Desde la raíz
Introducción
a Memoria de las Mujeres
Sería en el mes de octubre
de 2021 cuando empecé a colaborar con el periódico digital Nueva Revolución
llevando a cabo una serie de entrevistas a mujeres de toda la geografía
española vinculadas, por razones de parentesco o actividad -o por ambas cosas-,
con la memoria histórica, democrática o antifascista, como le gusta decir al
director de Nueva Revolución, Anxo Padín.
La elección de este tema
no fue fruto del azar, sino resultado de una conversación meditada con el
propio Anxo, en la que ambos colegimos que la revolución será femenina o no
será, y que las mujeres republicanas han sido las grandes invisibilizadas de la
historia: por su condición femenina, por su ideario político, por ser las
compañeras de los perdedores de la guerra. “Las olvidadas de los olvidados”,
como las define la escritora Fermi Cañaveras, una de las entrevistadas que
aparecen en esta publicación.
Antes de seguir he de
decir que Nueva Revolución es un periódico digital que surge en diciembre de
2014, con el objetivo de ser un espacio plural para el debate y la reflexión,
donde las diversas corrientes políticas puedan confluir sin la opresión de
intereses partidistas o corporativos. Desde su fundación, ha buscado ir más
allá de la superficialidad informativa para convertirse en una voz de
resistencia y conciencia social y un lugar de denuncia de
injusticias políticas, sociales, medioambientales o humanas,
en un mundo mediático donde las noticias son cada vez más mercantilizadas y las
voces disidentes, silenciadas.
Bajo el epígrafe
“Memoria de las Mujeres” hoy se reúnen en esta publicación conjunta los testimonios
de veinticinco mujeres que se fueron publicando por separado en dicho medio
digital a lo largo de casi tres años -desde
octubre de 2021 a septiembre de 2024-. El objeto de dicho trabajo es transmitir,
a través del análisis y la reflexión, unos hechos de nuestro pasado más
reciente que las mujeres entrevistadas
conocen muy bien, por su condición de familiares de víctimas, o por los conocimientos
científicos y la actividad profesional que muchas de ellas vienen desarrollando
-hay entre las entrevistadas historiadoras, arqueólogas, antropólogas, documentalistas,
profesoras de universidad, escritoras, cantautoras, periodistas, editoras-.
El sentido último que
alienta estas veinticinco entrevistas en clave de mujer es, sin duda, la
búsqueda de la verdad, pilar fundamental en el que se sustenta la memoria
histórica para, de esta manera, hacer justicia y llegar a la reparación
simbólica de unos hechos sistemáticamente silenciados a lo largo de casi
noventa años. También por razones de no repetición -conocer los errores del
pasado para no volver a cometerlos-, principios todos ellos del derecho
internacional. También porque tenemos, seguimos teniendo, una deuda histórica
con los verdaderos artífices de la democracia, mujeres y hombres que creyeron, lucharon y hasta dieron su vida
por conseguir unas condiciones de vida más justas (acceso a la educación,
igualdad de géneros, mejores condiciones laborales, sanitarias…) que nosotros
ahora estamos disfrutando.
Hay un momento en mi
vida, de esos que yo llamo epifánicos, que me quedó grabado con huella indeleble.
Tuvo lugar en el año 2012, cuando ultimaba los detalles de mi libro “Los cinco
de Trasrey y otros relatos”. Ocurrió mientras realizaba una visita a una
sobrina de las víctimas de esos cinco hombres, entre ellos mi abuelo, fusilados
en las tapias del cementerio de Astorga el 9 de octubre de 1936, y en la cocina
de la casa de esa mujer, delante de una caja de cartón que contenía los objetos
de su tío que guardaba como un tesoro -una petaca, las cartas que enviaba desde
la prisión, entre ellas la que escribió en capilla…- me confesó que los mayores
nunca les hablaban a los niños de los horrores de la guerra para que no
crecieran con odio y que ella de pequeña, recluida con su madre en una
habitación oscura, le leía las cartas de su tío porque su progenitora no sabía
leer ni escribir. Con gran pesar
lamentaba no haber preguntado más para saber más cosas de lo que pasó
entonces. Pero lo que más me impactó de ese encuentro fue que me dijera, con
una insistencia fuera de lo normal, que lo único que quería es que se supiera lo que pasó, que les mataron
por sus ideas y que eran inocentes.
Esa mujer ha perdido la
memoria, pero sus palabras, su sentir, su deseo, hoy sé que no era solo suyo,
sino que respondía a un sentir colectivo, atávico, heredado. De eso y no de
otra cosa trata la memoria histórica, de salvaguardar unos hechos del pasado
para que no caigan en el olvido, y que tanto dolor, sufrimiento y pérdidas transciendan
y tengan algún sentido. Es obvio que la memoria no importa a todos, pero sí
importa a los que sufrieron y sufren su dolor en silencio durante décadas.
