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1617. Belchite está tomada




(Por teléfono, del enviado especial de Pravda en España)

La mañana del 2 de septiembre se intensificó la resistencia en Belchite. El número de desertores del campo fascista ha cesado inmediatamente. Sólo se ha pasado un sargento de noche. Cuenta que después de que la aviación fascista proporcionase víveres y municiones, la guarnición decidió resistir hasta el fin. Los facciosos han minado las calles y los edificios y están dispuestos a una defensa casa por casa. Calculan que si logran mantenerse tres días, la ciudad estará salvada. En la historia de España, Belchite fue asediada tres veces y las tres resistió el asedio.

Uno de los sacos lanzados por los Junkers cayó sobre las posiciones republicanas. Contenía piezas de repuesto para el cañón de setenta y cinco milímetros.

No hay duda de que el mando fascista ha lanzado grandes fuerzas para socorrer Belchite. En la zona de Mediana ha aparecido una fuerte columna con artillería y tanques. Sus ataques obligaron a replegarse a varias unidades republicanas débiles, situadas ante Mediana. Esto supone una amenaza para la carretera Mediana-Belchite.

El 2 de septiembre, avanzando literalmente paso a paso, las compañías de primera línea tomaron las afueras de la ciudad y la fábrica de polvos de arroz, y salieron del cementerio en dirección al seminario. Los facciosos respondieron con un certero fuego de ametralladora y granadas de mano; una de sus baterías disparaba sobre los alrededores. El jefe de la división, general Walter, ordenó que los cañones abandonasen las contrapendientes y comenzasen a disparar desde campo abierto a medio kilómetro de distancia. Los encarnizadísimos combates han durado un día y una noche. Las bajas por ambas partes han sido muy grandes.

Ayer, a las cinco de la tarde, se rompió definitivamente la resistencia fascista. Entre los escombros de las casas suenan, cada vez menos, disparos aislados. En la ciudad han entrado la infantería, los vehículos blindados, las ambulancias. Esa misma noche empieza a funcionar la comandancia republicana; se inicia la entrega y recogida de armas.

Pasan los prisioneros: un oficial sacerdote con el revólver al cinto, un grupo de moros que, sobre la marcha, explican que ellos no son prisioneros, sino fugados.

Mientras tanto, prosigue el ataque sobre Mediana. Aquí, en Belchite, ya se oye el cañoneo. Atacan dos divisiones fascistas. Ayer llegó a Zaragoza la tercera división, la «Flechas negras» formada por italianos. Esta concentración tiene como objetivo lanzar un contragolpe que permita desbloquear la ciudad fascista. Ya es tarde. Belchite ha sido tomada. Esta victoria, pequeña, pero trabajosa, ha dado ánimos a las tropas republicanas.

La noche está dominada por el fulgor de los relámpagos. Jamás vi fulguraciones tan blancas, cegadoras como fogonazos de magnesio, ni tan prolongadas —parecen un nuevo modelo de bengalas luminosas, una nueva estratagema del enemigo—. También los truenos hacen un ruido increíble. Parecen estallidos de enormes bombas de quinientos kilogramos o de proyectiles de 203 milímetros de calibre.


Mijail Koltsov «Belchite está tomada»
Pravda, 5 de septiembre de 1937
 








1584. Una entrevista a Durruti en Bujaraloz

Marina Ginestá, Durruti y Mijaíl Kolstov en Bujaraloz, 14 de agosto de 1936 - Foto EFE



Bujaraloz está totalmente cubierto de banderas rojinegras, con decretos, firmados pro Durruti, pegados a las paredes o, simplemente, con carteles. "Durruti ha ordenado esto y lo otro". La plaza de la villa se llama "Plaza de Durruti". El propio Durruti, con su Estado Mayor, se ha instalado en la casita de un peón caminero, al pie de la carretera, a dos kilómetros del enemigo. Esto no es muy prudente, pero aquí todo se halla subordinado a hacer un alarde de valentía aparatosa. "moriremos o venceremos", "moriremos pero tomaremos Zaragoza", "moriremos cubriéndonos de gloria entre todo el mundo": Esto se lee en banderas, en carteles y en octavillas. 

