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1796. María Moliner y las bibliotecas de Misiones Pedagógicas en Valencia

María Moliner
(Paniza, Zaragoza, 30 de marzo de 1900 - Madrid, 22 de enero de 1981)


En febrero de 1935 el Patronato de Misiones Pedagógicas nombra a María Moliner responsable del Servicio de Bibliotecas de Misiones Pedagógicas en Valencia. Transcribimos un extracto de la Memoria que elaboró sobre su trabajo, que se centró en conseguir el objetivo de que las pequeñas bibliotecas rurales creadas por las Misiones Pedagógicas, estuvieran vinculadas a una biblioteca central encargada de coordinador todos los servicios. 


Memoria de la labor realizada en el año 1935-1936 Biblioteca-Escuela y red de bibliotecas rurales de Valencia.

Fines

Al crear en Valencia la Biblioteca-Escuela pretendíamos ensayar una organización, que después podría ser extendida a otras regiones, en virtud de la cual las pequeñas bibliotecas rurales sembradas por el Patronato de Misiones quedasen relacionadas con una biblioteca central desde la que se les comunicaría un impulso sostenido. En efecto: desde esta biblioteca central se les enviarían lotes renovables de libros, se realizaría una inspección regular y se sostendría con las bibliotecas filiales aquella correspondencia que habría de contribuir a mantener en tensión su rendimiento. Por otro lado, la biblioteca central sería también un lugar de prácticas (y de aquí el nombre de Biblioteca-Escuela con que se bautizó) para que las personas que hubieran de tener a su cargo las bibliotecas rurales (maestros, principalmente) pudieran adquirir rudimentos de biblioteconomía y, sobre todo, aprender sobre el terreno la manera de elevar al máximo la eficacia de una biblioteca en sus relaciones con el público, tanto de adultos como de niños. Para ello, naturalmente, la Biblioteca-Escuela había de funcionar como una biblioteca popular semejante a cualquiera de las que en los pueblos habían de tener en sus manos los bibliotecarios.


Labor realizada

Por los fines expuestos se deduce que en el funcionamiento de la organización ensayada pueden distinguirse tres aspectos: biblioteca popular en Valencia; central y red de bibliotecas rurales, y escuela de bibliotecarios.

Biblioteca popular

Desde el momento de su apertura la biblioteca tuvo un número de lectores insospechable, dado lo pobre de sus elementos (sus fondos están formados exclusivamente por las 400 obras, poco más o menos, que forman hasta el momento el catálogo de las aprobadas por el Patronato de Misiones). Esta afluencia de público se sostuvo a lo largo del curso, y, sobre todo en los días de préstamo (un día a la semana), la biblioteca ofrecia un aspecto animadísimo, de obra viva. Hemos llegado a registrar un préstamo de 130 o 140 obras, y en los meses de verano, ya pesar de los sucesos, el préstamo no ha bajado de 60 obras.

Biblioteca central y red de bibliotecas

Es en este aspecto en el que se ha llevado a cabo una labor más intensa. Como base para dar comienzo al envío de lotes renovables de libros, se comenzó la inspección de las bibliotecas de Misiones, ya existentes. Una a una se fueron visitando las más próximas a Valencia. Y cuando ya fue preciso alejarse más de la capital, se organizaron itinerarios comprendiendo en cada uno cuatro o cinco pueblos, y se dio comienzo a un nuevo sistema de visitas: con material de Misiones y algún muchacho que se prestaba desinteresadamente a prestar este servicio, salíamos para los pueblos, habiendo anunciado previamente nuestra visita, y dábamos en cada uno una sesión con cine y música del repertorio de Misiones, entremezclando algunas palabras sobre el objeto primordial de nuestra visita relacionado con la biblioteca y con el nuevo sistema que íbamos a dejar implantado en ella, por virtud del cual pasarían a disponer de hecho de una biblioteca de 400 obras bien seleccionadas.

En las últimas visitas, en vez de limitamos a dejar el catálogo para que ellos hicieran después el pedido del primer lote, llevábamos ya éste con nosotros, e incluso hacíamos alguna lectura de alguno de los libros que lo componían. En estas visitas nombrábamos también colaboradores de la biblioteca entre la gente del pueblo, para que ayudaran y a la vez sirvieran de acicate, al bibliotecario oficial.

En algunos casos, las circunstancias aconsejaron sacar la biblioteca de la escuela en donde estaba depositada e instalarla en otro sitio. Extremando la cosa, esta medida hubiera sido de aconsejar en la mayoría de os casos, pues, en general, la impresión es que ni la escuela es el lugar adecuado para la biblioteca rural, ni el maestro el bibliotecario celoso y eficaz que sería de desear. Si no hemos llevado a rajatabla esta medida ha sido, por un lado, por la esperanza (que se habría de confirmar o descartar en la segunda visita) de que, con el nombramiento de colaboradores, quedasen salvados esos inconvenientes y, por otro, por temor de que tal procedimiento provocase en los inspectores un disgusto que trascendiese a las relaciones de colaboración que parece deben existir entre la obra de Misiones y los organismos de primera enseñanza.

