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3293. Manuel Bartolomé Cossío

Corría el año 1875. Los puros aires de libertad y tolerancia que hicieron soplar sobre la Península la revolución del año 68, yacen alicortados y quietos, pues que la restaurada monarquía, el espíritu que Cánovas quiso insuflarle, se compadece mal con aquel libre examen, con aquel punto de insumisión y fina rebeldía que los que se formaron bajo el ala del krausismo quieren que presida todos sus  y movimientos. 

No se puede tolerar en la áspera Castilla que los hombres de ciencia investiguen con entero desembarazo y luego viertan sobre el juvenil senado de discípulos la nueva palabra, en pugna, en muchas ocasiones con los principios y normas admitidos como a inmutables y eternos. ¿Qué escándalo es ese de echar a volar la paloma del laicismo, del librepensamiento, del genuino y noble liberalismo español, que diría Unamuno? De ninguna manera. Y hay un ministro, Osorio, que pone tales cortapisas a la labor docente de los profesores de Universidad, que una docena de ellos decide no consentir tamaños vejámenes, y se despoja de la muleta oficial y va a agruparse en torno a otra disciplina más libre, más honesta y más digna. Está naciendo en el panorama de la cultura española esa magnífica entidad que se llama la Institución Libre de Enseñanza. Grabemos con indeleble trazo en el nombre de los claros varones que profesan en ella en el instante de su formación. Son estos. Figuerola, Montero Ríos, Moret, Salmerón, Azcárate, don Francisco y don Hermenegildo Giner de los Ríos, don Augusto González de Linares, don Eduardo Soler, don Laureano y don Salvador Calderón, don Juan A. García Labiano, don Jacinto Messín y don Joaquín Costa. 

Ya está en marcha la nueva nave que habrá de arribar a todas las playas del éxito. Uno de sus primeros tripulantes —ascendido a tareas dirigentes desde las nutridas filas del alumnado— es Manuel Bartolomé Cossío, que tiene a la sazón diez y nueve años. 

¡Qué bien se refleja en el mozo la estupenda personalidad de don Francisco Giner, y qué íntegramente se siente recogido en su discurso y acción por aquel muchacho de dulce semblante, suaves modos y exquisita sensibilidad! ¡Cuántos jóvenes como éste necesita don Francisco a su lado!... Don Francisco es, antes que nada, un fundador, el brote original que se hunde en la tierra, el chispazo que enciende las almas... A su vera y detrás de él viene este gran continuador, este devotísimo que es don Manuel, y conserva, pule, perfecciona, realiza, se sumerge, por así decir, en la espléndida creación, y a poco ya no podría decirse qué es de uno ni qué es de otro, pues que se fundieron los dos esfuerzos tan cálida y armoniosamente que resultó una sola obra perfecta e indivisible. 

A la muerte de Giner, Cossío toma en sus manos el gobierno de la Institución. Y bajo su mirada, sigue su camino la entidad. 

¿Quién mejor que Cossío supo señalar los fines de esta almáciga de hombres cultivados? «La Institución se propone ante todo «educar» —decía él—. Para lograrlo, comienza por asentar como base primordial, ineludible, el principio de la «reverencia máxima que al niño se debe...» Ajena a todo partidismo religioso, filosófico y político, abstiénese en absoluto de perturbar la niñez y la adolescencia anticipando en ella la hora de las divisiones humanas. Tiempo queda para que venga este «reino», y hasta para que sea «desolado». Quiere, por el contrario, sembrar en la juventud, con la más absoluta libertad, la más austera reserva en la elaboración de sus normas de vida y el respeto más religioso para cuantas sinceras convicciones consagra la Historia. 

