténtica imagen de su poeta y marido, que merece respeto y estimación. 

Recuerdos la viuda de Miguel Hernández es un valioso documento humano y social. Habla de amor, de duelos, de hambre, de dolor, y no falla en ningún instante en decir lo que quería. Bienvenido sea este primer libro de nuestro tiempo, escrito por una mujer, si no literata, que escribe con grandeza de espíritu en cuanto a su único amor se refiere. Con respeto se la lee por su sobriedad en el relato de tanta desgracia como la persiguió tan inmerecidamente.


Carmen Conde,
Pueblo, 13 de junio de 1980, pág. 9 





2066. ¿Me entiendes, queridísima Josefina?



Tú eres vergonzosa, no te gusta que te vean quererme y a mí se me importa un pito, por no decir otra palabra más expresiva que pito, casi igual, sólo que en vez de t lleva j. ¿Si nos han hecho para eso, por qué vamos a ocultarnos cuando nos tenemos que hacer una caricia?

La gente de los pueblos es tonta perdida, Josefina mía: por eso me gustaría tenerte aquí en Madrid, porque aquí no se esconde nadie para darse un beso, ni a nadie le escandaliza cuando ve a una pareja tumbada en le campo, uno encima del otro. Odio esa gente idiota que se le pasa todo el día hablando de si ha visto a la vecina besándose con el novio. ¿Y sabes lo que es eso? Ganas de que la besen a ella también y que se las aguanta porque no puede tener un hombre que le ofrezca los labios. Tú fíjate en que casi todos los que hablan mal de esas cosas, tan naturales como mear, son solteronas o curas: las dos clases de personas que menos falta hacen en el mundo porque lo envenenan. Te digo en muchas cartas que te voy a dar un beso cuando llegue ahí, y tú, como una hipócrita, te callas, y no me contestas diciéndome que me tienes que dar otro: o no tienes ganas o te da miedo el que hablen de tí, o finges como las solteronas que desearían casarse con todos los hombres del mundo.

Me gustaría que fueras más sincera para estas cosas, que no te calles nada de lo que sientes y piensas. ¿O tú, cuando piensas en mí, piensas solamente para rezar? Me supongo que no; ni tú eres una santa, ni quiera el diablo que lo seas nunca, ni yo tampoco. Por lo tanto, es una tontería de las más grandes el pasarse la vida martirizándose de tanto desear una cosa y no satisfacer ese deseo pudiendo. Tengo muchas ganas de que me digas sencillamente, como la cosa más natural del mundo: Miguel, quiero darte un beso. Sin preocuparte de lo que la gente ha de decir si te ve, porque eso es hacer lo que la gente quiere y no lo que a uno le sale del alma o del cuerpo. ¿Me entiendes, queridísima Josefina? Pues no te hagas la pava y habla sinceramente de una vez.


Miguel Hernández
Madrid, 27 de julio de 1935










1623. Nanas de la cebolla

"No pasa un momento sin que lo mire y me ría, por muy serio que me encuentre, viendo esa risa tan hermosa que le sale delante de los cortinones y encima del catafalco ese en que está sentado. Esa risa suya es mi mejor compañía aquí y cuanto más la miro más encuentro que se parece a la tuya. Y los ojos, y las cejas y la cara entera. Este hijo nuestro, por quien no debes perder el ánimo y la confianza en esta vida, es más tuyo que mío. El otro era más mío..."


Concha Zardoya señaló que Nanas de la cebolla era una de las más trágicas canciones de cuna de toda la poesía española.

El 12 de septiembre de 1939 desde la cárcel de Torrijos, Miguel escribía a Josefina Manresa: "Estos días me los he pasado cavilando sobre tu situación, cada día más difícil. El olor de la cebolla que comes me llega hasta aquí, y mi niño se sentirá indignado de mamar y sacar zumo de cebolla en vez de leche. Para que lo consueles, te mando esas coplillas que le he hecho, ya que aquí no hay para mí otro quehacer que escribiros a vosotros o desesperarme..."

Se trataba de la respuesta a una carta de Josefina en la que ésta le contaba la miseria y la pena que la rodeaba, que su hijo y ella solo comían pan y cebolla a falta de otros alimentos. Se encontraba amamantando a su segundo hijo, Manuel Miguel, que tenía ocho meses.