En el pasado curso se llevo a cabo la visita de (en blanco en el original) pueblos.

Escuela de bibliotecarios rurales

Puede decirse que este aspecto de nuestra organización no tuvo apenas desarrollo en el pasado curso. Conseguimos en el edificio donde gratuitamente nos habían cedido local para la instalación de la biblioteca, la cesión de otro salón por un módico alquiler, y quedó hecha la instalación para que pueda ser un sitio de reunión de los alumnos de magisterio u otros muchachos a quien pueda interesar, y donde puedan organizarse lecturas, conferencias y otros trabajos relacionados con la biblioteca, de ejecutar trabajos de clasificación, catalogación, etcétera. El desenvolvimiento formal de esta labor quedó para el curso que ha de comenzar.


María Moliner
22 de septiembre de 1936
AGA - Sección de Cultura, Caja nº 20053: Ministerio de Instrucción Pública. Patronato de Misiones Pedagógicas. Biblioteca-Escuela y red de bibliotecas rurales de Valencia









1270. María Moliner en el recuerdo

"El problema de la lectura en los medios rurales ha merecido en España una atención preferente por parte de los gobiernos de la República". 


Bibliotecas rurales y redes de bibliotecas en España.

(...) En cuanto a nuestros proyectos, aparte los mencionados de las bibliotecas de Cataluña, he de hablar del de organización de una red de bibliotecas en la región de Valencia a base de las bibliotecas de Misiones ya existentes (unas 115) y las que se instalen en lo sucesivo. 

Justamente el tono humano que impregna toda la obra de Misiones y la influencia del factor personal que caracteriza sus actuaciones se acordarían perfectamente con un sistema en que las bibliotecas constituyesen estaciones de un servicio ramificado coordinado con una inspección en tal forma que paralelamente a la transmisión de libros se hiciese llegar, por contacto personal hasta los encargados de administrarlos en los más pequeños y apartados lugares, el espíritu de Misiones. En un sistema tal de biblioteca distributiva, las ventajas de orden administrativo derivadas de la centralización y unificación de los servicios son las que primero saltan a la vista; pero tal vez no sean tan importantes en el fondo como las que, en el orden espiritual, produce la vigilancia permanente y personal (no sólo por correspondencia)  que ejerce el bibliotecario de la central sobre los de las sucursales, de modo que la vida en éstas se halla continuamente agitada y su rendimiento mantenido en tensión por su forzada comunicación con la biblioteca central.

Un ensayo de tal organización va a llevarse a cabo en la región de Valencia. Reformas que ha sido preciso realizar en el local elegido para biblioteca central han impedido que esta organización esté en pleno funcionamiento en la época del Congreso; por lo cual no podemos dar cuenta de experiencia alguna, sino sólo adelantar a grandes rasgos lo que ha de ser. Quedará establecida en la ciudad de Valencia una biblioteca que tendrá el carácter de Escuela de bibliotecarios rurales, con biblioteca infantil y una sección especial de obras de Pedagogía; esta biblioteca funcionará, a la vez, como Biblioteca Central con respecto a las otras de Misiones existentes en la región. Debe notarse que, casi sin excepción, los encargados de las bibliotecas de Misiones en los pueblos son los maestros. No se ha apreciado hasta ahora que los cambios de maestros influyan siempre en la marcha de la biblioteca. Pero algún caso observado da fundamento a la presunción, ya de por sí muy lógica, de que, al ausentarse del pueblo, por un traslado, el maestro que recibió la biblioteca y que quedó impresionado por el espíritu de la misión que acompañó a la entrega, sobrevenga en la mayoría de los casos un descenso en el interés por ella, ya que, en términos generales, es difícil que el ocupante de un cargo cualquiera pueda transmitir como herencia al que le sucede en él sus propios entusiasmos e ilusiones.

Por otro lado, hay que tener en cuenta que los maestros se ocupan de la Biblioteca de Misiones sin retribución alguna. Es un servicio que han de prestar voluntariamente y que de ninguna manera se les puede exigir como tarea obligada, añadiéndola a las, en ocasiones, excesivamente prolongadas, de su magisterio. Hay, por tanto, que procurar que, por la preparación del maestro y por su disposición de ánimo, la atención de la biblioteca le resulte no sólo una tarea fácil, sino, además, una ocasión de goce espiritual por el provecho que para él mismo resulta de tener a su disposición lecturas variadas y por la satisfacción que le produzca la obra realizada.