El famoso anarquista nos ha recibido, al principio, sin prestarnos mucha atención, pero al leer en la carta de Oliver las palabras Moscú, Pravda, enseguida se ha animado. Ahí mismo, en la carretera, entre sus soldados, con el evidente propósito de atraer su atención, ha iniciado una fogosa polémica. Sus palabras están saturadas de pasión tenebrosa y fanática: 

- Es posible que tan solo un centenar de nosotros sobreviva, pero ese centenar entrará en Zaragoza, aplastara el fascismo, levantará la bandera de los anarcosindicalistas, proclamará el comunismo libertario... Yo seré el primero en entrar en Zaragoza, proclamaré allí la comuna libre. No nos subordinaremos ni a Madrid ni a Barcelona, ni a Azaña ni a Giralt, ni a Companys ni a Casanovas. Si quieren, que vivan en paz con nosotros; si no quieren, nos plantaremos en Madrid... Les mostraremos a ustedes, bolcheviques, rusos y españoles, cómo se hace la revolución, cómo se ha de llevar hasta el final. En su país, hay dictadura, en el Ejército Rojo tienen coroneles y generales, mientras que en mi columna no hay ni jefes ni subordinados, todos somos iguales en derechos, todos somos soldados, y aquí yo también soy un simple soldado.

Viste mono azul; lleva gorro confeccionado con satén rojo y negro; es alto, de complexión atlética, de hermosa cabeza, en la que apuntan tan solo las canas, autoritario; se impone a los que le rodean, pero hay en sus ojos algo excesivamente emocional, casi femenino, con una mirada, a veces, de animal herido. A mí me parece que le falta voluntad.

- Entre mis hombres, nadie presta servicio por deber, pro disciplina; todos han venido aquí movidos solo por el deseo de luchar, porque están dispuestos a morir por la libertad. Ayer, dos pidieron permiso para ir a ver a sus familias -les quité los fusiles y les dejé marchar definitivamente-; hombres así no me hacen falta. Uno dijo que había cambiado de opinión, que había decidido quedarse. No le admití. Así haré con todos, ¡Aunque nos quedemos una docena! Solo de este modo se puede formar un ejército revolucionario. La población está obligada a ayudarnos -no en vano luchamos contra toda dictadura, ¡por la libertad de todos!-. Al que no nos ayude, lo borraremos de la faz de la tierra. ¡Barreremos a todos cuantos obstaculizan el camino de la libertad! Ayer disolví el Consejo Municipal de Bujaraloz; no prestaba ayuda a la guerra, obstaculizaba el camino de la victoria.

- De todos modos esto huele a dictadura - he dicho-. Cuando los bolcheviques, durante la guerra civil, disolvían a veces las organizaciones infectadas de enemigos del pueblo, eran acusados de emplear métodos dictatoriales. Pero no nos encubríamos con palabras sobre la libertad universal. Nunca hemos negado la dictadura del proletariado y siempre la hemos fortalecido a banderas descubiertas. Además, ¿qué ejército pueden formar ustedes sin jefes, sin disciplina, sin obediencia? O no piensan combatir en serio o disimulan; Tienen ustedes cierta disciplina y cierta subordinación, solo que con otro nombre.

- Nosotros tenemos la indisciplina organizada. Cada uno responde ante sí y ante la colectividad. A los cobardes y a los merodeadores, los fusilamos, los que juzga el comité.

- Esto aún no significa nada. ¿De quién es este automóvil?

Todas las cabezas se han vuelto hacia el lugar que yo señalaba con la mano. En una pista, junto a la carretera, había unos quince automóviles, en su mayor parte Fords y Adlers desvencijados, deslucidos, y entre ellos un lujoso Hispano-Suiza abierto, con incrustaciones de plata, con almohadas recubiertas de lujoso cuero.

- Es el mío -ha dicho Durruti-. He decidido tomar el más veloz para llegar antes a todos los sectores del frente.

- Muy bien hecho -he contestado-. El comandante ha de tener un buen coche, si es posible. Sería ridículo que los combatientes de filas fueran en este Hispano y que usted, entre tanto, fuera andando o en un Ford desvencijado. He visto sus órdenes, están pegadas en los muros de Bujaraloz. Empiezan con las palabras: "Durruti ha ordenado..."

- Alguien tiene que ordenar -ha replicado Durruti sonriendo-. Esto es una manifestación de la iniciativa. Esto es utilizar la autoridad que tengo entre las masas. Desde luego, a los comunistas no puede gustarles... -ha lanzado una mirada a Trueba, quien se ha mantenido aparte durante todo este tiempo.