Ese testimonio causa un dolor lacerante en Miguel Hernández. Dicen que durante dos días no salió de su celda y cuando lo hizo se presentó en el patio de la cárcel y recitó un poema, aún sin título.  Y así surgieron las "Nanas de la cebolla" entre rejas, agonías y esperanza, un padre le habla a su mujer y al hijo de ambos.

Bajo el título "Nana a mi niño" se publicó en la revista Halcón en mayo de 1946.


La cebolla es escarcha
cerrada y pobre.
Escarcha de tus días
y de mis noches.
Hambre y cebolla,
hielo negro y escarcha
grande y redonda.

En la cuna del hambre
mi niño estaba.
Con sangre de cebolla
se amamantaba.
Pero tu sangre,
escarchada de azúcar,
cebolla y hambre.

Una mujer morena
resuelta en luna
se derrama hilo a hilo
sobre la cuna.
Ríete, niño,
que te tragas la luna
cuando es preciso.

Alondra de mi casa,
ríete mucho.
Es tu risa en los ojos
la luz del mundo.
Ríete tanto
que mi alma al oírte
bata el espacio.

Tu risa me hace libre,
me pones alas.
Soledades me quita,
cárcel me arranca.
Boca que vuela,
corazón que en tus labios
relampaguea.

Es tu risa la espada
más victoriosa,
vencedor de las flores
y las alondras.
Rival del sol.
Porvenir de mis huesos
y de mi amor.

La carne aleteante,
súbito el párpado,
el vivir como nunca
coloreado.
¡Cuánto jilguero
se remonta, aletea,
desde tu cuerpo!

Desperté de ser niño:
nunca despiertes.
Triste llevo la boca:
ríete siempre.
Siempre en la cuna,
defendiendo la risa
pluma por pluma.

Ser de vuelo tan alto,
tan extendido,
que tu carne es el cielo
recién nacido.
¡Si yo pudiera
remontarme al origen
de tu carrera!

Al octavo mes ríes
con cinco azahares.
Con cinco diminutas
ferocidades.
Con cinco dientes
como cinco jazmines
adolescentes.

Frontera de los besos
serán mañana,
cuando en la dentadura
sientas un arma.
Sientas un fuego
correr dientes abajo
buscando el centro.

Vuela, niño, en la doble
luna del pecho:
él, triste de cebolla,
tú, satisfecho.
No te derrumbes.
No sepas lo que pasa
ni lo que ocurre.


Miguel Hernández
Cancionero y romancero de ausencias, 1939


Fotografía: Manuel Miguel, segundo hijo de Miguel Hernández y Josefina Manresa, 1939








1612. Carta de Vicente Aleixandre a Miguel Hernández

Vicente Aleixandre y Miguel Hernández vistos por Sciammarella


Miraflores de la Sierra, 1 de septiembre 1936

Mi querido Miguel: me ha impresionado mucho la desgracia que aflige a tu Josefina y a los suyos, y con ella a ti. Me ha dado mucha compasión. Siempre es terrible perder a un padre querido, pero perderlo así tiene que serlo mucho más, mucho más penoso y tristísimo, con una angustia y un dolor que dejan casi [estu[pe]factos]. Y luego ese problema de tener que seguir viviendo; el problema material de subsistir sin medios para ello. Tú, con tu gran corazón, sufres por ellos y para ellos y te llenas de preocupación. Ayer hablé mucho de ti con Francisco Giner, de tus problemas, y le dije que a ver si podía hacer su padre algo en cuanto a empleos por ti. Le dije lo que hacías en Espasa-Calpe y que tu trabajo era temporal y terminaría pronto. Francisco es bueno y te admira, y se interesó mucho, y cree que quizá su padre pueda hacer por ti si sigue de ministro. Se le ocurrió, improvisando (su padre es amigo de Olarra), ver si el ministro se interesaba cerca del gerente de Espasa para que pases a funcionario fijo. Cuando regresemos todos a Madrid será el momento de ver qué puede hacerse por su parte. Tú ve pensando, y, si se te ocurre algo, cuando allí te entrevistes (conmigo) con Francisco, se lo dices. Todo esto todavía no es nada, de modo que no nos alegremos prematuramente. Pero tú ve pensando. Francisco estoy seguro de que hablará a su padre, cuando llegue el momento, con todo el cariño. Claro que hay que esperar a que pase esta guerra que sufre España. Esperemos que no tarde mucho.