Por todo esto la Biblioteca Escuela de Valencia, en combinación con la Escuela Normal de Maestros, constituirá un campo de prácticas para los alumnos de la Normal, más aun que para enseñarles la técnica bibliotecaria, aunque desde luego la aprenderán, para que adquieran el gusto de tratar con libros y con lectores. A este fin ayudará poderosamente el que en cada viaje de inspección acompañen a la bibliotecaria inspectora uno o varios alumnos, que tendrán, así, ocasión de apreciar lo que una biblioteca significa y puede rendir en un medio campesino. Concebidas así, las visitas de inspección serán verdaderas misiones del tipo de las que constituyen la obra propia del Patronato, pero con fines circunscritos al uso y aprovechamiento de las bibliotecas. Y, ciertamente, tal carácter encaja perfectamente en lo que en cualquier caso debe ser una visita de inspección, pues es indudable que el bibliotecario inspector de bibliotecas rurales tiene algo de misionero dispuesto a ir de pueblo en pueblo haciendo comulgar en su fe a sus corresponsales bibliotecarios.

Dado el espíritu que, en general, puede apreciarse hoy entre nuestros jóvenes estudiantes de maestro, llenos de ansia por la elevación de su misión y preocupados por realizar una obra social en los pueblos miserables en donde probablemente han de comenzar su función, el terreno está muy bien preparado. Por lo menos, este convencimiento he adquirido en mis cambios de impresiones con la gente joven con quien he tenido ocasión de hablar, encontrándoles magníficamente dispuestos para comenzar la obra. He recibido ya ofrecimientos diversos para contribuir, según las aptitudes de cada cual, a los trabajos ordinarios y extraordinarios de la biblioteca, y, entre ellos, el de un joven maestro, a la vez artista, para decorar el local.

Con estos precedentes comenzaremos nuestra labor, con tanta modestia como las circunstancias impongan, tan pronto como tengamos nuestro local dispuesto.


María Moliner
II Congreso Internacional de Bibliotecas y Bibliografía
Madrid, 21 de mayo de 1935


Nuestro recuerdo a María Moliner en el aniversario de su muerte, el 22 de enero de 1981.









849. María Moliner: expediente de depuración

María Juana Moliner Ruiz
Paniza, Zaragoza, 30 de marzo de 1900 - Madrid, 22 de enero de 1881


Por Orden de 13 de junio de 1939 el Ministerio de Educación Nacional dispone que causen baja definitiva en el escalafón del Cuerpo facultativo de Archiveros, Bi­bliotecarios y Arqueólogos los siguientes señores: Tomás Navarro Tomás, Ignacio Mantecón, Andrés Herrera, Teresa An­drés, Fernando Soldevilla y Juan Vicéns. En las siguientes semanas y meses otros más les acompañarán: José Moreno Villa, José María Giner Pantoja, Concepción Muedra, Luisa y Ernestina González Ro­dríguez (mujer y cuñada de Juan Vicéns), María Victoria González Mateos, Josefa Callao, Ramón Iglesias, María de la Con­cepción Zulueta Cebrián, Ricardo Martí­nez Llorente, Nicéforo Cocho ... Lo mismo sucede en el Cuerpo Auxi­liar, en las personas de Carmen Caamaño, Enrique Parés, Carlos Rodríguez, Ángeles Tobío, Eloy Gómez, Eduardo Borrego ...

El juez instructor de depuración de fun­cionarios sigue elaborando listas, Se com­place en proponer la readmisión de aquellos funcionarios que sufrieron perse­cuciones, miserias y cesantías por su idea­rio armónico con el que inspira al Glorioso Movimiento Nacional (2 de agosto); el reingreso sin sanción de los funcionarios facultativos jubilados por "el Gobierno rojo" , "el gobierno soviético" (2 de agosto); el reingreso, sin sanción, de cua­tro funcionarios facultativos y, además, curas (2 de agosto); de reingreso al servi­cio sin sanción de funcionarios facultativos con vicisitudes semejantes (ejemplo: María África Ibarra Oroz, "calificada de desafecta y catequista por los rojos"; Eugenio Mo­reno Ayora, "indiferente, también en con­cepto rojo; se limitó a cumplir sus deberes profesionales") (5 de agosto); más rein­greso sin sanción alguna (7 de agosto).

En total, 90 funcionarios del conserva­dor Cuerpo Facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos fueron admiti­dos sin imposición de sanción. Para otros se iniciaba un calvario.


El juez depurador

Miguel Gómez del Campillo (Madrid, 1875-1962), doctor en Filosofía y Letras, inspector general de archivos, nombrado director del Archivo Histórico Nacional al concluir la guerra, fue el juez instructor de Depuración del Cuerpo Facultativo de Ar­chiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos entre 1939 y 1943. En 1945 es elegido académico numerario de la Real Acade­mia de la Historia.