Importa para que los hechos del pasado no caigan en el olvido. Importa porque
si no conocemos nuestro pasado estamos condenados a repetirlo. No hay en ello deseo
de venganza, como muchas veces se ha acusado torticeramente a
familiares, asociaciones, historiadores, estudiosos de la memoria -parece
mentira que a estas alturas de la historia se pueda decir esto-, sino que
responde a una necesidad y un deber de justicia para quieres nos precedieron y
pagaron, a veces con su vida, el intento de hacer del mundo un lugar mejor, más
habitable. Responde a razones de humanidad. “Que aunque no he hecho nada muero
inocente (…) no maldigáis a nadie y perdonar a todos como yo lo hago (…)
conservad todo esto que os mando para el día de mañana que podáis decir que
esto nadie lo borre, esto os lo digo a las cinco de la mañana del 9 y a las 6
ya estoy para el otro mundo”, serán las últimas palabras de despedida que ese
familiar una mañana de mediodía y domingo del año 2012, puso delante de mis
ojos. ¡Tantas cartas de condenados a muerte transmiten idéntico mensaje!
No sé, a veces me digo
que tal vez todas estas cosas suenen a repetidas, sin embargo, cada vez tengo
más claro que no importa repetir si lo que repetimos, importa. Y esto importa. Nos
importa.
Doce años han pasado
desde aquel momento y algunos cambios se han producido. El auge del fascismo a
nivel internacional y nacional es una realidad que viene a demostrar que las
conquistas sociales, conseguidas con tanto sudor y lágrimas, con tantas vidas y
lucha, no son permanentes, y que la historia es un terreno movedizo en el que
no se siempre se producen avances.
Vivimos tiempos feos,
tiempos de vocinglerío, de confusión, de ruido inducido.
Tiempos en los que a
veces desde ciertas instancias del Estado social y democrático de derecho se da
la espalda a eso que el propio Estado promulga.
Tiempos en los que se produce una banalización
del lenguaje y palabras como libertad, que tanto costó levantar, son
manipuladas por el liberalismo más atroz mientras 7291 ancianos mueren en
residencias durante la Covid-19 por falta de asistencia.
Tiempos en los que la bestia ha despertado,
cargada de odio y de mentiras.
Tiempos oscuros, inciertos, sin petirrojos,
esos pájaros a los que alude David Lynch en Terciopelo azul. “Soñé que el mundo era oscuro
porque no había petirrojos y los petirrojos representan el amor”, dirá la
luminosa Sandy mitad del film en alusión a ciertas épocas oscuras, de
guerras, de catástrofes naturales, de enfermedades, en las que la maldad se
instala causando en la humanidad un tremendo sufrimiento.
Tiempos en los que se hace necesario, tan
necesario o más que siempre, seguir defendiendo, con claridad y calma, con
perseverancia, que la memoria no abre heridas sino que las cierra y que no se
puede pasar la página de la historia sin antes haberla leído y reflexionado
sobre ella. “Nosotros a lo nuestro, la mirada al frente, el objetivo claro”,
dice siempre el investigador y militar Miguel García Bañales. O como dijo hace
unos días el dramaturgo, miembro de la Real Academia española y coautor del
guión de la imprescindible obra teatral “1936 ¿El año en que España entró en
shock?”: “Hablar serenamente sobre la guerra es trabajar para la paz y es deber
de la memoria histórica”.
Todo esto me remite a otro momento también epifánico,
también revelador, que ocurrió en la visita que mi sobrina Lucía y yo hicimos a
la exposición “Auschwitz, no hace mucho, no muy lejos” el 3 de enero de 2018. Ya
salíamos, consternadas, de ver lo que
fue el horror más grande de la historia, cuando nos llamó la atención un video en
el que un testigo de la masacre hablaba del concepto de superioridad de unos
hombres sobre otros, creado por el régimen nazi, tan perverso que daba potestad
de exterminar a los que dicho régimen catalogaba de inferiores. Con palabras sencillas
decía que estas cosas empiezan con algo pequeño como coger manía al vecino
distinto y con palabras sencillas también daba la solución, la cura, el
remedio, que consiste en la aceptación del otro, sea amarillo o rojo o blanco o
multicolor.