Me alegro [de] que te gustara el poema. No, no era desconfianza para el lector (¿cómo iba a serlo, siendo el lector tú?): mis explicaciones no lo eran: eran deseo, gusto de comunicación contigo sobre él. Como si hubiéramos charlado allá en Velintonia. Miguelillo, cómo sabes sorber como un gigante, como un hombre, toda forma de poesía. Ay, poeta, qué línea tan clara viene de tu sangre cuando me hablas. Qué bien te siento. En fin, Miguel, ya ves, quedamos en que se dan gritos de amor o gritos de muerte. A veces pienso si estos gritos unidos, en mí, serán consecuencia de que yo no he sido totalmente feliz en casi ningún amor. He sufrido en el amor, pasando rápidamente de gloria a infierno, y viceversa, sin transición. Porque no me han querido nunca como yo he querido; aunque me hayan querido, nunca, ay, supieron quererme como mi corazón pedía. Solo una vez me quisieron así, con locura, con desatino, con frenesí... y entonces yo no quería. Ya ves. Otra vez quise de ese modo y fui querido lo mismo (es la única), y el fin fue trágico, de un modo que dejó huella en mí para mientras viviera.

De modo que mi corazón tiene un saldo en contra, una ternura en el vacío, y ha trabajado para el aire, para el polvo. Quizá por eso no está gastado por otra parte, y vive y canta con el robusto anhelo de una juventud que para él no veo cuándo acabe. Creo que cuando muera. Porque me parece que será joven hasta la tumba. Desde un comienzo supo que el amor y la muerte son como dos caras de la misma misteriosa presencia, y que el amor, tan arrebatador, tan inaprensible, es como la delicada y mágica apariencia del último contacto, disolución en la unión para siempre. En algunos sitios, al momento del último goce físico en brazos del amor le llaman “la muerte chiquita”. Fíjate qué maravilla: ¡la muerte chiquita! Y eso es: porque es el aniquilamiento momentáneo sobre un cuerpo que mata. Y qué pena despertar, resucitar, para esa otra clase de muerte: la muerte vulgar de cada minuto. Pero, en fin, de todo se hace nuestra vida y no hay que renegar de nada.

Todo esto a propósito de un poema. Para que veas, que no son explicaciones, sino afán de comunicación contigo. Como la poesía está tan unida a la vida, hablar de una es hablar de la otra. Y no es que yo piense en los incidentes concretos de mi vida cuando escribo. Es la mano de un hombre la que escribe, y lo que apetece al hombre poeta es que su poesía no sea suya solo, sino de otros hombres, otros que amaron y sufrieron, y que al oír la poesía digan algo que es suyo, como de otros, otros que amaron y sufrieron como ellos, antes que ellos, después que ellos...

Tú sabes de esto como yo. Tu corazón es de carne, y hay en la vena de tu poesía un latido que es comunión humana con otros corazones. Los poetas así, cuando cantamos nuestro[s] sentimientos no hablamos de nosotros, ¡no!; yo siento que por mí hablan muchos hombres que no escriben versos.

Miguelillo, parece que veo brillar tu mirada charlando de todas estas cosas. Anteayer escribí a Carlos Fenoll. Ayer a Pablo. No, no saldré de Miraflores por ahora. Cuando lo haga será para ir a Madrid, pero no creo que sea antes de fin de mes. Aquí hay tranquilidad. Estuve en Madrid, pero el calor me sentaba muy mal y me puse enfermo. Aquí estoy mejor; algún día salgo fuera de casa y voy un poco por algún camino en el campo, generalmente con Francisco. Hay ocasiones, como la presente, en que habitar un cuerpo de tercera resulta mortificante y desesperante. No te creas que estoy peor que otros años; más bien mejor, pero a ratos me apena ver fallar mi cuerpo por la salud y cuando más necesario me sería para hacer frente a todo.

Miguel, ya ves qué carta tan larga te estoy escribiendo. Le he preguntado a Manolo si sabe algo del posible jurado de tu concurso. Si lo hay y lo sabe, te lo comunicaré. Yo dudo que ahora se resuelva el asunto. Supongo que El labrador de más aire vendrá contigo de tu Orihuela. Ya nos reuniremos con él y con tus oriolanos.