Las normas para la depuración de fun­cionarios se recogen en la Ley de 10 de febrero de 1939 (también llamada de Res­ponsabilidades Políticas). Desde el mo­mento de la victoria fascista el mecanismo de depuración se pone en marcha: decla­ración jurada de cada uno de los funcio­narios, informes de comisaría (el comisario jefe de Valencia, junio 1939, señala res­pecto a María Moliner: "se ha manifestado durante este periodo como roja rabiosa, pero nadie ha podido manifestar haya co­metido ningún acto censurable, ni denun­ciado a nadie"), declaraciones juradas de otros funcionarios sobre la conducta del funcionario investigado en el periodo de guerra, declaraciones presentadas en su defensa ... El 13 de noviembre de 1939 el juez-instructor de depuración de funciona­rios, Gómez del Campillo, remite un es­crito al Director General de Archivos y Bibliotecas, referente a María Moliner: "Jefe de la Biblioteca Universitaria de Va­lencia, presidenta o directora de la Junta de Intercambio y Adquisición de Libros en esa ciudad establecida, Delegada del Consejo Central de Archivos y de la Dirección de Bellas Artes, encargada de cursillos para la preparación de bibliotecarios: todos estos cargos y funciones se acumu­lan en la persona de doña María Moliner y Ruiz, jefe del Archivo de la Delegación de Hacienda de Valencia, durante el Go­bierno comunista, hasta que por la subida de la C.N.T. es desposeída de todos ellos. 
"Tal absorción de cargos confirma los dichos de muchos testigos que la conside­ran izquierdista y afecta al régimen rojo y persona de confianza de la máxima diri­gente Teresa Andrés; ¿y cómo si no hu­biera sido titular de tan numerosos cargos? 

"No faltan, sin embargo, declaraciones de personas fidedignas que atestiguan buena conducta profesional y excelentes procederes con los compañeros, pero todo ello podrá servir para graduar la san­ción que proceda si v.I. acepta la pro­puesta que tengo el honor de formular de inclusión de la señora Moliner en el apar­tado b) del artículo 5° de la Ley de 10 de febrero de 1939 para el expediente for­mal, con aplicación de las disposiciones vi­gentes respecto al percibo de haberes. 

"Por último, habida cuenta de lo dis­puesto en artº 8° de la mencionada Ley, este funcionario podrá desempeñar su destino en el Archivo de Hacienda de Va­lencia si el Excmo. señor ministro acepta  esta sugerencia". 

El 1 de diciembre se hace entrega a María Moliner del pliego de cargos acumulados contra ella. Dispone de ocho días para contestar. El 5 de diciembre presenta su contestación, en seis páginas.


Una defensa

En su contestación y, en concreto respecto a su actuación en la Oficina de Adquisiciones de Libros escribe: "Al trasladarse el Ministerio de Instrucción Publica a Valencia, es lo más probable, que si yo hubiera estado en mi Archivo, nadie se hubiera acordado de mi para nada; y es seguro que, por mi iniciativa, no se hubiera quebrado ese olvido, pues estoy libre, y los que me conocen creo que lo atestiguaran, del `prurito de figurar. Pero el Ministerio se estableció precisamente en la Universidad, y parte de sus oficinas en la misma biblioteca, de modo que no era fácil que yo, como directora de ella, pasase desapercibida para las personas que entonces se ocupaban de cuestiones de bibliotecas. En efecto, al constituirse el Consejo de Ar­chivos, Bibliotecas, etcétera, yo fui pro­puesta para secretaria de la subsección de bibliotecas infantiles de la Sección de Bi­bliotecas. Dicho Consejo no celebró más que unas cuantas sesiones, al constituirse, exclusivamente dedicadas a cuestiones del Tesoro Artístico, y, como después se acordó que el consejo permanente lo for­marían sólo los presidentes y secretarios de Sección, mi participación en dicho Consejo fue nula. Sin embargo, fue oca­sión para que, al no acceder el señor Pérez Búa a trasladarse a Valencia para ponerse al frente de la Junta para Adqui­sición de Libros, el presidente [Tomás Na­varro Tomás] y la secretaria [Teresa Andrés] de la Sección de Bibliotecas me expresasen la necesidad de que yo me pu­siese al frente de esa Oficina. Aduje en­tonces, para que me relevasen de esa obligación, la única razón que podía adu­cir, y que era, además, efectiva, diciendo quenoquería de ningún modo ocupar un cargo en el que no fuera fácil sustituirme, pues, antes que funcionaria, era madre, y las obligaciones de mi casa, cada vez más absorbentes por las circunstancias, po­drían hacer que, en un momento dado, yo lo abandonase todo para dedicarme ex­clusivamente a ellas. Se me arguyó en forma convincente, y, por segunda vez, admití una carga que, ni deseaba, ni en­contré razones bastantes para eludir. Si al­guiendice que, sin embargo, en mi cargo trabajé con gusto y con ilusión, no podré desmentirle. Pero no deberá extrañar esto a nadie que conozca mi afición por las cuestiones de bibliotecas, y que esté al tanto de los esfuerzos que desde mucho antes de la guerra venía realizando para conseguir que nuestra Junta se diese cuenta que yo podía hacer algo más que regir mi archivo de hacienda, y se deci­diese a aprovechar mi actividad en algo más en consonancia con mis aficiones".