Con la convicción de que sin memoria no hay
futuro y de que es esencial que la juventud coja el testigo como salvaguarda de
la misma y evitar que los hechos del pasado no caigan en el olvido, hay una
pregunta final que formulo a todas las entrevistadas: Qué les dirían a los jóvenes en
materia de memoria histórica. Las respuestas son unánimes y coinciden en que
sean inquietos, pregunten, lean, se informen, escuchen los testimonios orales
que quedan, se sirvan de fuentes científicas, asentadas en horas de trabajo e
investigación en los archivos. Porque si una cosa hizo el franquismo fue dejar
constancia escrita de la barbarie, y los archivos están plagados de documentos
que nos revelan lo que pasó.
Soy plenamente consciente también de que el
franquismo sociológico impuesto con su férreo control sobre la Iglesia, la
escuela y la prensa, es un lastre que llevamos arrastrando durante décadas. No
es casual que las instancias educativas, pilares fundamentales de transmisión
de conocimientos, se salten sistemáticamente esta parte de nuestra historia.
Como decían Beatriz García Prieto y Enrique
Javier Díez Gutiérrez en la presentación del libro “La memoria histórica
democrática de las mujeres: segunda República, guerra civil y exilio” el pasado
4 de diciembre de 2024 en la librería Meta de Madrid, hay que educar en el
antifascismo lo mismo que se educa en respeto, en empatía, en valores humanos,
en diversidad. Ese es el reto. Ese es el trabajo. Ese es el camino. Memoria y
responsabilidad, en palabras de la profesora Ruth Sanz Sabido, van de la mano.
Solo me queda dar las gracias a cada una de
las veinticinco mujeres que con sus testimonios han contribuido a que este
proyecto vea la luz: Susanna Toral Cabau, Isabel Revilla del Río -Isamil9-,
María Eugenia Castiello Canal, Cristina Pimentel Huerga, Luisa Vicente Martín,
Ruth Sanz Sabido, Pepa Miranda, Laura
González Garrido, Beatriz García Prieto, Hedy Herrero, Ana Gaitero Alonso, Tere
Rivas López, María Antonia Reinares Alonso, Fermi Cañaveras, Silvia Traversa,
Neus Roig Pruñonosa, Laura Martínez Panizo, Camino Alonso Díez, María Torres
Celada, Maribel Luna Baragano, María Jesús Izquierdo García, Ana Cristina
Rodríguez Guerra, María Huelva Salas, Yaiza Alonso Beltrán, y Eloína Terrón
Bañuelos, mujeres con las que me siento unida por el hilo invisible de la
memoria en esa familia, no de sangre, que he ido encontrando en el camino. Su
disponibilidad y sus contribuciones han sido un hermoso regalo de la vida.
A Anxo Padín, a quien felicito por su
trabajo encomiable a lo largo de estos diez años en el periódico Nueva
Revolución y su incesante defensa de la libertad -empezando por la de
expresión-. Desde aquí quiero manifestarle mi gratitud por la confianza que
depositó en mí, su respeto, su amistad.
A Cristina Pimentel y Jesús Palmero,
integrantes de la editorial Marciano Sonoro, por su compromiso claro y rotundo
por la memoria y la democracia, que van de la mano.
A la Fundación Jesús Pereda de CC.OO de
Castilla y León y, en concreto, a su presidente, José Ignacio Fernández Herrero,
que tanto ha trabajado desde el compromiso sindical por la justicia social y la
libertad verdadera, porque cuando le pedí que el proyecto de publicación
conjunta de estas entrevistas concurriera, a través de la fundación que preside,
a la convocatoria de subvenciones del Ministerio de Política Territorial y
Memoria Democrática, no lo dudó un instante.
A Miguel García Bañales, que tanto trabajó
por sacar a la luz la historia silenciada de mi pueblo, Valderas, y me enseñó que
la memoria propia no se expropia.
Por supuesto, a Antidio Gómez Carriedo, mi
padre y fuente de memoria, y a mi abuela, Sotera Carriedo Ortega, esa mujer de
luto vitalicio que
entre otros méritos supo mantener intacta la memoria de su marido asesinado.
A las mujeres de mi vida, madre, hermana,
sobrina, con las comparto pan y tiempo
en tardes de camilla y labor.
A Miguel Ángel Paramio Rodríguez, que
siempre está, y comparte mi entusiasmo y zozobras.
A Ellas y Ellos, cuyos nombres y
biografías aparecen en esta publicación,
y por extensión a todas Ellas y Ellos, verdaderos padres de la democracia y
objetivo último de este trabajo, con los que, como dijo Isamil9, somos una
deuda de amor inabarcable.
Sol Gómez Arteaga
Memoria de las mujeres
Editorial Marciano Sonoro, 2025
Presentación del libro en Vigo:
11 de septiembre de 2025
20:00 horas
Libreria Librouro
Organiza: Asamblea Republicana de Vigo