Tu Josefina no me conoce. Pero dile que un amigo tuyo se acuerda de ella y a través de ti se une a su pena tan grande.

Escríbeme pronto. Ya ves yo. Y dime si todavía te podré escribir a Orihuela.

Miguelillo, me alegra mucho ver nuestra amistad tan honda. Qué fuerte me hace ella también. Mientras vivamos seremos amigos. Te abrazo mucho y siempre igual, hasta siempre.

Vicente
"De Nobel a novel. Epistolario inédito de Vicente Aleixandre a Miguel Hernández y Josefina Manresa"







588. Canción del esposo soldado

"Yo necesito tu persona y con tu persona, la vida sencilla de Orihuela... No quiero vivir solo"


María Torres / 9 de marzo de 2013.

El 9 de marzo de 1937 se casaban en Orihuela Miguel Hernández y Josefina Manresa. Pocos fueron los asistentes al acto. La madre de Miguel se ocupó de preparar la comida de celebración, que consistió en un arroz con costra en la casa familiar.

La situación por la que atravesaba España hizo que en repetidas ocasiones se retrasase la boda y Miguel culpa de ello a los fascistas, así en una carta de febrero de 1937 escribe a Josefina: “De esta primavera no puede pasar el día de nuestro casamiento. Ya verás como todos estos sufrimientos que estamos pasando tienen su compensación muy pronto y verás como no se nos acaba ya nunca la felicidad”.

Fue un matrimonio civil, a pesar de no ser del gusto de Josefina. "Te digo que yo estoy dispuesto a pasar por la iglesia, ya que tu lo quieres así, … No creo que el casamiento sea cosa de Dios, sino cosa de dos, … Yo no he dejado de creer en Dios ni he dejado de no creer, pero por ahora no lo necesito. Nos casaremos inmediatamente tú por la iglesia y yo por detrás de la iglesia”, le manifestaba el poeta. 

El viaje de luna de miel fue a Jaén, donde Miguel estaba destinado en el Altavoz del Frente. Fue corto, ya que la enfermedad de la madre de Josefina les obliga a regresar con urgencia a Cox.

Unos años después, el 4 de marzo de 1942, con Miguel ya en la cárcel y gravemente enfermo, pues fallecería unas horas despues, se celebró en la capilla del Reformatorio de Adultos de Alicante el matrimonio canónigo. En el “Acta de esponsales” se aprecia la firma temblorosa y enferma de Miguel. La ceremonia fue oficiada por el capellán del Reformatorio de Adultos de Alicante, Salvador Pérez Lledó. Como testigos del enlace, firmaron en el acta matrimonial Fausto Tornero Castillo y Teodomiro López Mena, unos compañeros de la cárcel.

Un día antes de la boda Josefina, decide confesarse y acude para ello a la iglesia de San Nicolás. Según cuenta en su libro de memorias, se encontraba arrodillada en el confesionario y llena de dudas, pues no se decidía a confesarse "porque, en la situación en que nos encontrábamos, de tanta injusticia y sufrimientos, lo consideraba más bien pecar". El confesor, el padre Vendrell, esperaba impaciente y Josefina le dijo: “Lo único que puedo decirle es que mi marido se me está muriendo en la cárcel y yo estoy sufriendo mucho”. La respuesta del párroco fue: “Hija, la Iglesia no tiene la culpa de eso, la culpa la tienen los hombres”. La que en unas horas sería la viuda de Miguel Hernández se marchó sin contestarle, sin confesar y llena de la pena que la acompañó durante toda su vida.



CANCIÓN DEL ESPOSO SOLDADO

He poblado tu vientre de amor y sementera,
he prolongado el eco de sangre a que respondo
y espero sobre el surco como el arado espera:
he llegado hasta el fondo.

Morena de altas torres, alta luz y ojos altos,
esposa de, mi piel, gran trago de mi vida,
tus pechos locos crecen hacia mi dando saltos
de cierva concebida.

Ya me parece que eres un cristal delicado,
temo que te me rompas al más leve tropiezo,
y a reforzar tus venas con mi piel de soldado
fuera como el cerezo.