Teresa Andrés, la muy roja

La lectura de los expedientes de depu­ración de los funcionarios del Cuerpo de Bibliotecarios muestra con claridad quié­nes son las bestias negras (más bien rojas) de las autoridades del nuevo régimen: Juan Vicéns, Navarro Tomás, Teresa An­drés ... Todos ellos ya en el exilio. 

Teresa Andrés, primer puesto en el concurso de acceso al Cuerpo Facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólo­gos de 1931, finaliza la guerra con 32 años. Uno de los cargos contra María Mo­liner es ser persona de confianza para Te­resa Andrés. Así lo han declarado algunos bibliotecarios: "En unión de los funcionarios T. Navarro Tomás, J. Giner Pantoja, Teresa Andrés Zamora, R. Martínez Llo­rente, intervino en todo lo relativo a reor­ganización del Cuerpo de Archiveros B.A. y creación de nuevas bibliotecas. (...) Fue la persona de confianza de Teresa Andrés" (Rafael Raga, de la Biblioteca Popular de Valencia). "Mereció absoluta confianza mientras fue dirigido el Cuerpo por Teresa Andrés, por eso desde que dejó de actuar ésta en el Ministerio por haber sido nom­brado un ministro de la C.N.T. se le quita­ron a María Moliner todos los cargos" (Amadeo Tortajada, facultativo). "La tiene por izquierdista y del grupo de Teresa An­drés" (Pedro Longás, presbítero y biblio­tecario de la Nacional). "Ha sido del Tribunal para las oposiciones de los cursi­llos de Auxiliares de Bibliotecas (con Te­resa Andrés y María Muñoz, rojas y huidas), en tiempo rojo 1938" (Florentino Zamora). "Hubo una denuncia, rumor o algo parecido, que llegó a Teresa Andrés, entonces delegada del Ministro en Valencia, sobre reuniones y charlas facciosas de catedráticos verificadas en la biblioteca. In­dudablemente, gracias a la intervención de María, se evitaron desagradables conse­cuencias" (María Isabel Niño). "Por lo que respecta a doña María Moliner, su actua­ción en Valencia fue como la del señor García Soriano en Orihuela, afecta al ré­gimen rojo, y gozaba de la absoluta con­fianza de Teresa Andrés" (Pilar Oliveros). "Durante la guerra, aparte de los cargos que le confiaron por la confianza que les merecía su persona (era la informadora de Teresa Andrés y compañía, cuando que­rían conocer antecedentes de alguno de los compañeros de Valencia) su gestión fue francamente la que corresponde a una persona que desea ver triunfantes los prin­cipios defendidos por el Gobierno del Frente Popular" (Miguel Bordonau). 

En su contestación al cargo de "per­sona de confianza para los rojos y especialmente para Teresa Andrés" María Moliner señala: "Es de suponer que 'los rojos' quiere decir el gobierno rojo. He de decir que, ni directa ni indirectamente, tuve jamás la menor relación con ninguna persona de autoridad dentro del gobierno rojo o en alguno de los organismos ad­juntos, más que con las de la Sección de Bibliotecas, concretamente, con su presidente señor Navarro Tomás, y su secre­taria doña Teresa Andrés. Y constituyó para mí una ventaja que hizo segura­mente posible mi permanencia en la Ofi­cina el que esta última señora fuera siempre la intermediaria para todos los asuntos entre la Oficina y el Ministerio, de tal modo que yo nunca tuve que rela­cionarme para nada absolutamente con éste. En cuanto a la confianza de la misma doña Teresa Andrés, ya he expli­cado en la contestación al cargo 1 o que era exclusivamente profesional, y, si bien en este terreno amplísima, hasta el punto de que estoy convencida de que ella se colocó conscientemente entre el Ministe­rio y yo para evitarme dificultades de orden político, y hasta el punto, también, de que, altrasladarse el Ministerio a Bar­celona la única dependencia que quedó en Valencia, aparte de alguna sección del Centro de Estudios Históricos, fue la Ofi­cina de Adquisición de Libros, por haber expresado yo que no estaba dispuesta a salir de Valencia de ninguna manera, esa confianza no trascendió nunca a otros aspectos, pues yo no con ocia a dicha se­ñora antes de que viniera a Valencia, y nuestras relaciones, estrictamente dedi­cadas a las cuestiones de bibliotecas, que­daron totalmente cortadas al dejar de ser ella secretaria de la Sección de Bibliote­cas".