¿Pensáis en las resistencias y encendidas diatribas que encontró una obra de este tipo en los años finiseculares y hasta en los primeros cuatro lustros de la centuria que corre? De no ser Giner y Cossío dos voluntades que jamás conocieron el desmayo, lo levantado con tanto amor hubiéranlo abatido los vientos de la incomprensión y del sectarismo más cerril. Pero estos vientos se estrellaron no sólo contra la perseverancia ejemplar de aquellos dos espíritus, sino también contra la innegable y robusta bondad de la obra. Era el primer ensayo que se hacia en España de un sistema educativo que se podía codear con los más selectos de otros países. Era la primera vez que se educaba bajo principios universales, sin que ello significara olvido ni menosprecio de las esencias vernáculas. 

Sólo por las rudas e implacables batallas que hubo de librar esta gran figura de nuestro tiempo contra el error y la injusticia merece los lauros eternos de la veneración y el amor de su raza. 


P. M. 
Crónica, 8 de septiembre de 1935









1098. Las Misiones Pedagógicas: Un viaje en imágenes

Fue en el año 1881 cuando Francisco Giner de los Ríos y Manuel Bartolomé Cossío solicitaron al ministro de Fomento del Gobierno de Sagasta, la creación de misiones ambulantes. En 1899, Joaquín Costa propuso enviar grupos de dos o tres personas por región, «a modo de misioneros», para que reuniesen a los maestros rurales y les explicaran de forma práctica «qué es lo que en las condiciones actuales podrían hacer con objeto de mejorar la enseñanza». En 1912, Rafael Altamira, Director General de Enseñanza Primaria, inició las primeras experiencias para llenar el vacío intelectual y social con que frecuentemente trabajaban los maestros en las aldeas y las denominó «misiones pedagógicas».  Diez años más tarde, Cossío volvió a insistir ante el Consejo de Instrucción Pública sobre la necesidad de establecer estas «misiones ambulantes», y su iniciativa dio fruto en las misiones a Las Hurdes en 1930. Cuando se proclamó la República, el 14 de abril de 1931, estaba en marcha una comisión que estudiaba la posibilidad de extender la experiencia a otras regiones de España, y el Gobierno provisional de la República retomó la aspiración de Giner y Cossío y se pusieron en marcha "Las Misiones Pedagógicas".


«El maestro, que es hoy la palanca más fuerte para el desarrollo de la civilización, es también el camino más fácil y seguro para llevar la ciudad a los campos. Yo, señores, confieso que tengo una fe inquebrantable en el maestro. Dadme un buen maestro y él improvisará el local de la escuela si faltase, éñ inventará el material de enseñanza, él hará que la asistencia sea perfecta.» (Manuel B. Cossío, 1882)




«Las Misiones son tan útiles para los que las dan como para los que las reciben. No es poco que los misioneros traigan a Madrid el descubrimiento de la inteligencia de los aldeanos. Pero es que descubren otras muchas cosas que se pueden resumir en el ver el campo como es, si es que tienen vista. Y esto es cosa que puede influir no poco en todas las direcciones. Aun hoy que ya se conoce mucho mejor, son tantos los descubrimientos a hacer en el campo que para la masa ciudadana resulta todavía una revelación.» (Patronato de Misiones Pedagógicas, Segovia, 1932)





«El niño en la ciudad tiene, señores, el periódico, el teatro, la conversación culta de la atmósfera que le rodea, los museos, una exposición permanente en los escaparates de cada tienda; pero el pobre niño del campo, ¿dónde puede ver jamás una estatua? ¿Quién le dirá que ha habido un Shakespeare o un Velázquez? ¿Quién le hará sentir la belleza de una melodía de Mozart, de una estrofa de Calderón?» (Manuel B. Cossío, 1882).