Espejo de mi carne, sustento de mis alas,
te doy vida en la muerte que me dan y no tomo.
Mujer, mujer, te quiero cercado por las balas,
ansiado por el plomo.

Sobre los ataúdes feroces en acecho,
sobre los mismos muertos sin remedio y sin fosa
te quiero, y te quisiera besar con todo el pecho
hasta en el polvo, esposa.

Cuando junto a los campos de combate te piensa
mi frente que no enfría ni aplaca tu figura,
te acercas hacia mi como una boca inmensa
de hambrienta dentadura.

Escríbeme a la lucha siénteme en la trinchera:
aquí con el fusil tu nombre evoco y fijo.
y defiendo tu vientre de pobre que me espera,
y defiendo tu hijo.
Nacerá nuestro hijo con el puño cerrado,
envuelto en un clamor de victoria y guitarras,
y dejaré a tu puerta mi vida de soldado
sin colmillos ni garras. ,

Es preciso matar para seguir viviendo.
Un día iré a la sombra de tu pelo lejano.
Y dormiré en la sábana de almidón y de estruendo
cosida por tu mano.

Tus piernas implacables al parto van derechas,
y tu implacable boca de labios indomables,
y ante mi soledad de explosiones y brechas,
recorres un camino de besos implacables.

Para el hijo será la paz que estoy forjando.
Y al fin en un océano de irremediables huesos
tu corazón y el mío naufragarán, quedando
una mujer y un hombre gastados por los besos.


Miguel Hernández
Viento del Pueblo, 1937










415. Miguel y Josefina

ESPERA —en desaseo

En el taller de sastra humilde de nuestra calle, ella la única oficiala y perfecta.

Sin siestas ya, las tardes de otoño llegan al portal de la sastrería conmigo y el sol de una luz en paz de dátil sin sofoco.

Con su traje blanco, o su pardo —aquél levanta su color de rubia soleada, éste lo eclipsa un poco—, de percal su cuerpo, malhiere con la aguja, lloroso su ojo de hilo, sin hacer sangre, chaquetas huertanas.

Nos ofrecemos, saludándonos, los dientes de la sonrisa.

Mujer con voluntad de ser mujer, me dice su edad de adolescente última, aumentada —o sospecho—. Y sé que tiene la edad justa para que yo la quiera.

El diálogo se entabla fervoroso y poeta por encima de la maestra, entre ella y yo, que debe sentir su ancianidad rotunda invadida de juventud en espera.

—Mi voluntad es quererte —le digo—; y me mira como si su voluntad también lo fuera.

—Eres mi novia, aunque yo no sea tu novio; y me responde en nuestro idioma de aldea, bien nutrido de graciosidades cosas oscuras, maliciosas de mocencia, con un temblor de no saber explicarse.

—No te muevas. Cállate. Estate quieta como el agua, a ver si así te aclaras.

Por la calle un hombre primaveral de colores, entristece, cantada por su voz, ancha en la «e», la delicia medora que elabora en los campos adanes: «¡arropeeeee!...»

De tejado en tejado vuelan palomas iluminando la luz.

La aguja avanza por la tela en su mano, asomándose y encendiéndose, huyendo de su huella delgada.

Las tijeras, abiertas baten la esgrima forzosa de sus alas.

La sastra suspira.

La máquina Singer espera su movimiento, su baile laborioso, de su sabroso pie, blanco, invisible su blancura adivinable en la medida, por la alpargata. Espera.

Con los ojos caídos, sin mirar con sospecha de que la mire, emocionada de mi contemplación, ella sabe que yo espero también.


Miguel Hernández

La Verdad de Murcia, 19 de noviembre de 1933








214. Primera carta de Miguel Hernandez a Josefina Manresa




En mayo de 1939, Miguel Hernández al intentar salir de España, es detenido y entregado por la "Guardinha", Policía portuguesa a las autoridades del puesto fronterizo de Rosal de la Frontera. El poeta inició en este pueblo su periplo carcelario que finalizó tristemente con su muerte.

El 4 de Mayo de 1939, un agente de segunda clase del llamado Cuerpo de Investigación y Vigilancia de Rosal, ordenaba que Miguel Hernández fuera vilmente torturado.