La sanción

El 23 de enero de 1940 el Boletín Ofi­cial del Estado publica la sanción impuesta a María Moliner: "Postergación durante tres años e inhabilitación para el desem­peño de puestos de mando o de con­fianza". Postergación implica pérdida de puestos en la categoría o escalafón. Pro­bablemente el juez instructor atendió la su­gerencia presentada por José María ¡barra, el nuevo director de la Biblioteca Universi­taria y Provincial de Valencia, en su decla­ración: "Estimo que se podrá adaptar a lo que la nueva España necesita, pero mien­tras esto no se demuestre plenamente, sería preferible continuase en cargos como el que ocupa, de Archivo de Hacienda, donde su ideología no tiene trascendencia, y puede evolucionar en buen sentido".


Autores: Ramón Salaberria Lizarazu y Blanca Calvo Alonso-Cortés.
Fuente: GREDOS Universidad de Salamanca










131. María Moliner, pasión por las palabras

“Mi madre quería organizar el mundo a través de las palabras, de las familias, buscando siempre un punto de equilibrio” Carmen Ramón Moliner



María Torres/ Enero 2012


No ocupó un sillón en la RAE porque era mujer, pero el reconocimiento no la ha venido por ese machismo rancio, encorsetado y almidonado, si no por la realidad de que su trabajo sigue siendo un referente lingüístico fundamental en el mundo de habla hispana.

De María Moliner dijo García Márquez: "Hizo una proeza con muy pocos precedentes: escribió sola, en su casa, con su propia mano, el diccionario más completo, más útil, más acucioso y más divertido de la lengua castellana".

María Moliner pertenece al grupo de las pioneras universitarias que ejercieron una profesión. Inteligente, responsable, sencilla y generosa para con los demás. Era una mujer con una voluntad excepcional, metódica y laboriosa hasta el infinito y defendió su incesante pasión por las palabras.

Nació en Paniza (Zaragoza), el 30 de marzo de 1900. Su padre Enrique Moliner, era médico rural como lo había sido su padre y su madre Matilde Ruiz, pertenecía a un ambiente familiar acomodado. Los tres hijos del matrimonio, Enrique, María y Matilde, cursaron estudios superiores. En 1902 la familia se traslada  a un pueblo de Soria y casi inmediatamente a Madrid. Cuando ella entraba en la adolescencia, su padre se marchó a Argentina y no volvió jamás. María Moliner, su madre y sus hermanos Matilde y Enrique vivieron en condiciones extremas como auténticos personajes de Dickens, según ha recordado su hijo Fernando. María, buena lectora y apasionada por el latín comenzó a dar clases y asumió la tarea de sacar adelante a los suyos.

Los hermanos Moliner estudiaron en la Institución Libre de Enseñanza, donde Don Américo Castro suscitó el interés por la expresión lingüística y por la gramática en María. Los primeros exámenes de bachillerato los hizo como alumna libre en el Instituto General y Técnico Cardenal Cisneros de Madrid. En julio de 1915 pasa al Instituto General y Técnico de Zaragoza, del que fue alumna oficial a partir de 1917 y donde concluyó el bachillerato en 1918. En Zaragoza, se formó y trabajó como filóloga y lexicógrafa en el Estudio de Filología de Aragón dirigido por Juan Moneva, colaborando en la realización del Diccionario aragonés de dicha institución.

Cursó la Licenciatura de Filosofía y Letras en la Universidad de Zaragoza que culminó con sobresaliente y Premio Extraordinario, ingresando en 1922, por oposición, en el Cuerpo Facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos con destino el Archivo de Simancas, donde permaneció poco tiempo para pasar al Archivo de la Delegación de Hacienda de Murcia.

Es en esta ciudad donde conoció al catedrático de física Fernando Ramón y Ferrando, con quien se casa en Sagunto el 5 de agosto de 1925. Tuvieron cuatro hijos: Enrique, Fernando, Carmen y Pedro. A principio de los años treinta la familia se traslada a Valencia. María trabaja en el Archivo de la Delegación de Hacienda y Fernando en la Facultad de Ciencias. Es la etapa de mayor plenitud de María Moliner, ya que según ella confesó participa con fe y esperanza en las empresas culturales que nacen con el espíritu de la II República.