«Y si los hombres han inventado el pintar, que, según parece, es cosa de lujo, siglos, muchos siglos antes de que se inventasen cosas tan útiles y necesarias como el hacer cacharros, azadones y arados, y si además han seguido pintando, tal vez por el ansia irresistible que sentirían de hacer cosas bellas, no debe ser enteramente una locura que la obra justiciera de las Misiones quiera llevar a los pueblos campesinos, para el goce y la enseñanza de que tanto disfrutan ya los cortesanos, unas modestas copias, al menos, de las mejores pinturas que como magnífico tesoro guarda la nación en sus museos.» (Manuel B. Cossío, 1932)












«Porque esto es lo que principalmente se proponen las Misiones: despertar el afán de leer en los que no lo sienten, pues sólo cuando todo español no sólo sepa leer —que no es bastante—, sino tenga ansia de leer, de gozar y divertirse, Sí, divertirse leyendo, habrá una nueva España.» (Manuel B. Cossío, 1931)

«Son los muchachos, de ordinario, quienes mueven a leer a sus padres y hermanos. Libro que el chico lleva a su casa es leído por el resto de la familia.» (Patronato de Misiones Pedagógicas, informe del Servicio de Bibliotecas, 1934)







«Desconocían en absoluto el cine y el gramófono; tanto que ni siquiera sentían la curiosidad de conocerlos. Fue para ellos una revelación; lo aceptaron, sin tiempo para interesarse por su mecanismo, con el deslumbramiento de un milagro; reían de todo con una sorpresa alegre de que se movieran las figuras, de que el gramófono cantara; comentaban y aplaudían continuamente. En el fondo sentían una misma emoción, una gran alegría.» (Patronato de Misiones Pedagógicas, Guadalajara, 1932)







«El Teatro de Misiones […] había de ser recogido y elemental, ambulante, de fácil montaje, sobrio de fondos y ropajes. Y además educador, sin intención dogmatizante, con la didáctica simple de los buenos proverbios, pues también se había escrito en el programa espiritual de Misiones: “Acaso aprendáis pocas cosas de nosotros; pero quisiéramos ante todo y sobre todo divertiros noblemente”.» (Alejandro Casona, 1934)







«La poesía les produce un extraño respeto, traducido en el silencio más hondo de la sesión; la sienten en totalidad, sin análisis, y la aplauden con calor, raramente la comentan. La música, aun la que para ellos es desconocida, les despierta ecos, la acompañan con movimientos de cabeza, se unen inmediatamente a ella. El cine les divierte y les deslumbra, desata el chorro de los comentarios; todos hablan y todos imponen silencio a los demás.» (Patronato de Misiones Pedagógicas, Guadalajara, 1932)





«Toda la música popular les encantaba, más la canción y mucho más lo segoviano de Marazuela. Todo esto removía los posos del alma, renovando las alegrías de la mocedad. Porque después del matrimonio se canta muy poco en las aldeas. Terminada la sesión hubo viejecillos, media docena, que recordaron canciones ya olvidadas, rondallas del Reinado, paloteos y romances. Algunos muchachos cantaban a los otros días alguna de las canciones que llevó Marazuela. Mujeres a quien nadie había oído cantar hace cuarenta años cantaron esa noche con el almirez.» (Patronato de Misiones Pedagógicas, Segovia, 1932)







«De la poesía prefieren la lírica a la narrativa, y de los romances los de sabor villanesco a los heroicos y maravillosos. De la música prefieren la voz humana a la instrumental. Del cine les interesa más lo conocido que lo exótico; les deslumbra la aparición de una gran ciudad, pero si en una ventana de la gran ciudad aparece un gato, les alegra la aparición del gato. Y sobre todo el cine fantasista de dibujos, que nunca comprenden bien la primera vez.» (Patronato de Misiones Pedagógicas, Guadalajara, 1932)







«Las misiones llevaron desde el primer momento a los pueblos y dejaron en ellos libros para continuar aprendiendo y leyendo poesía; gramófonos para seguir oyendo buenas canciones y música bonita.» (Manuel B. Cossío, 1932)






«¿Dónde, si no es en la escuela, podrá enterarse [el niño] con fundamento de sus derechos naturales, de sus derechos como ciudadano, del régimen de los poderes públicos en su patria, y por dónde, si no es por este camino, ha de llegar algún día a ejercer aquellos derechos con conciencia, a estimarse a sí propio, y a dejar de ser un ciego instrumento, como lo es ahora, en las manos de cualquier intrigante que lo explota para alcanzar sus fines?» (Manuel B. Cossío, 1882)