- Los comunistas nunca hemos negado el valor de la personalidad y de la autoridad personal. La autoridad personal no es un obstáculo para el movimiento de las masas, a menudo las cohesiona y fortalece. Usted es un comandante, no finja ser un combatiente de filas, esto no da nada ni aumenta la capacidad combativa de la columna.

- Con nuestra muerte -ha dicho Durruti-, con nuestra muerte, mostraremos a Rusia y a todo el mundo lo que significa el anarquismo en acción, lo que significan los anarquistas de Iberia.

- Con la muerte no se demuestra nada -he replicado-, hay que demostrar con la victoria. El pueblo soviético desea con toda el alma la victoria del pueblo español, desea la victoria a los obreros anarquistas y a sus dirigentes con el mismo fervor que la desea a los obreros comunistas, socialistas y a todos los demás luchadores contra el fascismo.

Se ha vuelto hacia la muchedumbre que nos rodeaba y pasando del francés al español, ha exclamado:

- Este camarada ha venido para transmitirnos a nosotros, combatientes de la CNT-FAI, un caluroso saludo del proletariado ruso y sus votos para que alcancemos la victoria sobre los capitalistas. ¡Viva la CNT-FAI! ¡Viva el comunismo libertario!

- ¡Viva!- ha exclamado la muchedumbre. Las caras se han vuelto  más alegre y mucho más amistosas.

- ¿Cómo está la situación? -he preguntado.

Durruti ha sacado un mapa y ha mostrado la disposición de los destacamentos.

- Nos retiene la estación ferroviaria de Pina. El pueblo está en nuestras manos, pero la estación la tienen ellos. Mañana o pasado mañana, cruzaremos el Ebro, nos dirigiremos hacia la estación y la limpiaremos de enemigos (entonces nuestro flanco derecho quedará libre, ocuparemos Quinto, Fuentes del Ebro, y nos plantaremos ante los muros de Zaragoza. Belchite se entregará por sí mismo), quedará cercado en nuestra retaguardia. Y ellos -señaló con la cabeza a Trueba- ¿Siguen entretenidos con Huesca?

- Estamos dispuestos a esperar en Huesca para apoyar vuestro golpe desde el flanco derecho -ha dicho modestamente Trueba-. Desde luego, si el ataque es serio.

Durruti ha permanecido un rato en silencio. Luego ha respondido de mala gana:

- Si lo deseáis, ayudad; si no lo deseáis, no ayudéis. La operación de Zaragoza es mía, en el aspecto militar, en el político y en el político militar. Yo respondo de ella. ¿Creéis que por darnos un millar de hombres, vamos a repartir Zaragoza con vosotros? En Zaragoza o habrá comunismo libertario o fascismo. ¡Tomad para vosotros toda España, pero dejadme a mí tranquilo con Zaragoza!

Luego ha suavizado el tomo y ha seguido conversando sin causticidad. Ha visto que hemos ido a visitarle sin malas intenciones, pero que a las palabras duras se les respondería con no menor dureza. (Aquí, pese a la igualdad universal, nadie se atreve a discutir con él). Ha hecho muchas ávidas preguntas sobre la situación internacional, sobre las posibilidades de ayuda a España, sobre cuestiones militares y tácticas, ha preguntado cómo se llevaba el trabajo político durante la guerra civil en Rusia. Ha dicho que la columna está bien armada y que dispone de muchas municiones, pero hay serias dificultades de dirección. El "técnico" solo tienes funciones consultivas. Todo lo resuelve él mismo, Durruti. Según propias palabras, Durruti pronuncia unos veinte discursos al día, y esto le agota. Ejercicios de instrucción militar, casi no se hacen; a los combatientes no les gustan, y el caso es que no tienen experiencia, solo han peleado en las calles de Barcelona. Es bastante elevada la deserción. Ahora quedan en la columna mil doscientos hombres.

De pronto ha preguntado si habíamos comido, nos ha propuesto esperar hasta que traigan la marmita. No hemos aceptado por no quitar raciones a los combatientes. Entonces Durruti ha dado una nota a Marina.

Al despedirme, le he dicho con toda sinceridad: 

- Hasta la vista, Durruti. Iré a verle a Zaragoza. Si no le matan aquí, si no le matan en las calles de Barcelona peleando con los comunistas, dentro de unos seis años quizás se haga usted bolchevique.

Ha sonreído y enseguida, volviendo sus anchas espaldas, se ha puesto ha hablar con alguien que casualmente se encontraba allí. 


Mijaíl Kolstov
Diario de la Guerra de España
Ed. Ruedo ibérico, 1963