Lo Último

Mostrando entradas con la etiqueta Emilio Prados. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Emilio Prados. Mostrar todas las entradas

3430. Una voz


Quiero ser, quiero estar,
quiero vestirme
como una forma de hombre
cotidiano
y conocer la altura de los montes,
la producción del hierro,
el precio del carbón
y de la harina,
la estadística exacta
de los niños que mueren
sin techado
y el programa político
que ha de salvar,
junto al amor, el cuero,
el algodón, el hule,
el dolor, la artisela
y el pecado.
Y en medio de la calle,
sin mirar los semáforos,
como un niño sin juego,
me meto por el mundo...


Pero esta voz errante,
cautiva, que navega
dentro de mí, me salva.
Y asesinado,
atropellado,
roto,
perseguido y sin nombre,



me hace nacer de nuevo
en cada instante
—payaso sin timón—
y dulce me sonríe...

¿Será tal vez el ángel de mi guarda?


Emilio Prados
Litoral (México) núm. 1, 1944








3380. Memoria del olvido

Yo me he perdido porque siento
que ya no estoy sino cuando me olvido;
cuando mi cuerpo vuela y ondula
como un estanque entre mis brazos.

Yo sé que mi piel no es un río
y que mi sangre rueda serena;
pero hay un niño que cuelga de mis ojos
nivelando mi sueño como el mundo.

Cuando mi rostro suspira bajo la noche;
cuando las ramas se adormecen como banderas,
si cayera una piedra sobre mis ojos
yo subiría del agua sin palomas.

Yo subiría del fondo de mi frente
hasta habitar mi cuerpo como un ídolo;
hasta brotar en medio de mi carne
otra vez sobre el mundo sin cigüeña.

Pero el Japón no tiene más que un niño
y mis ojos aún sueñan bajo la luna.
cuando se seque el viento entre las flores,
así terminaré mi olvido.





Emilio Prados
Memoria del olvido, 1940







3078. Ciudad sitiada

Tras el bombardeo en la Plaza de Antón Martín de Madrid, invierno de 1936. Foto: Juan Miguel Pando



Entre cañones me miro,
entre cañones me muevo:
Castillos de mi razón
y fronteras de mi sueño,
¿dónde comienza mi entraña
y dónde termina el viento?
No tengo pulso en mis venas,
sino zumbidos de trueno,
torbellinos que me arrastran
por la selvas de mis nervios:
multitudes que me empujan,
ojos que queman mi fuego,
bocanadas de victoria,
himnos de sangre y acero,
pájaros que me combaten
y alzan mí frente a su cielo
y ardiendo dejan las nubes
y tembloroso mi suelo.
¡Allá van! Pesadas moles
cruzan mis venas de hierro;
toda mi firmeza aguarda
parapeteada en mis huesos.
Compañeros del presente,
fantasmas de mi recuerdo,
esperanzas de mis manos
y nostalgias de mis juegos:
¡Todos en pie, a defenderse!
Que está mi vida en asedio,
que está la verdad sitiada,
amenazada en su pecho.
¡Pronto de pie, las barricadas,
que el corazón está ardiendo!
No han de llegar a apagarlo
negros disparos de hielo.
¡Pronto, deprisa, mi sangre,
arremolíname entero!
Levanta todas mis armas:
mira que aguarda en el centro,
temblando, un turbión de llamas
que ya no cabe en mi cerco.
¡Pronto, a las armas mi sangre,
que ya me rebosa el fuego!
Quien se atreva a amenazarme
tizón se le hará su sueño.
¡Ay, ciudad, ciudad sitiada,
ciudad de mi propio pecho,
si te pisa el enemigo
antes he de verme muerto!
Castillos de mi razón
y fronteras de mi sueño,
mi ciudad está sitiada,
entre cañones me muevo.

¿Dónde comienzas, Madrid,
o es, Madrid, que eres mi cuerpo?


Emilio Prados







3076. Romance del desterrado

Le Perthus, febrero de 1939


¡Ay, nuevos campos perdidos,
campos de mi mala suerte!
Ahí se quedan tus olivos
y tus naranjos nacientes.
Brilla el agua en tus acequias,
surcan la tierra tus bueyes
y yo cruzo tus caminos
y jamás volveré a verte.
Los tiernos brazos del trigo
entre tus vientos se mueren.
¡Ay, los brazos de mi sangre
son molinos de mi muerte!
No tengo casa ni amigo,
ni tengo un lecho caliente,
ni pan que calme mis hambres,
ni palabra que me aliente.
¡Ay, cuerpos desheredados!
¿Cómo tu cuerpo sostienes,
si al que corta tus raíces
tu fresca sombra le ofreces?
Mal cuerpo me ha dado el mundo;
mal árbol, que ni florece,
ni puede tener seguro
fruto que en su rama crece.
¡Ay, el valor de mis manos!
¡Ay, los ojos de mi frente!
¡Ay, bajo la luz del alba!
¡Ay, bajo la sombra fuerte!
Ya siempre andarán despiertos,
despiertos sin conocerme,
que solo miran al viento
por donde sus penas vienen.
¡Ay campo, campo lejano,
donde mi color se muere;
nunca encontrarás mi olvido
si he de olvidar el perderte!


