Registrado con el número 3.640 y con el triángulo azul de los apátridas cosido en su uniforme, Víctor Manuel Ares entró en Mauthausen en 1940, después de haber pasado por otro campo de exterminio, y salió de allí con graves secuelas por la desnutrición cinco años después, el 5 de mayo de 1945, cuando los aliados penetraron en territorio nazi y se toparon con la industrialización de la muerte que había perpetrado el régimen de Adolf Hitler. Como Víctor Manuel, otras 18 personas de las comarcas de Ferrolterra, Eume y Ortegal padecieron en su piel el horror de los campos en los que los presos, considerados infrahumanos, eran exterminados a través del trabajo esclavo. Ahora las asociaciones Memoria Histórica Democrática y Fuco Buxán se han propuesto rescatar sus figuras, a través de la investigación del historiador Enrique Barrera. Pretenden levantar un monumento con sus nombres inscritos y publicar un libro en el que se recopilen sus historias.
No todos tuvieron la fortuna de sobrevivir
-fallecieron cerca de la mitad de los 19-, pero el caso de Víctor Manuel,
natural de Ares, es paradigmático. Era un suboficial de la Marina que combatió
en el bando republicano. Tras la victoria franquista, se exilió en Francia y
como otros muchos españoles fue internado en un campo de refugiados. Cuando
comenzó la II Guerra Mundial, lo reclutaron para una Compañía de Trabajadores
Extranjeros, que hacía labores de apoyo al ejército francés. Sin embargo, una
vez que las tropas nazis rompieron la Línea Maginot y el Gobierno galo se
rindió, las autoridades alemanas y españolas acordaron enviar a unos 9.000
republicanos a campos de exterminio, de los que fallecieron el 63%. Víctor
Manuel fue de los que sobrevivió, a base de comer mondas y patatas crudas y
gracias a una "medio novia" que era hija de un proveedor y que le
daba comida a escondidas, según relató a un sobrino que le fue a visitar en
1962.
A pesar de esa alimentación extra, tras ser liberado
tuvo que estar varios años recuperándose de la desnutrición. A diferencia de
los campos de exterminio (lager), en los de presos (stalags) no
existía un programa de asesinato masivo, sino que se aprovechaba la fuerza de
trabajo de los reclusos y se les subalimentada, hasta que el deterioro les
impedía realizar las labores asignadas. Entonces los mataban y los incineraban
en hornos crematorios. En uno de ellos trabajó Víctor Manuel. Otros presos,
enfermos físicos y mentales, entre ellos alguno de los ferrolanos, eran
enviados al cercano Castillo de Hartheim, donde, tras ser sometidos a experimentos
científicos, eran gaseados.
Al salir de Mauthausen, Víctor Manuel volvió a Francia
y allí rehizo su vida. Tras la guerra, en las iglesias francesas se solían
poner los nombres de los españoles liberados, por si alguien quería
reclamarlos. En Perols, cerca de Montpellier, había una comunidad de exiliados
de su mismo municipio, Ares. Cuando vieron su nombre contactaron con él, y allí
se trasladó. Trabajó como maestro de obras y promotor inmobiliario y acabó
casándose con una española, también exiliada.
Los otros 18 represaliados de esta comarca presentan
peripecias bastante análogas, aunque cada una con sus particularidades. Uno de
ellos, Juan José Casal, fue salvado in extremis por un amigo
judío, que ejercía como kapo -preso de confianza de las SS
utilizado para controlar al resto-e intercedió para evitar su asesinato. Volvió
a España a finales de los sesenta, pero nunca quiso hablar de su pasado en los
campos. Otro, Marcelino Pardal, se valió de sus habilidades futbolísticas para
salvar la vida. Había jugado en el Racing de Ferrol, y cuando los nazis
descubrieron su talento lo alistaron en el equipo del stalag. Las
SS organizaban partidos entre los distintos campos, por motivos
propagandísticos o de simple entretenimiento.
Para realizar esta investigación, que ya dura más de
un año, Barrera ha echado mano de los archivos de Mauthausen, en los que los
nazis apuntaban el lugar y fecha de nacimiento de cada recluso, y les asignaban
un número de identificación. También ha escudriñado registros municipales y
realizado una amplia labor de campo, con entrevistas a los descendientes vivos.
Algunos desconocían que sus parientes había estado en campos de exterminio,
otros siguen viviendo en Francia.
Barrera destaca que es la tercera generación, la de
los nietos, la que se interesa por lo ocurrido con sus familiares, frente a la
actitud de la generación anterior, que optó por el olvido. "Forma parte de
la naturaleza humana que se quiera restaurar la dignidad", enfatiza el
historiador, que se revela contra la justificación sin fundamento -con el
tópico de "algo haría"-de asesinatos y condenas "sin razón ni
juicio". Frente a eso, opone las 19 historias de sufrimiento y muerte por
formar parte del bando perdedor.