Colaboró en la Escuela Cossío, inspirada en la Institución Libre de Enseñanza, impartiendo clases de literatura y gramática y formó parte como vocal de su Consejo, a la vez que fue secretaria  de la Asociación de Amigos para su apoyo. También prestó su colaboración entusiasta a las Misiones Pedagógicas de la República, cuidando especialmente de la organización de las bibliotecas rurales. Escribió las Instrucciones para el servicio de pequeñas bibliotecas (que se publicaron sin nombre de autor en Valencia en 1937), y que fueron apreciadas tanto en España como en el extranjero y cuya presentación preliminar —«A los bibliotecarios rurales»— constituye una pieza conmovedora y un testimonio fehaciente de la fe de la autora en la cultura como vehículo para la regeneración de la sociedad.

Ocupó puestos importantes de responsabilidad en el terreno de la organización de las bibliotecas populares. En 1935, en el II Congreso Internacional de Bibliotecas y Bibliografía, inaugurado por Ortega y Gasset,  ella había presentado una comunicación con el título «Bibliotecas rurales y redes de bibliotecas en España». En septiembre de 1936 fue llamada por el rector de la Universidad de Valencia para dirigir la Biblioteca universitaria, pero a finales de 1937, en plena guerra española, tuvo que de abandonar el puesto para entregarse a la dirección de la Oficina de Adquisición y Cambio Internacional de Publicaciones y para trabajar como vocal de la Sección de Bibliotecas del Consejo Central de Archivos, Bibliotecas y Tesoro Artístico. La lucidez y capacidad organizativa de María Moliner quedaron plasmadas en las directrices que redacta como Proyecto de Plan de Bibliotecas del Estado, las cuales se publicaron a principios de 1939.

Al término de la guerra, el marido de María es suspendido de empleo y sueldo, trasladado a Murcia y rehabilitado en Salamanca a partir de 1946, donde permaneció hasta su jubilación en 1962. Por su parte, María es depurada y sufre la pérdida de 18 puestos en el escalafón del Cuerpo Facultativo de Archiveros y Bibliotecarios, que recuperará en 1958. En 1946 pasará a dirigir la biblioteca de la Escuela Técnica Superior de Ingenieros Industriales de Madrid hasta su jubilación en 1970.

Separada físicamente de su marido una buena parte de la semana, encontró tiempo para dedicarse a su interés intelectual más profundo: la pasión por las palabras. Es entonces cuando comienza la elaboración del Diccionario de uso del español. Su hijo Fernando le había traído de París un libro que llamó profundamente su atención: el Learner’s Dictionary. María Moliner se levantaba muy temprano, hacia las cinco de la mañana, trabajaba un poco, regaba los tiestos y se iba a su puesto; dormía la siesta  y continuaba anotando fichas, buscando palabras, leyendo periódicos, tomando notas de lo que oía en la calle.

El diccionario de María Moliner es muy superior al de la Real Academia Española. Se trata de un diccionario de definiciones, mucho más precisas y ricas; de sinónimos; de expresiones y frases hechas; de familias de palabras. Además anticipa en él la ordenación de la Ll en la L, y de Ch en la C; y agrega una gramática y una sintaxis con numerosos ejemplos.

Fue publicado por  la Editorial Gredos entre los años 1966 y 1967 en dos volúmenes. Esta obra conoció, en esa primera edición veinte reimpresiones y ha fue editada en CD-ROM en el año 1995 y reeditada en una segunda edición, revisada y aumentada en 1998. La tercera y última revisión fue editada en septiembre del 2007 y consta de dos tomos.

El libro tuvo un éxito inmediato y hoy es una obra imprescindible. Miguel Delibes dijo de ella: “Es una obra que justifica una vida”. El diccionario de María es la obra de una vida, una culminación y en cierto modo de vivir su exilio interior.

Fue propuesta para entrar en la Academia de la Lengua por Rafael Lapesa y Pedro Laín Entralgo. De haber sido aceptada hubiera sido la primera mujer académica. Pero no lo fue. En relación con este hecho María decía: “Sí, mi biografía es muy escueta en cuanto a que mi único mérito es mi diccionario. Es decir, yo no tengo ninguna obra que se pueda añadir a esa para hacer una larga lista que contribuya a acreditar mi entrada en la Academia. (…) Mi obra es limpiamente el diccionario. Desde luego es una cosa indicada que un filósofo entre en la Academia y yo ya me echo fuera, pero si ese diccionario lo hubiera escrito un hombre, diría: ‘¡Pero y ese hombre, cómo no está en la Academia!”.

Recibió su jubilación tan discretamente como había vivido y siguió disfrutando de sus macetas y presumiendo con orgullo de sus nietos.

Las notas tristes de sus últimos años fueron la muerte de su marido y su propia enfermedad: la arteriosclerosis cerebral que la privó de su lucidez desde 1975 hasta su fallecimiento el 22 de enero de 1981.