Emilio Prados
Romancero General de la Guerra de España




3036. Se levantan los muertos

Madrid 1936.  Un grupo de personas revisan los listados de bajas pegados en la pared


Acusación

Se levantan lo muertos; respetad a la sombra.
Si la Muerte se erige como fiel del combate,
que los paños solemnes del silencio lo cubran,
que suspendan las armas su voz en la tormenta.

Se levantan los muertos; respetad su pisada.
Los árboles sujetan al otoño en sus hojas;
las ciudades ocultan su dolor y ruinas;
se detienen las bestias al borde de sus pulsos.

Los muertos se levantan.

Escuchad a la Muerte, que es su voz la que rige;
su voz severa y dulce sobre el mundo se para.
Escuchad a la Muerte y a su pesado llanto.
Mirad la Tierra; gime la sangre de sus ríos.

Aun si vuestra mirada desconoce la vida;
si la nube no ocurre, ni el cielo en vuestras horas;
si en vuestra piel el barro aun no presiente el bosque,
ni el desierto os inflama desolado en sus tumbas:

Escuchad a la Muerte.

Temed su voz, potencia de acusaciones últimas;
su voz largo sudario de humedad y desprecio:
como el alto bramido de un viento amenazante
avanza hacia vosotros sobre vuestras trincheras.

No ocultad vuestros ojos, que ya ni el sueño habita.
Si aun la conciencia brilla la luz que no depone,
vuestras armas tendidas se doblarán, inútiles:
la verdad no es despojo que se olvide la Muerte.

Avanzan nuestros muertos.

Sus altísimas sombras forman ya multitudes;
como una muda selva de sombra y de gemido
lentos van, como el peso de las piedras que rinden
donde aún viven los cuerpos su abandono en la lluvia.

Inútil barricadas si la voluntad silba,
que una razón potente de entre el escombro emerge;
no hay sitio que se rinda si la Muerte ilumina,
coronando con héroes la acusación que cerca.

Temed a nuestro avance.

La multitud se aprieta detrás de la figura
que de frente hacia el Tiempo nuestro buque sustenta.
La multitud se agrupa; aún le cuelgan astillas
entre el pesado lodo del silencio en que hundieron.

Van junto a los mastines sin dueño de la guerra,
con los tristes harapos de los niños profundos,
los que al combate entraron desnudos todo el pecho,
y ahora los cruza el aire como a viejos castillos.

Aguardad nuestra entrada.

Quedaréis en la historia, por su papel tendidos,
como el labio infecundo de vuestra herida abierta;
no habrá alucinaciones que vuestra fiebre ilustren;
llegaréis a la nada sin voz por vuestro ejemplo.

Las fechas se presienten como inclina la fruta
la rama que halló el viento en flor bajo su carne.
Mirad; ya nuestra Muerte tan sólo tiene un ala:
una sola bandera dirige su cortejo.

Se levantan los muertos.
Detrás la vida sigue.

¡Preparad la batalla!


Emilio Prados
Madrid, diciembre 1936







2929. Fragmento de carta




(Encontrado en una trinchera. Villaverde, 11 noviembre, 1936, sitio de Madrid)


Tengo un hermano en el frente
que tú no conoces, madre,
que el hermano que ahora tengo
no lleva tu misma sangre.
Un hermano en cada frente
me atan más que tus dogales:
Tengo más atado el cuerpo
que el corazón que en él late.
Tengo un hermano en Asturias,
otro en Aragón combate,
otro por Andalucía,
entre pitas y olivares;
arriba en el Guadarrama,
bajo sus altos pinares
y las agujas del frío,
otro hermano tengo, madre,
y otro por Extremadura,
tierra llana en donde arden
sin ganados las dehesas
y entre balazos el aire.
Subiendo a Guadalajara,
tierra de dulces panales,
que sus abejas vigilan
y sus páramos reparten;
camino ya de Sigüenza
y bien pasado Jadraque,
otro hermano en las trincheras
contra el fascismo se bate.
Y cerca ya de Madrid,
aquí en Castilla la grande,
hay miás hermanos conmigo
que estrellas tras de la tarde.
Ni ellos conocen mi nombre,
ni yo sé cómo nombrarles.
Sólo el nombre del que muere
entre nosotros se sabe,
no por llorar su recuerdo,
pero sí por imitarle,
que el que por nosotros muere,
no muere, sino que nace;
y no hay hermano que caiga,
que una espiga no levante.

Madre, no puedo moverme
de mi puesto en el combate,
que el hermano que ha caído
me aprieta sobre su sangre.

No hay corazón más atado
que aquel que no fuerza nadie
y él mismo se ciñe al yugo
que sabe que ha de librarle.

Tengo un hermano en el frente,
otro por mis venas late.
¡España, tierra caliente,
tus cadenas se deshacen!


Emilio Prados
Hora de España, Mayo 1937