Desde la cárcel de esta localidad envía su primera carta a Josefina Manresa, que se encuentra viviendo en Cox con sus tres hermanas menores. El poeta, a pesar de que asegura a su esposa estar bien, había orinado sangre por las palizas recibidas.



Primera carta de del Miguel Hernández a Josefina Manresa. Rosal de la Frontera, 6 de mayo de 1939.


Querida Josefina:

Estoy bien de salud. Me acuerdo siempre de mi Manolillo y de ti, que sois siempre mi mayor esperanza. ¿Sigue engordando el niño? Anteayer cumplió los cuatro meses y me pasé todo el día pensando en él. Supongo que sus hermanillas y ahijadas mías que no se me olvidan, estarán contigo dándote mucho quehacer y mucha preocupación.

¿Y Manolo, trababa? ¿De qué comes? ¿Quién te ayuda? Pide a nuestra familia de Orihuela sin reparo, que alguna vez les devolveremos aquello que nos den. Supongo que no habrá resultado incierto lo que nos dijo el médico sobre tu enfermedad en Orihuela. Ve a mi casa y di a mi padre y a mi hermano que estoy detenido, que un día de estos me llevan a Huelva desde este pueblo y que es preciso que me reclamen a Orihuela. Que hablen con don Luis Almarcha, Joaquín Andrés, Antonio Macando, Juan Bellod, Martínez Arenas, Baldomero Jiménez  y quien sea preciso para la consecución de mi traslado a nuestro pueblo. La detención ha obedecido a que pasaba a Portugal sin la documentación necesaria. No es nada de importancia, pero haz lo que te digo para estar junto a nuestro hijo y a ti lo más pronto posible. No te preocupes, nena. Como bien, me tratan bien y a lo mejor desde Huelva paso a Orihuela antes que nuestros amigos pudientes de ahí hayan hecho gestión alguna. Se trata de una imprudencia mía que naturalmente tenía que tener su riesgo y su  resultado insatisfactorio. Pero la seguridad de mi honradez y la fe en la justicia de Franco me hacen estar sereno y alegre. Lo que siento principalmente es la difícil situación económica de nuestra familia que tardará algún tiempo más en resolverse. Abrazos para toda la familia, especialmente para mi madre y tus hermanos y los míos. Manolillo y tú recibid el corazón de vuestro


Miguel






26. Josefina Manresa Mahuenda




“Tus señas particulares son: pelo largo, hecho un puro anillo y negro, negro como un rincón de noche, su piel pálida y graciosa, su boca demuestra una mujer de mucha voluntad y es fina y bien recortada, su nariz copiada de Venus y sus ojos profundos y pensativos y guapos en medio de dos cejas como dos puñaladas de carbón fino”.


María Torres /Septiembre 2011

«Tus señas particulares son: pelo largo, hecho un puro anillo y negro, negro como un rincón de noche, su piel pálida y graciosa, su boca demuestra una mujer de mucha voluntad y es fina y bien recortada, su nariz copiada de Venus y sus ojos profundos y pensativos y guapos en medio de dos cejas como dos puñaladas de carbón fino.»

Esta es la descripción física que hizo Miguel Hernández de Josefina, la persona que inspiró sus poemas más hermosos, su novia, su mujer, su musa, su compañera.

Josefina sufrió la guerra, la pérdida de sus padres, el fallecimiento de sus hijos, el encarcelamiento de su marido y su muerte, permaneció fiel al poeta y a los principios morales que tanto podían llegar a desesperar al poeta, pero el trabajo más importante de Josefina fue cuidar del legado de la obra de Miguel Hernández. Gracias a su celo han llegado hasta nuestros días poemas originales, cartas y escritos que podían haber desaparecido en el caos de la posguerra. Además nos obsequió con Recuerdos de la viuda de Miguel Hernández, donde nos relata su vida junto al poeta y su vida propia. Esta es la historia de vida de una mujer que nunca dejó que Miguel Hernández quedase perdido en el olvido.