126. A los bibliotecarios rurales




María Moliner colaboró con entusiasmo en las Misiones Pedagógicas de la República, cuidando especialmente de la organización de las bibliotecas rurales. De hecho, escribió unas Instrucciones para el servicio de pequeñas bibliotecas (que se publicaron sin nombre de autor en Valencia en 1937), que fueron apreciadas tanto en España como en el extranjero, y cuya presentación preliminar —«A los bibliotecarios rurales»— constituye una pieza conmovedora y un testimonio fehaciente de la fe de la autora en la cultura como vehículo para la regeneración de la sociedad.


Estas instrucciones van especialmente dirigidas a ayudar en su tarea a los bibliotecarios provistos de poca experiencia y que tienen a su cargo bibliotecas pequeñas y recientes. Porque, si el éxito de una biblioteca depende en grandísima parte del bibliotecario, esto es tanto más verdad cuanto más corta es la historia o tradición de ese establecimiento. En una biblioteca de larga historia, el público ya experimentado, lejos de necesitar estímulos para leer, tiene sus exigencias, y el bibliotecario puede limitarse a satisfacerlas cumpliendo su obligación de una manera casi automática. Pero el encargado de una biblioteca que comienza a vivir ha de hacer una labor mucho más personal, poniendo su alma en ella. No será esto posible sin entusiasmo, y el entusiasmo no nace sino de la fe. El bibliotecario, para poner entusiasmo en su tarea, necesita creer en estas dos cosas: en la capacidad de mejoramiento espiritual de la gente a quien va a servir, y en la eficacia de su propia misión para contribuir a este mejoramiento.

No será buen bibliotecario el individuo que recibe invariablemente al forastero con palabras que tenemos grabadas en el cerebro, a fuerza de oírlas, los que con una misión cultural hemos visitado pueblos españoles: «Mire usted: en este pueblo son muy cerriles: usted hábleles de ir al baile, al fútbol o al cine, pero... ¡A la biblioteca...!».

No, amigos bibliotecarios, no. En vuestro pueblo la gente no es más cerril que en otros pueblos de España ni que en otros pueblos del mundo. Probad a hablarles de cultura y veréis cómo sus ojos se abren y sus cabezas se mueven en un gesto de asentimiento, y cómo invariablemente responden: ¡Eso, eso es lo que nos hace falta: cultura!

Ellos presienten, en efecto, que es cultura lo que necesitan, que sin ella no hay posibilidad de liberación efectiva, que sólo ella ha de dotarles de impulso suficiente para incorporarse a la marcha fatal del progreso humano sin riesgo de ser revolcados: sienten también que la cultura que a ellos les está negada es un privilegio más que confiere a ciertas gentes sin ninguna superioridad intrínseca sobre ellos, a veces con un valor moral nulo, una superioridad efectiva en estimación de la sociedad, en posición económica, etcétera. Y se revuelven contra esto que vagamente comprenden pidiendo, cultura, cultura... Pero, claro, si se les pregunta qué es concretamente lo que quieren decir con eso, no saben explicarlo. Y no saben tampoco que el camino de la cultura es áspero, sobre todo cuando para emprenderlo hay que romper con una tradición de abandono conservada por generaciones y generaciones.

Tú, bibliotecario, sí debes saberlo, y debes comprenderles y disculparles y ayudarles. No es extraño que una biblioteca recibida con gran entusiasmo quede al poco tiempo abandonada si se la confía a su propia suerte: no es extraño que el libro cogido con propósito de leerlo se caiga al poco rato de las manos y el lector lo abandone para ir a distraerse con la película a cuya trama su inteligencia se abandona sin esfuerzo. Todo esto ocurre; pero no ocurre sólo en tu pueblo, ni lo hacen sólo tus convecinos; ocurre en todas partes, y ahí radica precisamente tu misión: en conocer los recursos de tu biblioteca y las cualidades de tus lectores de modo que aciertes a poner en sus manos el libro cuya lectura les absorba hasta el punto de hacerles olvidarse de acudir a otra distracción.

La segunda cosa que necesita creer el bibliotecario es en la eficacia de su propia misión. Para valorarla, pensad tan sólo en lo que sería nuestra España si en todas las ciudades, en todos los pueblos, en las aldeas más humildes, hombres y mujeres dedicasen los ratos no ocupados por sus tareas vitales a leer, a asomarse al mundo material y al mundo inmenso del espíritu por esas ventanas maravillosas que son los libros. ¡Tantas son las consecuencias que se adivinan si una tal situación llegase a ser realidad, que no es posible ni empezar a enunciarlas...!

Pues bien: esta es la tarea que se ha impuesto y que está llevando a cabo el Ministerio de Instrucción Pública por medio de su Sección de Bibliotecas y en la que vosotros tenéis una parte esencialísima que realizar.


María Moliner
Prólogo de Instrucciones para el servicio de pequeñas bibliotecas. Valencia (España), 1937.