Nació en Quesada, Jaén, el 2 de enero de 1916. Su padre era guardia civil y fue destinado a Orihuela en 1927, donde llegaron al mundo sus cuatro hermanos, a los que tuvo que cuidar durante su niñez. Con once años entró a trabajar de aprendiza en un taller de costura. A ella le gustaba coser, pero en el taller la única ocupación que le dieron fue la de chica de los recados, por lo que lo deja y durante un año asiste a un colegio de monjas de la beneficencia, por el que había que pagar cinco pesetas mensuales. Según ella cuenta en sus memorias, por las mañanas aprendían la cartilla y por las tardes realizaban labores. A los trece años comienza a trabajar en una fábrica de seda, donde permanece dos años, tras los cuales entra en un taller de costura situado en la misma calle donde nació Miguel Hernández.

Animada por una compañera del taller, Josefina entra a formar parte de la congregación de las Hijas de María de la Iglesia de Santo Domingo de Orihuela. Cumple con misas, confesiones, rosarios, procesiones y novenas. Incluso intentan convencerla para que tome los hábitos. Aunque todo esto nos parezca de una beatitud exagerada, Josefina relata en sus memorias que tiene su explicación en el ambiente que se vivía en Orihuela en aquellos años y como hija de guardia civil su moral estaba acostumbrada al conservacionismo de la época.

Con 17 años conoce a Miguel Hernández que empieza a pretenderla. Éste muchas veces le preguntó su nombre y muchas veces se lo negó, hasta que un día le entregó un papel doblado con las letras «Para ti» que contenían la poesía Ser onda oficio niña es de tu pelo. En 1933 formalizan la relación y el noviazgo lo vivirán lleno de recato y lejanía. Poco después, Miguel se marcha a Madrid. Josefina recibe constantemente correspondencia de él. Sin embargo, en 1935, la relación se enfría y se abre un periodo de dudas y silencio entre ambos. Madrid ha deslumbrado a Miguel y le descubre nuevas amistades relegando, en cierto modo, a su novia y amigos de Orihuela. Esta crisis sirve para que renazca un nuevo amor mucho más intenso. Como fruto de esa lucha interior entre el amor y desamor surge El rayo que no cesa (1936). La dedicatoria anuncia ya el contenido del libro, así como la destinataria de estos poemas: «A ti sola, en cumplimiento de una promesa que habrás olvidado como si fuera tuya.»

Al comienzo de la Guerra de España el padre de Josefina es fusilado por un error. La familia Manresa se ve abocada a la miseria, ya que su única fuente de ingresos había dejado de existir. Josefina, consciente de la responsabilidad hacia su familia, cose de día y de noche y ya nunca dejará de coser. La guerra supone una gran transformación en el noviazgo de la pareja. La atracción del comienzo se transforma en un anhelo de convivencia: «Yo necesito tu persona y con tu persona, la vida sencilla de Orihuela... No quiero vivir solo», le escribe Miguel. La situación convulsa de España había ido retrasando la boda que finalmente tiene lugar civilmente el 9 de marzo de 1937 en Orihuela. Son escasas las personas que asisten a esta ceremonia, celebrada ante el alcalde de la ciudad. Un mes después fallece la madre de Josefina y ésta se queda a cargo de sus hermanos pequeños. Se encontraba ya embarazada de su primer hijo, Manuel Ramón, que muere antes de cumplir un año de vida. En enero de 1939, nace su segundo hijo, Manuel Miguel, que tan poco pudo disfrutar de su padre. Josefina debe afrontar esta situación sola. Miguel conoce a su hijo cuando éste tenía tres meses de edad.

Con el fin de la guerra Miguel Hernández es encarcelado. El único contacto entre ambos son las desgarradoras cartas del poeta, aunque Josefina permanece próxima: Madrid, Palencia, Ocaña, Alicante. A cada uno de estos destinos se traslada a petición de Miguel. Unas veces vive en casa de amigos o de los parientes de los presos compañeros del poeta. Con el tiempo ella supo que él le pedía esos traslados porque sabía que estaba sentenciado a pena de muerte, algo que nunca la contó para evitar el sufrimiento. Alicante fue su destino final. Allí se traslada Josefina a casa de la hermana de Miguel y allí permanece hasta la mañana del 28 de marzo de 1942 en la que cuando llega a la prisión para entregar el caldo que le llevaba a primera hora se lo rechazaron. Ese día supo que se habían acabado las visitas.

Veinticuatro horas antes de la muerte del poeta tiene lugar su boda religiosa. En el Acta de esponsales aparece la firma temblorosa del Miguel Hernández. La ceremonia es oficiada por el capellán del Reformatorio de Adultos de Alicante, Salvador Pérez Lledó. Como testigos del enlace, firman en el acta matrimonial unos compañeros de la cárcel. Josefina, movida por su antigua formación religiosa, decide confesarse el día antes de la boda. Acude a la iglesia de San Nicolás y, según ella misma relata, «ya arrodillada en el confesionario, no me decidí a confesarme porque, en la situación en que nos encontrábamos, de tanta injusticia y sufrimientos, lo consideraba más bien pecar. El padre Vendrell, que era el confesor, al rato de estar esperando el “padre me acuso”, me insistió y yo le dije“Lo único que puedo decirle es que mi marido se me está muriendo en la cárcel y yo estoy sufriendo mucho”. Él me contestó, con tono jesuita: “Hija, la Iglesia no tiene la culpa de eso, la culpa la tienen los hombres”. Yo me marché sin contestarle

A la muerte de su marido Josefina continúa en Cox junto a su hijo, al que tendrá que sacar adelante ella sola. En 1950 se traslada a Elche. Recién llegada, sufre un primer ataque de glaucoma que le obliga a pasar por el quirófano en 1962. En esos años trabaja duramente, llevándose de Cox a Elche todo el trabajo de costura pendiente y confeccionando también todo lo que las vecinas y amigas de sus hermanas le encargaban. Algunos amigos de Miguel proporcionaron dinero a la viuda, e incluso más tarde un trabajo para su hijo en la capital.

Carmen Conde fue una de las personas que más influyó en Josefina para que recogiera en un libro todos los recuerdos sobre Miguel. Vicente Aleixandre también jugó un papel fundamental a la hora de reunir y sobre todo, publicar todo el material del poeta. Hizo borradores para varias editoriales pero fue finalmente la editorial Aguilar la que publicó en 1952 la Obra Escogida, con bastante material inédito, que proporcionó Josefina. Entre ella, Vicente Aleixandre, Leopoldo de Luis, José Luis Cano y dos mecanógrafas prepararon el texto. La propia Josefina Manresa escribió y publicó en 1976 la enfermedad y muerte de su marido en la revista Posible y bajo el título de Recuerdos de la viuda de Miguel Hernández (Ediciones de la Torre, 1980) Josefina recoge parte de su vida y la relación que mantuvo con Miguel, con fragmentos de cartas y fotografías inéditas hasta esa fecha.

Cuando Miguel falleció a Josefina se le hundió el mundo, pero aprendió a revivirle en sus textos y en sus recuerdos. Su vida se convirtió en una lucha constante por mantener viva la memoria de su esposo. En un baúl que heredó de su madre, donde guardaba la ropa de cama, fue depositando los manuscritos que le entregaron algunos compañeros de la cárcel, el retrato que le hizo Antonio Buero Vallejo, las cartas que le escribió a ella, otros documentos que le entregó su suegro, otros que le pidió a la hermana de Miguel. Los registros en el domicilio eran continuos y Josefina tenía miedo de perder todo aquello. Algunos familiares y amigos que estaban a salvo de sospechas le ayudaron guardándolos. Después de un tiempo volvían al arcón, para salir de nuevo hacía otro destino. Incluso llegaron a estar enterrados dentro de un saco en el patio de su casa. Así logró que la obra de Miguel Hernández no se perdiera en el fuego de la injusticia y la incomprensión.

Su vida fue transcurriendo entre los recuerdos y la lucha contra el olvido y el destino le asestó el nuevo golpe: la muerte de su segundo hijo.


Josefina murió el 19 de febrero de 1987 en Elche. Tenía 71 años. Fue enterrada, según su deseo, en el panteón de hijos ilustres de la ciudad de Alicante junto a su marido y su hijo Miguel, desaparecido tres años antes.

Libro recomendado:
“Recuerdos de la Viuda de Miguel Hernández”,
Josefina Manresa Marhuenda,
Ediciones de La Torre, 1980






Miguel Hernández ha representado desde su fallecimiento la figura del poeta comprometido, ya no sólo con la época que le toco vivir sino con todas las utopías de carácter universal que trascienden al tiempo. La belleza de su poesía es sólo comparable a la de las causas a las que sirvió.